Por Astarté.
León, España.
No hago historias, no escribo
historias, no leo historias. Las historias están ahí, aquí o allá y me superan, fueron estas las últimas
palabras del vecino que tanto amé en los días de mi juventud. Quiero aclarar,
por cierto, que la casa de mi historia estaba solamente en mi brutal fantasía y
que el vecino no tenía, ni nombre, ni sexo, ni edad. Era, no más, que una
historia de esas que no pueden ser contadas. Una de esas que, por no hablar,
callan para siempre.