Por Astarté.
León, España.
El negro para fiestas, el
verde para los domingos, el rojo para Navidad. Y el azul... El azul para
qué... En fin, el armario abarrotado.
Vestidos, pieles de armiño, quimonos de seda, bufandas de lana. Y en el cofre, joyas de valor y también bisutería barata,
de todo un poco. Tenía, además, muchos zapatos: de tacones muy altos para la
noche, zapatillas para el hogar, sandalias veraniegas, botines de piel...Y
también tantos bolsos, ¡cuántos de ellos!... Y en el tocador, maquillaje,
perfumes, pañuelos...Y luego, la casa: en el salón, un sofá de gamuza,
irresistible, con cojines. Y tumbonas de mimbre rodeadas de plantas exóticas;
equipos electrónicos, porcelanas, alfombras, cuadros, espejos... Y en la
alacena de la cocina, conservas, golosinas, frutas, néctares. Y en la
biblioteca, libros y más libros. Una vida llena. Lo difícil de aceptar era
aquello de los huecos en la mente. Sí. Porque tenía baches en el pensamiento
que le impedían viajar al pasado, coordinar el presente y proyectar el futuro. Y bien, centrémonos en
el presente: Vamos a ver, estaba como ausente. Era como si el presente se
vistiera de negro para ir al supermercado o se pusiera la piel de armiño para
freír huevos. Por ello, el pasado y el futuro se declaraban en bancarrota
total. Ni siquiera, los recuerdos la llenaban de emociones porque no existían.
Recuerdos, anhelos, sueños, metas, todo eso era materia succionada por los
huecos del espacio de su mente.
Un buen día
tocaron a su puerta. Abrió. Y no era nadie al parecer. Pero sintió que una mole
de energía le empujaba hacia atrás y entraba en su casa. Luego, vio que una
parte del sofá se hundía (algo se había sentado en él). Preguntó que quién era.
No obtuvo respuesta. No obstante, sintió que alguien colaba café el la cocina.
Que se servía una taza y tomaba. Y el aroma del café despertó a una mariposa,
de esas nocturnas, que había quedado dormida en un rincón del techo. El
insecto, revoloteando, salió por la ventana y se perdió en el azul. Mientras tanto,
la mole de energía había abierto la alacena y estaba despachándose de lo lindo
(había encontrado la mermelada de frambuesas, la preferida...). Y casi al
instante, saltaba la música desde el lector CD del salón. ¿Poltergeist?
Lo más probable. Lo cierto es que el miedo, contenido por tanto tiempo,
camuflado bajo los efectos de la posesión y el poder, afloró. Y cojines,
alfombras y cuadros comenzaron a levitar, colándose a través de los huecos de
su mente e yendo no se sabe a dónde, a algún punto del espacio exterior. Y
también las joyas, y los trajes y zapatos. Y las pieles de armiño y todo lo
demás. En fin, que de buenas a primeras, percibió un sitio vacío e invadido por
la fuerza del miedo y por aquella mole extra-sensorial. Era, quién sabe, el
vacío total volcándose desde el interior de su mente hacia el presente. Pero
bueno, al menos, algo sentía. Quiero decir, miedo. A partir de entonces, no le
quedaba otra alternativa que la de convivir con él en paz. Por supuesto, nadie
le creyó aquella historia del vuelo. Cuando entraron los de la policía local,
se limitaron a tomar nota de los “presuntos” hechos ocurridos en aquel sitio:
Suicido. O probable homicidio. Sobre la alfombra del salón había sido hallado
el cuerpo de un ser alado y cubierto de pequeñas escamas, las cuales, al
tocarlas, se convertían en un polvo muy sutil. Tal vez, había sucedido la
metamorfosis de un sueño. Bueno, en ciertas ocasiones es difícil regresar y
corremos el riesgo de quedar allí, afuera. Revoloteando en el azul.