PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




domingo, 28 de diciembre de 2014

¡Feliz Año Nuevo!
















A mis amigos y lectores.

Sentados en nuestra mesa, que es “nuestra” porque es “la de cada día”. En este rincón donde nos tomamos las manos a través de una red invisible... En esta plaza virtual, alcemos nuestras copas para brindar por nosotros. Buen brindis éste:

Que las dificultades cotidianas no sean barrera para alcanzar nuestras metas.
Que la memoria sea la mejor aleada y no una enemiga traidora, almacén de recuerdos estériles.
Que la inteligencia nos abra el camino hacia la serenidad y la paz.
Que el tiempo, al pasar, nos lleve a escalar los surcos del arco-iris de la sabiduría y el progreso.
Que seamos felices a pesar de nuestros errores y carencias.
Que seamos siempre capaces de transmitir amor.

A mis amigos y lectores, desde esta página de LOS DÍAS DE VENUS EN LA TIERRA, os deseo un 2015 pleno de espíritu de renovación y de logros personales.


Astarté.

Diciembre de 2014 - Enero de 2015.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Vuela (Vola). Homenaje a Mia Martini.



Por Astarté.
León, España.

Miro atentamente la imagen de mí misma en un espejo de muecas, gestos, espasmos... Veo, irremediablemente, que se trata no de mí, sino de la mismísima vida que vuela y vuela. No soy capaz de sujetarla con mis manos. Siempre escapa. Y me pregunto a dónde va. Entonces decido andar sin rumbo. Observo mi entorno y veo gente que alucina. Quedo boquiabierta. No por la vida en sí, sino por mí misma. Por lo irremediable de esta forma extraña de ver imágenes que van y regresan a través del espejo. Y al final, qué más da. Puedo aún usar el sentido de la vista para ver lo que no quiero y tomarlo como mérito o como recompensa por conservar la lucidez, a pesar del humo. Fueron sus últimas palabras. Y luego marchó, sabrá Dios a dónde. En el camino se pierden hasta las huellas, por no decir el rumbo. 

jueves, 4 de diciembre de 2014

La supervivencia.




       


Por Astarté.
León, España.

Era aquél un sendero de arena por donde se arrastraba una babosa, una de ésas que a menudo encontramos pegadas a un muro. De cómo el animalito había llegado hasta aquella vereda de playa, bueno, éste es un misterio como tantos otros. Lo cierto es que estaba allí, deslizando su húmeda pancita por el árido espacio. Extraño. Sí. Demasiado raro como para no buscarle explicaciones, por absurdas que éstas puedan ser. ¿Una especie de molusco de mar arrastrado hacia  la orilla por alguna ola? No. ¿Tal vez, la metamorfosis de una babosa de tierra, consecuencia de algún experimento o algo así? Tampoco. ¿Un híbrido, mitad almeja - mitad babosa?...Y bien, nada mejor que suponer que alguien había transportado al animalito hasta aquel entorno fuera de los límites de su hábitad natural. Alguien con ideas sádicas y corazón de piedra. Probablemente, un torturador frustrado. O no. Quizás, alguien por error: el bicho, escondido entre las toallas del bañista, en el interior de algún bolso playero, caído allí, casualmente... Lo cierto es que el molusco –podemos pensar que estaría alucinando– aparecía, como por arte de magia, en el estrecho pasaje de arena. Y a duras penas se arrastraba. Sí. Siempre adelante. Cargándose de fuerza positiva, sin desistir en su empeño. Opción de lucha, seguramente envidiada por cualquier ejemplar del género humano. Yendo adelante, como aguerrido combatiente en plena batalla y en medio de un campo minado. ¿Qué cómo producía el moco para arrastrase? Difícil de explicar. Aún así, seguía adelante.

Era mediodía y el sol comenzaba a quemar. La temperatura de treinta grados, más o menos. El mar, todavía distante (a razón de cincuenta metros la orilla) no cubría el margen suficiente como para poder mantener la humedad en la superficie del suelo arenoso, a tanta distancia de donde yacía la babosa. Sólo un matorral de guizazos se erguía a dos metros del animalito. (Quizá ello sería su salvación, aunque terminase enganchado a una rama espinosa. Moriría, al menos, dignamente. Y no sobre la arena como vaina de haba seca...). Un cangrejillo de mar, que a la sazón emergía de su cueva, se desplazó con paso frenético hacia el punto en el cual la babosa persistía en arrastrarse aún. Tropezó con ella y desvió su marcha en dirección a la orilla. Entretanto, el suplicio del pequeño molusco de tierra duraba ya casi una hora. ¿Cómo resistía? Un misterio como tantos. A paso lento. Imperceptible, contrastando su agonía con el brillo de una concha que resplandecía allí, a pocos centímetros de su angustiosa imagen. Claro, llegar a la concha sería una gran oportunidad para sobrevivir, al menos, hasta alcanzar una muerte digna. En cama de nácar. Su salvación a una distancia que representaba millones de años luz. Aun así, nada se interpondría entre su energía mortal y la preciosa meta. Su cuerpecillo, a rastras, se esforzaría por sobrevivir. Algo de magia era imprescindible, por supuesto. Algo de magia... Cuando de repente, el agobiante sol se ocultó tras un nubarrón de esos grises y oscuros. El olor de la lluvia que estaba por caer se tornó intenso (ello indicaba la inminencia de algún chaparrón). Y el viento, por su parte, alzó diminutas crestas en el mar, transformando la anterior apariencia del cristal inmóvil en otra mucho más fluida. Aquel viento con señales de lluvia, mezcla de salitre y hierba en el aire... el hálito del monte no tan lejano... el sonido del cantar de pájaros. El monte no estaba tan distante. Algo de magia había en ese olor de crustáceos y madera. Todo mezclado. O mejor aún, olor a mar y a resina que brota del tronco de las casuarinas silvestres. El monte no estaba tan distante. Algo de magia era imprescindible. Y la magia se realizó cuando cayó la lluvia.

La babosa, cuyo cuerpecito comenzaba ya a ponerse rígido, quedó quieta. En poco tiempo, al llover, la arena se tornó húmeda y compacta como la tierra. Y la pequeña concha, que anclaba a pocos centímetros del animalito, arrastrada por un hilo de agua que le sirvió de canal entre la arena, llegó al pie del molusco. Y así, igual que un náufrago en medio de la tempestad, el pequeño ser, salido del milagro que fuera la canción de la entera Natura, abordó la barcaza de socorro. Para luego seguir adelante, ahora dejándose llevar por el viento a través del riachuelo mágicamente construido. Navegando a lomos de su tenacidad, quién sabe si hasta llegar al mismísimo monte. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Me estoy acostumbrando.



Por Astarté.
León, España.
  
Me estoy acostumbrando a quedarme sin ideas inmediatas, de ésas que resuelven situaciones o que, como dicen por ahí, “las salvan”. Estoy comenzando a aceptar ser un cuerpo hambriento devorado por el tiempo y una mente que no siempre desea “atreverse a tal o a cual” por estar, quién sabe, algo cansada. O mejor dicho, hastiada a causa de la noria comunicativa del día a día. Será por eso que la sorpresa o la vergüenza van dejando de tener un sitio privilegiado en el taller de mis emociones. Eso sí, me sorprendo a veces de mí misma. Y me lleno de un temor incontrolable cuando tomo acto de conciencia al reconocer que nunca nada es como fue, ni siquiera yo. O mejor dicho, sobre todo yo.

De mis amigos, mis fotos y mis libros; todo esto va quedando en un archivo sagrado que de vez en cuando abro y miro. Algunas veces sueño con ellos; otras, con recuerdos. Y me doy cuenta de haber perdido más de la mitad del entusiasmo por las novedades (la ventaja es que puedo caminar entre paredes y creer que es ése el entero universo). Por otra parte, y como alternativa, he perfeccionado el gusto por las cosas simples y por otras que tanto no lo son. No sabría, por ejemplo, qué hacer si me faltara mi fuerte y necesario deseo de colar café al despertar cada día. Bello es cada amanecer y todo lo que trae el sol. También yo. Pues me considero especialmente bella aunque en ocasiones piense lo contrario (por si acaso, puedo siempre sacarle partido a la ironía).

Y al final, hablando de los planetas más cercanos a mí; es decir, de ti y de todos los que como yo van y vienen por las infinitas carreteras del espacio-tiempo sonriendo y llamándose geniales... De los charlatanes que lo son y no lo saben y hablan y dicen lo que en desiderativo ambicionan ser... De los que hoy te besan y mañana te olvidan... Nada, que me estoy acostumbrando a no ser una excepción y a saber que, en realidad, nunca he lo he sido. Y esta sensación comparable con un parto al revés me libra, poco a poco, de ese material pesado y gris que llevo a cuestas. El camino se vuelve cada vez más simple. Claro está, sin renunciar a los vivos colores que me da la luz o al sabor del vino. Aprender a vivir feliz en días oscuros y a beber agua en deslumbrantes noches de fiesta me hace aún creer que hay océanos bajo la arena del desierto. Porque, de otra forma, los bicharracos y hierbajos que allí crecen no serían en la tierra testimonio de vida.



sábado, 1 de noviembre de 2014

Playas.






Por Astarté.
León, España.


Una vez soñé que escalaba una alta montaña
y en la altura encontré una playa desierta
donde yacía, encallada, una barca.
Algún día estuvo allí un pescador
(hoy, quizá, hombre viejo y solitario).
Vuelvo a deshojar las páginas del sueño.
El pescador me alienta a caminar descalza 
y a bajar por la cuesta. Entonces presiento
que las playas que amé son siempre las mismas
y que estas que amo son eternas.
Nada cambia en el paisaje entre tierra y cielo.

Una vez soñé que escalaba una alta montaña...

jueves, 23 de octubre de 2014

La fábula del hombre-sombra y el perro.



Por Astarté.
León, España.


El perro le seguía por todas partes. Era blanco y negro y gordo. Parecía un ternero y no un perro. Posiblemente, lo peor de tener al animal pisándole los talones día y noche era que, a pesar de ser un tipo invisible, tarde o temprano todos llegaban a enterarse de su ubicación en tiempo y espacio. No por él, hombrecito insignificante, ensombrecido por tanta soledad. Sino por la bestia. Y es que el animal no era, ni siquiera, suyo. Era uno de esos bastardos abandonados y, por fortuna, adoptados en el seno de la comunidad. Alimentado por varios vecinos (gracias a las almas de buen corazón que aún subsisten). Tenía, además, un rincón donde guarecerse, en el traspatio de una tienda abandonada del vecindario. Nada mal para un perro callejero, ¿no? En fin, que por alguna razón, el animal le seguía por todas partes. Y el hombre-sombra (digamos el protagonista de este breve relato) no usaba otro medio de transporte que no fuese aquél que sus propias piernas le proporcionaban. Iba y venía, caminando por todas partes, de un lado a otro de la ciudad. Cruzaba los espacios periféricos, llegaba al monte y regresaba. Siempre andando. En compañía de su fiel amigo.
Así, mientras más tiempo pasaban juntos, más advertía las cualidades extraordinarias del can; por ejemplo, la capacidad de observar y de guardar silencio. O bien, la aceptación emocional de ser y de estar aquí, en este mundo. O la virtud de agradecer el pan de cada día, precioso don espiritual que los hombres habían perdido ante el triunfo del consumismo. Y luego, con eso de los festivales y de las manifestaciones populares por doquier; con eso de las fiestas, ferias, mercadillos... marchas por esto y por lo otro... concentraciones... altavoces... gritos... Con todo eso, el afán por obviar la fuerza del silencio era impresionante. Y las ideas... ¡LAS IDEAS!... Las ideas de la ciudadanía estaban preñadas de un bullicio extraordinario. De una algarabía de jauría organizada. Rebaños de seres gritones pastoreados por líderes, cuyos  gritos, a su vez, saltaban desde lo alto de las tarimas para disiparse por todo el aire. Y mucha música estridente. Sí. Mucha música estridente, electrónica, impersonal. Y voces enredándose en el ir y venir de la muchedumbre por calles anegadas de tiendas. Y tiendas y más tiendas concentradas en espacios también estridentes, donde hay muchas luces artificiales y anuncios enlatados para vender y vender y vender... y vender. Y vender.
Por supuesto, tanto bullicio marginaba, cada vez más, al hombre-sombra y a su perro de la dimensión de los seres tangibles. Hasta que, un día, nuestro peculiar héroe del silencio se dio cuenta de haber fundado una especie de partido, en el cual él era el líder y el animal el único adepto. Y lo llamó “Partido de los insignificantes”. Pero nada fue peor que aquella idea de darle nombre al partido en el que él, germen ocasional de plazas solitarias, militaba desde hacía mucho tiempo.
Fue así que el hombre-sombra puso precio a su silencio. Y por ello, cuando los demás se enteraron de que el significado del silencio tenía buen precio, quisieron venderlo y comprarlo. Y nada. Sucedió lo de siempre. La prensa, la radio, la televisión y toda esa parafernalia comunicativa. Los periodistas a dar el famoso “palo” informativo y demás. Hombre y perro en primera plana, ganando la fama, experimentando el reto del bullicio. Perdiendo su propia esencia. Petrificándose hasta convertirse en monumento territorial. Y, como era de esperar, llegaron los políticos de tal y más cual vertiente. Y el “Partido de los insignificantes” quedó disuelto en carteles propagandísticos.

A partir de entonces, la ciudad perdió, definitivamente, su rostro más real.

jueves, 16 de octubre de 2014

Bagatelas: Nada personal.


   


   Por Astarté.
   León, España.

  Y de repente abrí el escritorio y me di cuenta de la ausencia de palabras. Encontré un poco de todo, pero faltaba la idea expresa. ¿Dónde está?, me pregunté. Es difícil echar a andar por las calles en tiempos de caos, lo sé. Pero, claro, tampoco es imposible. Si pudiera intentarlo, a ver si encuentro un pensamiento exacto, una idea clara... O, al menos, vivencias de otros que hablarán de mí o de cualquier cosa menos de esta confusión que me agarra por el cuello y no me suelta. Y no es nada personal. Estoy viva y sueño. Pero ojalá que los deseos cobraran forma y saltaran de la cama al escritorio. Entonces sería realmente eterna. Como esta copa de vino. 

viernes, 10 de octubre de 2014

Un pueblo. Una calle.



Por Astarté.
León, España.


Desde que llegué al pueblo no he visto más que una calle que empieza y termina en la caricatura del asombro, en la pasión de lo desconocido y en la musculatura de una sonrisa. Algo me dice que este pueblo es un misterio tan grande como la quietud. Y a decir verdad, no he tenido tiempo de pensar en sus particularidades. Me he perdido en su calle y no pienso regresar, así que no me llames, ni siquiera, para echarnos en la hierba que crece alrededor del río. Deja el café sobre la mesa, poco importa si se enfría. Y dame la mano. 


viernes, 26 de septiembre de 2014

Metamorfosis.

Por Astarté.
León, España.


El negro para fiestas, el verde para los domingos, el rojo para Navidad. Y el azul... El azul para qué...  En fin, el armario abarrotado. Vestidos, pieles de armiño, quimonos de seda, bufandas de lana. Y en el cofre,  joyas de valor y también bisutería barata, de todo un poco. Tenía, además, muchos zapatos: de tacones muy altos para la noche, zapatillas para el hogar, sandalias veraniegas, botines de piel...Y también tantos bolsos, ¡cuántos de ellos!... Y en el tocador, maquillaje, perfumes, pañuelos...Y luego, la casa: en el salón, un sofá de gamuza, irresistible, con cojines. Y tumbonas de mimbre rodeadas de plantas exóticas; equipos electrónicos, porcelanas, alfombras, cuadros, espejos... Y en la alacena de la cocina, conservas, golosinas, frutas, néctares. Y en la biblioteca, libros y más libros. Una vida llena. Lo difícil de aceptar era aquello de los huecos en la mente. Sí. Porque tenía baches en el pensamiento que le impedían viajar al pasado, coordinar el presente y  proyectar el futuro. Y bien, centrémonos en el presente: Vamos a ver, estaba como ausente. Era como si el presente se vistiera de negro para ir al supermercado o se pusiera la piel de armiño para freír huevos. Por ello, el pasado y el futuro se declaraban en bancarrota total. Ni siquiera, los recuerdos la llenaban de emociones porque no existían. Recuerdos, anhelos, sueños, metas, todo eso era materia succionada por los huecos del espacio de su mente.



Un buen día tocaron a su puerta. Abrió. Y no era nadie al parecer. Pero sintió que una mole de energía le empujaba hacia atrás y entraba en su casa. Luego, vio que una parte del sofá se hundía (algo se había sentado en él). Preguntó que quién era. No obtuvo respuesta. No obstante, sintió que alguien colaba café el la cocina. Que se servía una taza y tomaba. Y el aroma del café despertó a una mariposa, de esas nocturnas, que había quedado dormida en un rincón del techo. El insecto, revoloteando, salió por la ventana y se perdió en el azul. Mientras tanto, la mole de energía había abierto la alacena y estaba despachándose de lo lindo (había encontrado la mermelada de frambuesas, la preferida...). Y casi al instante, saltaba la música desde el lector CD del salón. ¿Poltergeist? Lo más probable. Lo cierto es que el miedo, contenido por tanto tiempo, camuflado bajo los efectos de la posesión y el poder, afloró. Y cojines, alfombras y cuadros comenzaron a levitar, colándose a través de los huecos de su mente e yendo no se sabe a dónde, a algún punto del espacio exterior. Y también las joyas, y los trajes y zapatos. Y las pieles de armiño y todo lo demás. En fin, que de buenas a primeras, percibió un sitio vacío e invadido por la fuerza del miedo y por aquella mole extra-sensorial. Era, quién sabe, el vacío total volcándose desde el interior de su mente hacia el presente. Pero bueno, al menos, algo sentía. Quiero decir, miedo. A partir de entonces, no le quedaba otra alternativa que la de convivir con él en paz. Por supuesto, nadie le creyó aquella historia del vuelo. Cuando entraron los de la policía local, se limitaron a tomar nota de los “presuntos” hechos ocurridos en aquel sitio: Suicido. O probable homicidio. Sobre la alfombra del salón había sido hallado el cuerpo de un ser alado y cubierto de pequeñas escamas, las cuales, al tocarlas, se convertían en un polvo muy sutil. Tal vez, había sucedido la metamorfosis de un sueño. Bueno, en ciertas ocasiones es difícil regresar y corremos el riesgo de quedar allí, afuera. Revoloteando en el azul.

martes, 2 de septiembre de 2014

La leyenda del gollem (con nota de la autora).

Nota de la autora: La leyenda del gollem forma parte del libro de relatos, aún inédito, titulado Mitología y memorias peregrinas de una isla.  En dicho texto narrativo he reunido personajes y anécdotas aparentemente fantásticos o salidos de un cuadro del absurdo. Con ellos he querido dibujar pasajes (y paisajes) reales e imaginarios de la memoria personal y colectiva, vividos por un pueblo de gnomos cuya distinción es la de pertenecer a un sitio específico llamado Truculandia, caricatura de la isla de Cuba de las últimas cinco décadas. Surrealismo y extrañamiento. Opresión y emigración en cuerpo y alma. Es un placer poder ofreceros este puñado de arena de la Perla caribeña. Espero que la lectura os sea grata. Espero, además, que este libro pueda ver la luz y reivindique tantos y tantos sueños perdidos. Se busca editorial interesada en ello.

Rosa Marina González-Quevedo (Astarté).







La leyenda del gollem.

Por Astarté.
León, España. 


En efecto, es probable que los eruditos estén acopiando datos sobre la formación de la conciencia militar en ese punto neurálgico del planeta llamado Truculandia, así que, por respeto a la ciencia, les dejo trabajar en silencio. Mientras tanto, mis recuerdos y yo marchamos a empellones por el camino de una escuadra que partió para una guerra tan larga que duró décadas. Y digo “duró” porque, al fin y al cabo, como todo lo que sabe a humo, hoy en día la tal guerrita contra el enemigo invasor forma parte, triste, cabizbaja, de los anales del más sofisticado absurdo.

Y bien, cavar túneles subterráneos perforando de punta a cabo el cuerpo de una ciudad “entera y verdadera”, o entrenar a la ciudadanía en el arte del miedo ante la inminente invasión son bagatelas de la historia que no cuentan para nada. Ni cuentan para nada los domingos de pasión, aquellos en los que la iglesia fue sustituida por la milicia. Para que tengas una idea, era algo así como vivir en pie de guerra, con la carabina al hombro y formando pelotones para desenterrar minas tan imaginarias como los unicornios. Nada, que aquella mañana de campaña militar logré escapar del terreno de entrenamiento. A lo lejos se veía la línea horizontal que delimitaba el terraplén. Tendría que caminar aún un par de kilómetros, más o menos, para llegar a la carretera. Y así, pasando inadvertida, poco a poco llegué y crucé. Del otro lado comenzaba el bosque de casuarinas. El mar estaba cerca, el terreno era arenoso. Entonces me di cuenta de que, sin querer, me había transportado a otra dimensión, dejando atrás el estruendo provocado por las ráfagas del horrible entrenamiento para adentrarme en una caja sonora de absoluto relax. Recuerdo que escuchaba una risa en medio del silencio. No era, sin embargo, una risa de esas que dan pánico. No. Era una risa que llegaba del mar, aquélla del viento al mecer las ramas de las casuarinas. Y atravesando el pequeño bosque llegué a la playa. Y al llegar, vi algo muy raro e indescriptible. Creo que, tal vez, era la forma que mi pensamiento había elegido para representar el miedo; recuerdo haber visto un ser extraño en la orilla, algo así como un amasijo de gelatina verde y fosforescente en cuclillas bebiendo agua de mar.

***

Se trataba de un gollem llegado a la isla en medio de una tormenta tropical. ¿Recuerdas la novela de Tolkien? ¿Recuerdas El señor de los anillos? Bueno, quizás, por paranomasia (gollem = Gollum), me vino a la mente un bicho del género, algo por el estilo era aquel extraño personaje. O al menos así lo imaginé. Y para no perder sus señas lo dibujé en la arena. Entonces, como movido por un resorte, el tipo raro y verde, de un salto, se sentó a mi lado para contarme en clave todo lo que había visto desde su llegada a la playa.

Con respecto a mí misma, dijo que yo había perdido la razón y que, por ello, intentaba acercarme al borde de la libertad sin saber que, al fin y al cabo, la libertad nada tenía que ver con la defensa de un territorio nacional. Recalcó que para escapar definitivamente de mi pesadilla bélica tendría que renunciar a escuchar las noticias o a leer aquel boletín de risa que pasaba por periódico en el país. Y yo, también en clave, le respondí que todo ello resultaba imposible dado que, en la isla, había que aprender a apuntarle a la propia sombra para convertirnos en soldados contra el enemigo brutal. Y que cada mañana, al salir a la calle, los carteles repletos de consignas nos daban la caza. Y que de nada valía correr, pues nos alcanzaban siempre. ¿Y qué peores noticias que las consignas?
Gollum (el gollem de mi imaginación) se llevó ambas manos a la cabeza... ¿Pero acaso sabes lo que dices?, respondió. Y yo, ¡qué va!... Por lo regular, casi nunca sé muy bien lo que digo y no hago otra cosa que repetir lo que dicen los demás. También ello forma parte de mi pesadilla bélica. Pero, excepcionalmente, en aquella ocasión sabía muy bien lo que le decía al gollem. Sí. Desde hacía ya varios años llevaba en la mente una consigna, aquella de Dignidad o muerte. Y por ello (para no morir) intentaba desesperadamente alcanzar la vía de la libertad. Pero, ¿cómo hacer para deshacerme del lema bélico con sabor a catacumba? Tal vez, aquel extraño ser imaginario pudiese darme la última clave para lograr mi objetivo.

***

Cada casa tiene un patio aunque no lo tenga desde el punto de vista de su arquitectura, eso me dijo Gollum. Y continuó: Ve allí, a tu patio interior. Y toma la manzana de la vida... Y pensé que era él quien, a tal punto, no sabía muy bien lo que decía: ¡Pero esa manzana que me dices es fruto prohibido en esta isla!, le respondí. Si me agarran robándola, me matan. Y si me matan, ya no podré ser libre... Pero Gollum, al parecer, no reparó en mi discurso. Había tomado un puñado de arena y estaba masticándola. Supuse que tendría que tragar cualquier tipo de materia para subsistir. Podía ver la arena deslizándose a través de su tubo gástrico (el extraño, además de verde y fosforescente, era transparente). Te repito que entres en tu patio y tomes la manzana de la vida, ésa que te han prohibido, dijo entonces. Y fueron estas sus últimas palabras. Gollum desapareció ante mí del mismo modo imaginario en el que había aparecido. No obstante, en mi mente se abrió un abismo: de una orilla, la consigna; del otro, la manzana. Un dilema, pensé. Y tomando de la mano el absurdo de la situación en la cual me hallaba, seguí mi camino hacia la siguiente dimensión.

Caminé durante algunos días. Al menos, eso creo. Recuerdo que pasaba constantemente de la luz a la sombra, lo cual me hizo suponer que pasaba del día a la noche. Por supuesto, el tiempo estaba algo comprimido en mi imaginación. Sé, sin embargo, que después de caminar días y noches (o luces y sombras, igual da) llegué a una puerta muy alta. Estaba abierta, así que no hice más que empujar la puerta para entrar. Efectivamente, en el interior encontré un patio. Y en su centro, un manzano cargadito de frutos. Todos del mismo tamaño. Y entonces, ¿cuál sería la manzana de la libertad? Porque no era posible que hubiesen tantas libertades en este mundo.
No me quedaba otra alternativa que la de elegir. ¡Con el trabajo que me cuesta...! Sobre todo, porque no sé qué hacer con aquello que no elijo. Pero como todo esto que te cuento forma parte del absurdo, igual da que lo creas o no. (Si te estoy personalizando es porque necesito a alguien que me lea). En fin, me acerqué al manzano y tiré de su rama más baja. De ella colgaban unas cuantas manzanas muy rojas y tentadoras. Pero no tomé ninguna. Estaban demasiado bajas y asirlas era demasiado fácil para mí. Y a pesar de que no soporto trabajar en balde, pensé que, en tal ocasión, debería seguir buscando hacia lo alto de la copa del árbol. No muy alto, claro. Podría caer en el intento. Así que, pasando por la mar de rasguños y cayendo dos o tres veces, logré encaramarme en la parte central del manzano. Sin embargo, había tomado de la mano el absurdo. Ello no me permitía seguir agarrada a la rama con una mano y tomar la fruta con la otra (una de las dos permanecía ocupada). Pero no me ofusqué. Ideas he tenido siempre. Y a pesar de haber creído que ninguna había sido jamás obra de mi pensamiento sino del de los demás, en aquel instante pude reconocer que el ingenio era el fruto más preciado de todos: Con la mano que tenía libre sacudí las ramas centrales del árbol. Decenas de manzanas cayeron al suelo. Ahora, se trataba solamente de bajar y escoger. ¿Cuál? Pues, me daba lo mismo. En realidad, había ya escogido mi propia estrategia. la mía. Mi estrategia de combate. Sacudir el manzano para que cayesen las frutas. Mi estrategia era obra de mi arte y de mi pensamiento. Entonces, llegué a la conclusión de que las consignas y los lemas nada tienen que ver con las ideas. Y que la libertad es una idea brillante, verde, fosforescente, transparente, etérea. Y que puedo conversar con ella cuantas veces desee, sin miedo, sin presiones, sin tiros al blanco.

***

Regresé del absurdo aquella misma tarde en la que dormía un profundo sueño. Y al buscar de nuevo el campo de entrenamiento, vi que todos habían marchado.Yo, que había escapado de la muchedumbre uniformada, no hice otra cosa que entrar en un bosque de casuarinas (muy verde, por cierto) para quedar atrapada por la risa del viento entre las ramas.

Hasta aquí recuerdo.

Lo demás; es decir, lo del gollem en la orilla de la playa, lo del patio y el manzano y lo de las brillantes ideas que pendían de sus ramas... Bueno, a decir verdad, todo eso ya lo he olvidado. Mañana iré, de nuevo, a cavar túneles en el ombligo de mi ciudad. Luego, sin pensar demasiado, me sumaré (¡súmate! , genuina consigna que también he olvidado...) a las escuadras de escarabajos que hay bajo tierra, siguiendo de cerca la organización impecable con la que trillan su camino. Y cuando me aburra de estar allí, en el reino subterráneo urbano, saldré a la superficie a gritar las consignas que leo en los carteles desde que abrí mis ojos a este mundo. No me parece un mal plan de trabajo. No sé tú, ¿qué crees? 










sábado, 23 de agosto de 2014

Desde el interior del bar.



Por Astarté.
León, España.



No paraba de llover. Desde el interior del bar la lluvia parecía una cortina divisoria entre la ciudad y el refugio de los que no saben cómo encontrar el camino de regreso a casa. Y bien, allí estaban los de siempre, empalmados y carentes de iniciativas. Riendo y hablando a ráfagas sin tema definido. Hay quien dice que en el bar no surgen las iniciativas y que nada supera la noria de caer en la nada y nada más. No obstante, a veces ocurre algún milagro. Así, aquella noche de lluvia, a un tal hombre visto siempre en la misma esquina de la barra se le ocurrió una brillante idea: Construiría un sitio para almacenar el sentimiento de soledad de todos y de cada uno de los allí presentes. Y o su idea fue tan grande que superó las posibles dimensiones de tal sitio imaginario, o quizás el sitio era demasiado pequeño para contener tanto vacío. Nunca se supo la verdad.

jueves, 31 de julio de 2014

Hablo de los ochenta.

    

     Por Astarté.
     León, España.

       Me gustaba el ritmo de la percusión en tiempo de carnaval. A todos nos gustaba. O a casi todos. Me refiero a los que allí vivíamos y a quienes dejamos buena parte del tiempo entre sones y desaforados pasos de conga. Como si la vida fuese eso: una fiesta. Bueno, a veces lo era. También para ella, cuyo nombre... ¿Cómo era su nombre?... ¡Bah! A decir verdad, la memoria no es garantía de nada. A veces nos traiciona. Pero el nombre de esa chica podría haber sido cualquiera y no importaba. Para los demás era “la tiburona”. El caso es que a “la tiburona” la cogieron un buen día robando y la metieron en “el tanque” como pasto de cucarachas. Bueno, de más está decir que robar iniciativas es algo que supera al robo de coches o de dinero o de oro. Así, con todo lo astuta que era... (Congelaba los proyectos que robaba en el congelador, con las postas de pollo, para no ser descubierta por los de seguridad)... Pero, la pobre, no tuvo cuidado en borrar sus huellas de las paredes de aquella habitación. Afuera se agitaba la gente detrás de la comparsa y una lluvia de cerveza mojaba a la muchedumbre. Adentro, sin embargo, llovían los proyectos; por ejemplo, cómo hacer para ser libre. Y “la tiburona” tentó fortuna y entró en aquella habitación que daba pena y robó el proyecto. Como quien dice, se acercó a una orilla muy peligrosa. Y no me extraña que no recuerde su nombre. Desde aquel entonces ha llovido demasiada cerveza y han sonado más tambores de la cuenta. Hablo de los ochenta. Cuando leíamos manuales estalinistas y comíamos una cosa rara llamada “picadillo de soya (soja)”. De “la tiburona” no supimos nunca más. Al caer en desgracia, sus amigos la abandonamos. Nada del otro mundo. La desgracia no gusta a nadie.

martes, 15 de julio de 2014

Un juego que olvidé.

Adiós a la infancia, óleo de Lucrecia López Peña, Argentina.


Por Astarté.
León, España.



Alguien dijo una vez que recordar es volver a vivir. Quizás sea esta la razón por la cual evito remembrar lo que me ha golpeado en la vida; por ejemplo, algún desenlace fatal, o la pérdida de algo o de alguien bien querido, o las horas de soledad. Y es que recordar cosas como estas me llevan a desempolvar un viejo cajón de posesiones reales o ficticias, por error, tal vez. O no. Pero si esto de que recordar es volver a vivir es cierto, aplico la fórmula del Cógito ergo sum  (Pienso luego existo) para reiterar que soy el resultado de mis ideas, que es igual a decir, de mis actos personales, asteriscos imaginarios que ayer fueron concepto y que mañana serán trazos de historia. Por ello, piensa en mí. Al menos, por aquello de volver a vivir. Que me resulta difícil encontrarte de nuevo, así, escurridiza, breve. Tímida. Ingenua. Búscame, que me cuesta sangre divisarte en mi almacén virtual del tiempo y te me pierdes. Mírame con tus ojos de recién llegada al mundo de la falsedad y la mentira humanas. Revela mi imagen en la escuela, en el álbum familiar, en el parque, donde quieras, igual da. Y luego, vuelve a mirarme transformada en círculo de sueños. Los amigos de una vez o la sed de triunfo. Y, de paso, obsérvame ya grande; es decir, desgastada por el vicio y las costumbres. Descubre, en fin, la óptica precisa para darme vida en el cuadro del recuerdo. Un juego que olvidé. Infancia.

jueves, 12 de junio de 2014

Recorte erótico.

  Por Astarté.
   León, España.


  

¿En qué pensaba cuando le acarició los pechos, dejando sus pezones tan erectos como botones de rosa en miniatura?, eso ella nunca lo supo. Sólo supo que estuvo así, más o menos media hora, enervando sus deseos escondidos. Y luego nada. Él dejó su flor abierta, sus pétalos mojados bajo la lluvia, sus bragas húmedas...¿Digo húmedas? Pues no. ¡Empapadas! Y entonces, el mar. La orilla también. Y él, por supuesto, insistiendo (para colmo) con los dedos enredados en su pubis, tejiendo minúsculas vibraciones. Pero a todo ello faltaba la música. Faltaban sortilegios para un breve encuentro de aves migratorias. Faltaban los acordes de cierta canción romántica. (¿Romántica?...)Y así, mientras su caja musical vibraba, él, allí, de frente a ella...¡Menudo idiota!


 Más tarde, en medio de la noche cuando la lujuria se instalaba en el centro de la cavidad celeste, ella abandonó la orilla y se metió entre las olas. Su piel, dorada a la luz de la luna, retazo de terciopelo con la textura de la miel, brillante. Y el cuerpo torneado quería sonar una copla musicalizada en sueños... 


¡Vaya noche! Él aún en la orilla. Y ella allí, muy cerca de él, pero ya no en la orilla, sino en la marea, repleta de sal. Abarrotada de arpegios contenidos.



Y cuando la luna, por fin, cubrió el punto más alto de su locura, desnuda como estaba fue de nuevo a su encuentro. ¿Te gustan mis pechos?, le preguntó. Él sonrió y se levantó de su silla de arena y se fue andando, lentamente, hasta perderse en un punto del planeta. Mientras tanto, la guitarra, solitaria, quedaría en medio de la noche. Tocando una canción de extraña melodía.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Recorte onírico.


Por Astarté.
León, España.

(Tomado de la serie de viñetas imaginarias (y en plena construcción) Recortes para un puzzle).


Y bien, estaba escribiendo algo sobre el tiempo, la eternidad, los relojes, las horas. Y desistí, luego de haber pensado cómo hacer para llenar renglones con lo que no puedo, ni siquiera, imaginar. (Digo “no puedo imaginar” el tiempo y la eternidad, porque lo otro, eso de las fechas, los relojes, etc., eso es pan roído. Aburre.) Me dediqué entonces a diseñar borrones acerca del visible espacio. 


En fin, era una casa llena de recuerdos, telarañas y polvo. 


En un rincón, a contraluz, Oniris, sentada en un sillón... (¡Vaya coincidencia! Se mecía como un péndulo. No quería escribir nada sobre el tiempo y ya ves...). Al parecer, también el polvo y el tapete enmohecido estaban allí, para obsequiar un guiño a la imaginación (De nuevo, el tiempo: el espacio enmohecido, empolvado, lleno de recuerdos...). Quizás no exista el espacio más allá del tiempo. Es posible, tal vez... Me levanté de mi escritorio. Cerré el Word sin guardar una copia de las charranadas recién escritas. ¡Y nada! Me di cuenta de que era de noche y pensé: otra vez el maldito tiempo que me acosa. Y fui al espejo del baño. Lucía un par de ojeras desafiantes. Y pensé que el puñetero tiempo seguía pisándome los talones. 


Y para no pensar más en ello, me fui a la cocina, preparé la cena, programé el microondas... 



¡Oh, no!, programé he dicho, que es igual a decir que mi cena se calentaría en un “tiempo X”...¡Y menos mal que soñaba en el sillón! Porque de lo contrario, juraría que existo. 

sábado, 3 de mayo de 2014

Historia en silencio.




Por Astarté.
León, España.


    No hago historias, no escribo historias, no leo historias. Las historias están ahí, aquí o allá y  me superan, fueron estas las últimas palabras del vecino que tanto amé en los días de mi juventud. Quiero aclarar, por cierto, que la casa de mi historia estaba solamente en mi brutal fantasía y que el vecino no tenía, ni nombre, ni sexo, ni edad. Era, no más, que una historia de esas que no pueden ser contadas. Una de esas que, por no hablar, callan para siempre.

domingo, 13 de abril de 2014

Filosofando: Quien nos "enseñó" a "pensar".


Por Astarté.
León, España.


...Cuando se muere en brazos de la Patria agradecida
La muerte acaba, la prisión se rompe,
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!...[1]

Una generación; tal vez dos generaciones o más de cubanos recordarán estos versos de José Martí usados como “lema”. Yo, en especial, los rememoro y me vuelvo a ver adolescente, de pie, junto a la mesa de un aula de secundaria básica, cacareando estas bellas frases cada día antes de iniciar la primera hora de lección. Confirmando eso que llaman “espíritu patriótico” a través de la reiteración verbal y colectiva (por supuesto, colectiva) de estos versos o de otros. Versos o frases de algún poema de autor “comprometido” con la causa política, de algún discurso, etc. usados, retóricamente, siguiendo el modelo del three part list de los oradores políticos[2]. Y en el caso de José Martí, “autor intelectual” del asalto al cuartel Moncada, “apóstol” de Cuba... Bueno, en su caso, uno de nuestros más grandes poetas, excelente periodista y gran escritor, maestro, hombre honesto de exquisita sensibilidad. Pues bien: “había” que impregnar la atmósfera nacional de romanticismo para entrarle con fuerza a la imprescindible sensación de que por eso que llaman “Patria” habría que darlo todo, la vida si era preciso. Así, la idea de muerte devenía obsesión en nuestras cabezas instruidas, porque: Morir por la Patria es vivir (de nuestro Himno Nacional[3]). Y Patria y Revolución quedaban como términos poéticamente preestablecidos a través de un símil puntual e inigualable. En fin, que aprendimos a morir antes que renunciar al sacrifico que nuestros dirigentes políticos pedían como ofrenda a la condición de haber nacido en un suelo así  patriótico.

No sé aún quién nos “enseñó” a “pensar” y de qué forma. La matrix, universalmente controlada por “la mano poderosa”, tiene muchas variantes e hilos conductores pre-construidos a fin de manipular nuestras mentes. Recuerdo, por ejemplo, aquella tarde en la que una compañera de escuela, amiga personal, recibía la cruel noticia de la muerte de su hermano en Angola. Lloraba y, al mismo tiempo, se sentía orgullosa de ser la hermana de un mártir de la Patria (eran tiempos aquellos de ferviente internacionalismo, en el que teníamos más de una Patria...). Y bien, algo me hace pensar que el orgullo y la muerte nada diferencian a un suicida kamikase de un patriota aguerrido porque son, en términos prácticos, una y la misma cosa. Hay una carga de fanatismo religioso en ambos casos. Y nosotros éramos todos cofrades y soldados de una guerra jamás declarada pero siempre efectiva. Así, no sólo morían hombres y mujeres en el anonimato: También la ciudad empezó a morir sin darnos cuenta. 

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Fotografía de una cubana salida de su casa en La Habana Vieja.

Y empezó a morir, lentamente, nuestra idea del deber familiar, derrumbada por las armas del deber patrio. Y para sobrevivir, construimos en la destrucción de la ciudad y del porvenir túneles subterráneos donde guarecernos, como hormigas, en medio de una tormenta que vendría del Norte revuelto y brutal, cataclismo anunciado a diario (anuncio perenne que devanaba nuestras mentes).  Teníamos, pues, que educarnos para sobrevivir ante las dificultades de una revolución que, según las primeras consignas, había nacido sólo para que viviésemos mejor... ¡Cuánta historia!... Y luego, cuántas muertes en el canal de La Florida de aquellos que, intentando superar el vicio de morir por la Patria, preferían encontrar la muerte entre los colmillos de los tiburones porque había que escoger: o ¡Socialismo o Muerte! o ¡Libertad o Muerte! para no morir. Insuperable contraste del arte surrealista: el martirio anunciado de los nuevos santos anónimos, nacidos en la matrix de la "Isla de la Siguaraya", donde la gente ríe, baila y vive más por instinto que por dicha. Pero eso sí: todos educados a pensar a la grande. Con un nivel intelectual envidiable.

Y aquí va la fábula que concluye este drama de una muerte anunciada: Había una vez un país de hormigas, las cuales, llegadas aquellas fechas históricas y conmemorativas, se conglomeraban bajo el sol gritando (eran hormigas que aprendieron a gritar) consignas. En fin, eran hormigas oradoras y guerreras. 

Aprendieron a almacenar sueños y a guisar hojas de plátano para sustituir la carne vedada por la ira del bloqueo (y muy nociva, por cierto). Aprendieron a creer que la muerte era posible en cuestión de horas, quizás de segundos. Aprendieron a formarse en escuadras y a estar listas para la invasión que sobrevendría en cualquier momento. Aprendieron, además, a combatir y a morir por “causas justas” aun fuera de sus límites territoriales. Eran, en fin,  hormigas románticas. Hasta que un día llegó la tormenta: un viejo muro fue derribado por su propio peso. Y las hormigas se vieron en medio de un remolino, con sus cargas a cuesta y sus sueños invadidos. Entonces, llegó la guerra. No la de los monstruos del Norte revuelto y brutal, sino aquella de la vida real, gobernada por las manos manipuladoras de grandes compañías y poderosos bancos mundiales. Y fue éste el momento en el que las hormigas, que habían sido “educadas” a pensar en los conglomerados, comenzaron a disiparse para inventar, con lo que tuviesen a mano, hormigueros lo más parecido posible a aquellos del otro mundo, el de las serpientes. (¡Quién diría que Sueño con serpientes[4] funcionaría como fatal profecía en el Paraíso de la aguerridas hormiguchas!)... Bueno, jaranita aparte, la verdad es que las hormigas, así, sin saber cómo, sin necesidad de versos y lemas, llegaron a la conclusión de que la muerte no era alternativa a la lucha por la vida. Y entre paréntesis, como hormiga otrora (¿y aún?) perteneciente a aquel romántico conglomerado, confieso sentirme algo aliviada. Pues a pesar de saber que al final no nos libraremos de la mano poderosa que manipula nuestras conciencias; a pesar de intuir que la guerra del asco monetario aniquilará a los más débiles (volveremos a la ley de selección natural transpuesta a nivel de hormiguero) sé, al menos, que podré volver a leer a José Martí sin cacarear sus versos en absurdas consignas. Al menos, él murió por voluntad propia. Cuando había una verdadera guerra, si bien cargada de romanticismo, por la independencia.




[2] Véase, por ejemplo, The Microanalysis of  Political Communication: Claptrap an Ambiguity de Peter Bull  en: http://books.google.es/books?id=qyWDAgAAQBAJ&pg=PA30&lpg=PA30&dq=three+part+lists+political+speeches&source=bl&ots=8Yq1lfDRrq&sig=2cSYnCjUfZ
[4] http://youtu.be/InH-iUD_7e8, Sueño con serpientes, Silvio Rodríguez.

miércoles, 26 de marzo de 2014

El hombre que optó por leer del otro lado de la página.




         Por Astarté.
    León, España.


Dándole vueltas a la situación optó por leer la página por tercera vez pero nada entendía. Era como si aquellos renglones se agolpasen ante el raudal de su lectura y las letras, estrictamente impresas en la hoja de una revista de actualidades, se esfumasen al toque de su pensamiento. Estaba aturdido. No obstante, volvió a leer por cuarta, por quinta vez... ¡Y nada! Al parecer, su nivel de comprensión lectora había caído en un abismo de paralelogramos imaginarios. Por ejemplo, si leía: “Mal tiempo en las próximas horas”, entendía algo así como “El tiempo expira en una hora”... O si leía: “Accidente aéreo en el pacífico”, su imaginación le conducía a “Exterminio de ángeles en el océano”. Por tanto, llegó al convencimiento de que el mundo en el que estaba viviendo se limitaba al simple reciclaje del Caos. Vamos a decir que se llamaba Honorato, en honor a la demencia. Vamos a decir también que este hombre de rauda imaginación y extraño entendimiento había perdido eso que llamamos “sentido común”, tal vez como consecuencia de  su afán por comprender lo lógicamente incomprensible.



Era de noche cuando le sacaron de su cuarto en un estado de delirio tal que no me atrevo a describir por no saber cómo hacer para describir la imagen del éxtasis. ¡Mire usted!... Abrir un pequeñísimo agujero en el centro de una de esas páginas y escapar hacia el otro lado de la vida sin dejar huellas y sin decir adiós. En fin, que también otros intentaron seguirlo en tamaña aventura. Pero, a decir verdad, pocos lo lograron. Y aquellos que lo hicieron regresaron cargados de espejismos. Esta es una ciudad cualquiera. Aquí, como en todas partes, la gente nace, se reproduce y muere.

lunes, 10 de marzo de 2014

Filosofando: Un viaje inverso hacia el reino de Imago.



Por Astarté.
León, España.


Recientemente, Neo Club ediciones ha publicado Viaje inverso hacia el reino de Imago. Su autor es Manuel Gayol Mecías, viejo compañero de tantos viajes y batallas, cuando emprendíamos, en nuestro andar cotidiano, la peregrinación poética de los marginados (ingenuos) en la Isla de Cuba. Y bien, en su libro Manuel ha reunido pensamiento y obra de siete escritores, los cuales, de una forma u otra, con mayor o menor reconocimiento y celebridad literaria, han reflexionado sobre metafísica, poesía y trascendencia de la conciencia humana. Hoy me complace ver mi nombre entre estos siete autores. Es más, estoy satisfecha de verme, tal vez en modo inmerecido, junto a pensadores cubanos que han dedicado buena parte de sus vidas y quehacer literario a la maravillosa faena de CREAR. Por supuesto, la publicación de Viaje inverso hacia el reino Imago no podía quedar a oscuras en el blog de Astarté. Doy, por tanto, las gracias a Manuel Gayol por haberse detenido, con pasión, en las páginas de mi ensayo De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad[1] para hacer nacer de ella su Epístola Virtual a Rosa Marina González-Quevedo, incluida en Viaje inverso hacia el reino de Imago.

Leyendo Viaje inverso hacia el reino de Imago he reconocido que mis ideas esbozadas en el mencionado ensayo no fueron (y no son, ni mucho menos) fruto de algún estado de alucinación personal. Nada de eso. Claro, tenía que existir una prueba, ante los ojos incrédulos de esta servidora, de que no fantaseaba. Propongo, pues, a mis lectores, que se abandonen en los brazos de la paciencia y lean, en breves, lo nuevo que he descubierto tras la lectura de Viaje inverso... Veamos quién gana: si la locura del saber o el coraje de la poesía. O ambos (esto último es lo más probable)... Muchas gracias.

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UN VIAJE A UNIVERSOS PARALELOS: EL VIAJE DEL POETA.

Como afirmo en renglones anteriores, hace ya algunos años escribí el ensayo De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad, inspirada, ante todo, por el insaciable apetito de viajar que me caracteriza. ¿Snobismo de mi parte? Todos tenemos la posibilidad de viajar y, de hecho, todos viajamos (aun sin tener los suficientes recursos para hacerlo). Hay viajes geográficos que cuestan mucho dinero; hay otros más económicos. Hay viajes que requieren un mínimo de preparación. Hay otros qu no se preparan, por ejemplo, los que realizamos mentalmente a través de la memoria (el recuerdo de lugares lejanos y de tiempos pasados) y de la imaginación. Y hay otros viajes cuya realización prescinde de todo lo dicho anteriormente. Me refiero a los llamados “viajes astrales” o “viajes del aura” o del alma: Estos nos conducen a universos paralelos, a planos o dimensiones que no son las que conocemos a través de los sentidos y la razón, sino, sobre todo, a través del sueño. Y bien, es así que todos viajamos. Es más, podemos ser diferentes en cuanto a pensamiento, ideología, cultura, sensibilidad, experiencias, etc. Hay, sin embargo, algo que nos iguala a todos los seres humanos: el viaje que realizamos a través del sueño. ¿Me equivoco? Puede ser.

¿Hacia dónde viajamos en sueños? Pues bien, diríamos que nos transportamos a planos que coexisten con la realidad físico-cronológica conocida como Historia, desde el instante en el que nuestro cuerpo físico deja escapar, por breve espacio y a corto plazo, el cuerpo astral o alma. ¿A dónde va el alma? Pues, eso ni ella misma lo podría anunciar, en caso que el alma hablase. En sus viajes astrales, el alma conoce, vive, experimenta, re-conoce... Y luego, tras explorar y experimentar, regresa a “encajar” en ese cuerpo orgánico que quedó quieto, en reposo, bajo la cortina del sueño. Luego, la mente podrá hacer ejercicios de memoria para tratar de recordar lo que el alma aprendió y aprehendió en su viaje por otro universo paralelo. Pero, ¿podremos recordar todo lo soñado? Bien sabemos que no. Bien sabemos que, en muchas ocasiones, no podemos, ni siquiera, decir si hemos soñado o no. Pero aún así, nuestra alma ha traído consigo nuevas vivencias.

Hoy reconozco que al escribir De la luz y sus contrastes... no hice otra cosa que describir mi viaje personal, que es, en fin, el viaje del poeta. Resumo, brevemente, las ideas principales de lo que escribí en este ensayo: El poeta o creador de metáforas, desde su espacio histórico, penetra a través de un punto de inversión dimensional (una especie de “agujero de gusano” o “agujero negro”) al cual llamo “ojo de la aguja”. ¿Y dónde entra el alma a través de este agujero? Pues, entra el un universo “inverso” al histórico: el reino o mundo de Imago (plano de lo imaginario). Propongo este esquema para ilustrar la idea de la inversión dimensional  Historia-Imago, cual conos inversos: 

      

Un evento en un cono de luz temporal, según el Principio de Causalidad (Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_la_relatividad_especial)


He llamado, metafóricamente hablando, “ojo de la aguja”  a ese punto o agujero de inversión dimensional. Y lo hecho así a fin de establecer un símil entre el alma del poeta y el hilo que usa un sastre para ensartar la aguja con la que cose. El hilo es lo que mantiene unidos Historia e Imago. Y bien, igual que el hilo del sastre, el alma del poeta pasa a través del “ojo de la guja” para llegar a esa otra dimensión, inversamente proporcional y coexistente, donde le aguardan las imágenes cuales estatuas de sal, dormidas. Así, de un plumazo, el poeta toca las imágenes, las despierta y las trae consigo al mundo de la Historia en forma de imágenes poéticas. Entonces, ¿no es, acaso, el viaje del poeta hacia el reino de Imago el mismo viaje del alma en sueños?

Todos somos poetas (todos creamos). Todos soñamos (la danza onírica mientras dormimos).  Todos realizamos viajes astrales, lo sepamos o no, recordemos o no. Claro, hay poetas que no regresan del todo de sus viajes por el mundo de imágenes. Y estos son los grandes creadores:

Independientemente de ello reconozco que hay poetas (creadores, artistas) que alguna vez hicieron su primer viaje a Imago y no regresaron. Se mantuvieron en su condición – preestablecida por su propio destino de vida – de poeta en Imago, o poeta de la contemplación...[2]

Pienso, no sé por qué... Pienso en Pitágoras, Platón, Mozart, Dalí, Shakespeare, Walt Whitman, T. S. Eliot, Calderón de la Barca, Teilhard de Chardin, Lezama Lima... Pienso en nombres como estos y como tantos que quedaron en el reino de los iniciados. Son los grandes creadores. En fin, hay poetas cuya alma es eterna peregrina a través del universo, lo cual explica, pienso, la universalidad de su obra.



[1] Rosa Marina González-Quevedo, De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad, en Metanoia, São Pablo, Universidad de São Joao del Rey, No. 5.
[2] Manuel Gayol Mecías, Viaje inverso al reino de Imago, Neo Club ediciones, 2013, pp.18.