Por Astarté.
León, España.
...Cuando se muere
en brazos de la Patria agradecida
La muerte acaba,
la prisión se rompe,
¡Empieza, al fin,
con el morir, la vida!...[1]
Una
generación; tal vez dos generaciones o más de cubanos recordarán estos versos de José
Martí usados como “lema”. Yo, en especial, los rememoro y me vuelvo a ver
adolescente, de pie, junto a la mesa de un aula de secundaria básica,
cacareando estas bellas frases cada día antes de iniciar la primera hora de
lección. Confirmando eso que llaman “espíritu patriótico” a través de la
reiteración verbal y colectiva (por supuesto, colectiva) de estos versos o de
otros. Versos o frases de algún poema de autor “comprometido” con la causa
política, de algún discurso, etc. usados, retóricamente, siguiendo el modelo del
three part list de los oradores políticos[2].
Y en el caso de José Martí, “autor intelectual” del asalto al cuartel Moncada,
“apóstol” de Cuba... Bueno, en su caso, uno de nuestros más grandes poetas, excelente periodista y gran escritor, maestro, hombre honesto de
exquisita sensibilidad. Pues bien: “había” que impregnar la atmósfera nacional
de romanticismo para entrarle con fuerza a la imprescindible sensación de que por eso que llaman “Patria” habría que darlo todo, la vida si era preciso.
Así, la idea de muerte devenía obsesión en nuestras cabezas instruidas,
porque: Morir por la Patria es vivir (de nuestro Himno Nacional[3]).
Y Patria y Revolución quedaban como términos poéticamente preestablecidos a
través de un símil puntual e inigualable. En fin, que aprendimos a morir antes
que renunciar al sacrifico que nuestros dirigentes políticos pedían como
ofrenda a la condición de haber nacido en un suelo así patriótico.
No sé aún
quién nos “enseñó” a “pensar” y de qué forma. La matrix, universalmente
controlada por “la mano poderosa”, tiene muchas variantes e hilos conductores
pre-construidos a fin de manipular nuestras mentes. Recuerdo, por ejemplo,
aquella tarde en la que una compañera de escuela, amiga personal, recibía la
cruel noticia de la muerte de su hermano en Angola. Lloraba y, al mismo tiempo,
se sentía orgullosa de ser la hermana de un mártir de la Patria (eran tiempos aquellos de ferviente internacionalismo, en el que teníamos más de una Patria...). Y bien, algo
me hace pensar que el orgullo y la muerte nada diferencian a un suicida kamikase
de un patriota aguerrido porque son, en términos prácticos, una y la misma cosa. Hay una
carga de fanatismo religioso en ambos casos. Y nosotros éramos todos cofrades y soldados
de una guerra jamás declarada pero siempre efectiva. Así, no sólo morían hombres y mujeres en el anonimato: También la ciudad empezó a morir sin darnos
cuenta.
www.abc.es Fotografía de una cubana salida de su casa en La Habana Vieja. |
Y empezó a morir, lentamente, nuestra idea del deber familiar,
derrumbada por las armas del deber patrio. Y para sobrevivir, construimos en la
destrucción de la ciudad y del porvenir túneles subterráneos donde guarecernos, como hormigas, en medio de una
tormenta que vendría del Norte revuelto y brutal, cataclismo anunciado a diario (anuncio perenne que devanaba nuestras mentes). Teníamos, pues, que educarnos
para sobrevivir ante las dificultades de una revolución que, según las primeras
consignas, había nacido sólo para que viviésemos mejor... ¡Cuánta historia!... Y luego, cuántas muertes en el canal de La Florida de aquellos que, intentando
superar el vicio de morir por la Patria, preferían encontrar la muerte entre los
colmillos de los tiburones porque había que escoger: o ¡Socialismo o Muerte! o ¡Libertad o
Muerte! para no morir. Insuperable contraste del arte surrealista: el martirio anunciado de los nuevos santos anónimos, nacidos en
la matrix de la "Isla de la Siguaraya", donde la gente ríe, baila y vive
más por instinto que por dicha. Pero eso sí: todos educados a pensar a la
grande. Con un nivel intelectual envidiable.
Y aquí va la
fábula que concluye este drama de una muerte anunciada: Había una vez un país de hormigas, las cuales,
llegadas aquellas fechas históricas y conmemorativas, se conglomeraban bajo el sol gritando
(eran hormigas que aprendieron a gritar) consignas. En fin, eran hormigas
oradoras y guerreras.
Aprendieron a almacenar sueños y a guisar hojas de
plátano para sustituir la carne vedada por la ira del bloqueo (y muy nociva, por cierto). Aprendieron a creer
que la muerte era posible en cuestión de horas, quizás de segundos. Aprendieron a formarse
en escuadras y a estar listas para la invasión que sobrevendría en cualquier
momento. Aprendieron, además, a combatir y a morir por “causas justas” aun fuera
de sus límites territoriales. Eran, en fin,
hormigas románticas. Hasta que un día llegó la tormenta: un viejo muro fue derribado por su propio peso. Y las hormigas se vieron en medio de un remolino, con sus cargas a cuesta y sus sueños invadidos. Entonces, llegó la guerra. No la de los monstruos del Norte revuelto y brutal, sino aquella de la vida real, gobernada por las manos manipuladoras de grandes compañías y poderosos bancos mundiales. Y fue éste el momento en el que las hormigas, que habían sido “educadas” a pensar en los conglomerados, comenzaron a disiparse para inventar, con lo que tuviesen a mano, hormigueros lo más parecido posible a aquellos del otro mundo, el de las serpientes. (¡Quién diría que Sueño con
serpientes[4]
funcionaría como fatal profecía en el Paraíso de la aguerridas hormiguchas!)... Bueno, jaranita aparte, la verdad es que las hormigas, así, sin saber cómo, sin
necesidad de versos y lemas, llegaron a la conclusión de que la muerte no era
alternativa a la lucha por la vida. Y entre paréntesis, como hormiga otrora (¿y aún?) perteneciente a aquel romántico conglomerado, confieso sentirme algo aliviada. Pues a
pesar de saber que al final no nos libraremos de la mano poderosa que manipula
nuestras conciencias; a pesar de intuir que la guerra del asco monetario
aniquilará a los más débiles (volveremos a la ley de selección natural
transpuesta a nivel de hormiguero) sé, al menos, que podré volver a leer a José
Martí sin cacarear sus versos en absurdas consignas. Al menos, él murió por
voluntad propia. Cuando había una verdadera guerra, si bien cargada de
romanticismo, por la independencia.
[1] http://www.jose-marti.org/jose_marti/obras/poesia/poesiasdispersas/18amishermanosmuertos.htm
(José Martí, Poesías Dispersas (1968-1995).
[2] Véase, por ejemplo, The Microanalysis
of Political Communication: Claptrap an
Ambiguity de Peter Bull en: http://books.google.es/books?id=qyWDAgAAQBAJ&pg=PA30&lpg=PA30&dq=three+part+lists+political+speeches&source=bl&ots=8Yq1lfDRrq&sig=2cSYnCjUfZ
[4] http://youtu.be/InH-iUD_7e8, Sueño
con serpientes, Silvio Rodríguez.
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