Por Astarté.
León, España.
El colchón levantado y la ventana abierta. Te levantas y quieres
arreglar el cuarto. Y todo porque quieres y basta. Pero los cuartos no tienen
arreglo. Y tú, Maricusa, caliéntame un poco de café y no barras más la casa,
que las casas tampoco tienen arreglo. Ven y pásame la mano por la espalda,
tócame las piernas. Juega conmigo, Maricusa. Y tráeme un poco de café,
anda... No sigas jodiendo con eso de
limpiar el baño, que los baños no tienen arreglo. Mira niña, mejor quítate el
ropón. ¡Quítatelo! Y también las braguitas para verte el coño cuando me
despierte. Y deja la escoba y la ropa sucia, Maricusa. Que la ropa no tiene
arreglo. Ve al salón y tráeme el cenicero, que quiero fumar con el café. Date
prisa, por favor. Y deja las zapatillas allí. Ven descalza, que quiero verte simple,
Maricusa. Yo te haré gozar hasta que te hartes. Y si no te hartas, te haré
gozar hasta que quieras hartarte. Y si no quieres hartarte, te haré gozar hasta
que me harte. No me hagas esperar, ¡ven ya! Y deja de dar vueltas y más vueltas
por todas partes. Que tu puesto está aquí, Maricusa, contigo misma, conmigo,
con lo unidas que estamos cuando comprendemos que no existe otro espacio que no
sea el propio trillo matinal en este perfecto recorrido astral hacia el centro
del orgasmo. Te veo. Me veo. Y soy feliz.