PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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sábado, 29 de junio de 2024

SOBRE LA MARCHA: EL DIÁLOGO CON EL SILENCIO



Silencio
Foto de uso gratuito bajo licencia de Pixabay.

  ¡Tranquilos, amigos míos!, mi intención no es escribir frases rebuscadas ni pedirlas a cambio en SOBRE LA MARCHA, nueva sección de Cuenta Conmigo. Más que nada, aspiro a declarar lo que me nace en el corazón sin entrar en reflexiones ni disquisiciones.  Por cumplir con compromisos sociales, olvidamos a veces la importancia de estar con nosotros mismos; manipulados por el miedo del qué dirán los demás, nos precipitamos a realizar acciones en las que creemos que nos va el prestigio y el éxito. Y así, un buen día, terminamos escribiendo discursos viandantes que en su mayoría acaban durmiendo en el cesto del bla bla bla. Al final, nada hemos dicho de la felicidad, si somos felices o no. ¿Lo somos?

  Por supuesto, me podéis requerir diciéndome que este artículo tiene un tono poético en el que abundan oscuras metáforas y que, por ende, no hay claridad expresiva en el texto y que… ¡Blam!, es mejor cerrar la puerta y pasar página. Sin embargo, la prisa nunca es buena consejera y antes de hacer juicios os invito a deteneros en el tema propuesto: el diálogo con el silencio. ¿O acaso no es cierto que el silencio habla y nos dice todo aquello que transmite el corazón?

  Soy una mujer que ha pisado ya la habitación de su sexta década y hasta ahora no he hecho otra cosa que andar a trompicones por este mundo. No obstante, a pesar de mi inconsciente ir y venir, he logrado una vida privada en la que entran hogar, trabajo, presente y memorias. ¿Y de mis anhelos? Pues bien, desde muy temprana edad descubrí mi pasión por la escritura y daría siempre un paso por delante de mí misma para dedicarle el alma. Todo sumado, puedo decir que soy feliz: a día de hoy tengo un compañero de vida de quien aprendo y a quien amo, amigos con los que comparto acontecimientos placenteros y (desde luego) también tristezas, una gata tierna y malcriada que nos presta la casa para que vivamos en ella, viajes y comodidades. ¿Fracasos?; estos también, desde luego: la distancia de mis seres queridos y viejos amigos y la sensación de ausencia generada por ella. En fin, experiencias alcanzadas a golpe de martillo, pérdidas y logros, muchos proyectos en mi cabecita y otros elementos que entrarían en una larga lista del qué he hecho y del qué hago. Sin embargo, si algo hay de grandioso en mi vida, lo es el descubrimiento de la necesidad de vivir en mí guiada por un viejo amigo: el corazón. Quizá ello explica por qué me resulta imprescindible sacudirme las alas y respirar profundo para continuar mi vuelo.

  Necesito soledad para conversar con el silencio. Este, por su parte, me dice que hasta que no eche de mi casa a mi importancia personal no seré totalmente libre y que sin libertad no hay cielo. Por ser tan sincero, le he creído. ¡Vaya amigo que tengo escondido en el pecho, este corazón que será el último en decirme adiós antes de partir al infinito! Mientras él lata, aquí estaré… Y sí, aquí estoy, en diálogo con él, tomando nota desde este rincón de mi escritorio.

¡Nos vemos SOBRE LA MARCHA, amigos!

jueves, 23 de octubre de 2014

La fábula del hombre-sombra y el perro.



Por Astarté.
León, España.


El perro le seguía por todas partes. Era blanco y negro y gordo. Parecía un ternero y no un perro. Posiblemente, lo peor de tener al animal pisándole los talones día y noche era que, a pesar de ser un tipo invisible, tarde o temprano todos llegaban a enterarse de su ubicación en tiempo y espacio. No por él, hombrecito insignificante, ensombrecido por tanta soledad. Sino por la bestia. Y es que el animal no era, ni siquiera, suyo. Era uno de esos bastardos abandonados y, por fortuna, adoptados en el seno de la comunidad. Alimentado por varios vecinos (gracias a las almas de buen corazón que aún subsisten). Tenía, además, un rincón donde guarecerse, en el traspatio de una tienda abandonada del vecindario. Nada mal para un perro callejero, ¿no? En fin, que por alguna razón, el animal le seguía por todas partes. Y el hombre-sombra (digamos el protagonista de este breve relato) no usaba otro medio de transporte que no fuese aquél que sus propias piernas le proporcionaban. Iba y venía, caminando por todas partes, de un lado a otro de la ciudad. Cruzaba los espacios periféricos, llegaba al monte y regresaba. Siempre andando. En compañía de su fiel amigo.
Así, mientras más tiempo pasaban juntos, más advertía las cualidades extraordinarias del can; por ejemplo, la capacidad de observar y de guardar silencio. O bien, la aceptación emocional de ser y de estar aquí, en este mundo. O la virtud de agradecer el pan de cada día, precioso don espiritual que los hombres habían perdido ante el triunfo del consumismo. Y luego, con eso de los festivales y de las manifestaciones populares por doquier; con eso de las fiestas, ferias, mercadillos... marchas por esto y por lo otro... concentraciones... altavoces... gritos... Con todo eso, el afán por obviar la fuerza del silencio era impresionante. Y las ideas... ¡LAS IDEAS!... Las ideas de la ciudadanía estaban preñadas de un bullicio extraordinario. De una algarabía de jauría organizada. Rebaños de seres gritones pastoreados por líderes, cuyos  gritos, a su vez, saltaban desde lo alto de las tarimas para disiparse por todo el aire. Y mucha música estridente. Sí. Mucha música estridente, electrónica, impersonal. Y voces enredándose en el ir y venir de la muchedumbre por calles anegadas de tiendas. Y tiendas y más tiendas concentradas en espacios también estridentes, donde hay muchas luces artificiales y anuncios enlatados para vender y vender y vender... y vender. Y vender.
Por supuesto, tanto bullicio marginaba, cada vez más, al hombre-sombra y a su perro de la dimensión de los seres tangibles. Hasta que, un día, nuestro peculiar héroe del silencio se dio cuenta de haber fundado una especie de partido, en el cual él era el líder y el animal el único adepto. Y lo llamó “Partido de los insignificantes”. Pero nada fue peor que aquella idea de darle nombre al partido en el que él, germen ocasional de plazas solitarias, militaba desde hacía mucho tiempo.
Fue así que el hombre-sombra puso precio a su silencio. Y por ello, cuando los demás se enteraron de que el significado del silencio tenía buen precio, quisieron venderlo y comprarlo. Y nada. Sucedió lo de siempre. La prensa, la radio, la televisión y toda esa parafernalia comunicativa. Los periodistas a dar el famoso “palo” informativo y demás. Hombre y perro en primera plana, ganando la fama, experimentando el reto del bullicio. Perdiendo su propia esencia. Petrificándose hasta convertirse en monumento territorial. Y, como era de esperar, llegaron los políticos de tal y más cual vertiente. Y el “Partido de los insignificantes” quedó disuelto en carteles propagandísticos.

A partir de entonces, la ciudad perdió, definitivamente, su rostro más real.

lunes, 17 de junio de 2013

PÁGINAS DE UN DIARIO: EL SILENCIO.




Por Astarté.
León, España.


Hoy, para variar, abro de nuevo el pensamiento a la inútil contemplación de mi propia imagen, de frente a un espejo atiborrado de gotas de agua que lo empañan. Y nada veo de extraño, a no ser a mí misma, corriendo sin brújula por un laberinto de ideas que me atrae y, raramente, me abandona (excepto en aquellos escasos instantes de extraña lucidez). Luego, lentamente, mi silueta se expande. Logra traspasar las fronteras del Totum para abandonarse en el océano del Quantum...  Mientras tanto, intento no abusar de frases o enunciados que harían de mí, para variar, un ser al margen de los otros. Difícil juego éste de tirar canicas cargadas de humo al centro del tablero. Y recogerlas, de nuevo, huecas. Como la palabra.