Por Astarté.
León, España.
Miro atentamente la imagen de mí misma en un espejo de muecas, gestos,
espasmos... Veo, irremediablemente, que se trata no de mí, sino de la mismísima
vida que vuela y vuela. No soy capaz de sujetarla con mis manos. Siempre
escapa. Y me pregunto a dónde va. Entonces decido andar sin rumbo. Observo mi
entorno y veo gente que alucina. Quedo boquiabierta. No por la vida en sí, sino
por mí misma. Por lo irremediable de esta forma extraña de ver imágenes que van
y regresan a través del espejo. Y al final, qué más da. Puedo aún usar el
sentido de la vista para ver lo que no quiero y tomarlo como mérito o como
recompensa por conservar la lucidez, a pesar del humo. Fueron sus últimas palabras. Y luego marchó, sabrá Dios a dónde. En el
camino se pierden hasta las huellas, por no decir el rumbo.