Por Astarté.
León, España.
(Tomado de la serie de viñetas imaginarias (y en plena construcción) Recortes para un puzzle).
Y bien, estaba
escribiendo algo sobre el tiempo, la eternidad, los relojes, las horas. Y
desistí, luego de haber pensado cómo hacer para llenar renglones con lo que no
puedo, ni siquiera, imaginar. (Digo “no puedo imaginar” el tiempo y la
eternidad, porque lo otro, eso de las fechas, los relojes, etc., eso es pan roído.
Aburre.) Me dediqué entonces a diseñar borrones acerca del visible espacio.
En
fin, era una casa llena de recuerdos, telarañas y polvo.
En un rincón, a
contraluz, Oniris, sentada en un sillón... (¡Vaya coincidencia! Se mecía como un
péndulo. No quería escribir nada sobre el tiempo y ya ves...). Al parecer, también
el polvo y el tapete enmohecido estaban allí, para obsequiar un guiño a la
imaginación (De nuevo, el tiempo: el espacio enmohecido, empolvado, lleno de
recuerdos...). Quizás no exista el espacio más allá del tiempo. Es posible, tal
vez... Me levanté de mi escritorio. Cerré el Word sin guardar una copia
de las charranadas recién escritas. ¡Y nada! Me di cuenta de que era de noche y
pensé: otra vez el maldito tiempo que me acosa. Y fui al espejo del
baño. Lucía un par de ojeras desafiantes. Y pensé que el puñetero tiempo seguía pisándome los talones.
Y para no pensar más en ello, me fui a la cocina,
preparé la cena, programé el microondas...
¡Oh, no!, programé he
dicho, que es igual a decir que mi cena se calentaría en un “tiempo X”...¡Y
menos mal que soñaba en el sillón! Porque de lo contrario, juraría que existo.