Adiós a la infancia, óleo de Lucrecia López Peña, Argentina. |
Por Astarté.
León, España.
Alguien dijo
una vez que recordar es volver a vivir. Quizás sea esta la razón por la cual
evito remembrar lo que me ha golpeado en la vida; por ejemplo, algún desenlace
fatal, o la pérdida de algo o de alguien bien querido, o las horas de soledad.
Y es que recordar cosas como estas me llevan a desempolvar un viejo cajón de
posesiones reales o ficticias, por error, tal vez. O no. Pero si esto de que recordar es volver a vivir es
cierto, aplico la fórmula del Cógito
ergo sum (Pienso luego existo) para
reiterar que soy el resultado de mis ideas, que es igual a decir, de mis actos
personales, asteriscos imaginarios que ayer fueron concepto y que mañana serán
trazos de historia. Por ello, piensa en mí. Al menos, por aquello de volver a
vivir. Que me resulta difícil encontrarte de nuevo, así, escurridiza, breve.
Tímida. Ingenua. Búscame, que me cuesta sangre divisarte en mi almacén virtual
del tiempo y te me pierdes. Mírame con tus ojos de recién llegada al mundo de
la falsedad y la mentira humanas. Revela mi imagen en la escuela, en el álbum
familiar, en el parque, donde quieras, igual da. Y luego, vuelve a mirarme
transformada en círculo de sueños. Los amigos de una vez o la sed de triunfo. Y,
de paso, obsérvame ya grande; es decir, desgastada por el vicio y las
costumbres. Descubre, en fin, la óptica precisa para darme vida en el cuadro
del recuerdo. Un juego que olvidé. Infancia.