Por Astarté.
León, España.
Cuando a finales del S. XVIII Donatien Alphonse François de Sade, más
conocido como “el Marqués de Sade”, diera a la luz sus “impúdicas” obras (las
mismas que lo colocaran a la cabeza de la pornografía moderna), no había nacido
aún el sadismo actual. La filosofía del sadismo abría las puertas, en aquel
entonces, a una nueva forma de rebelión social: no por gusto autores como
Simone de Beauvoir reconocerían en la literatura de Sade un ideal
revolucionario contra los principales símbolos de la hipocrecía social
(teología, nobleza, moralidad escuálida...). No obstante, es posible creer que
si bien Sade fue crudo en su modo (explícitamente morboso) de detallar aquello
que proponía como franjas de libertad humana a través del placer, fue también,
por qué no decirlo, un maestro en la descripción narrativa del ideal de
belleza. Sus principales biógrafos adjudican su crudeza de pensamiento a la
decepción amorosa, específicamente, a su frustración personal por deber
contraer matrimonio con una mujer no amada, teniendo para ello que renunciar a
su cuňada, de quien estaba perdidamente enamorado desde muy temprana edad. De
esta forma, la psicología del sadismo podría (por qué no) tener su
corroboración psico-literaria en la palabra frustración.
Y bien, queridos lectores, ¿somos hoy todos sádicos por antonomasia? ¿Nuestra
sociedad contemporánea no nos está conduciendo al cinismo que alberga el
pensamiento de Sade? ¿Somos el Homo
Sapiens que no aspira al mal, pero que, a nivel planetario, tiende a
lesionar al prójino? Bueno, nada de charla ideológica, cosa que,
particularmente, he comenzado a detestar desde hace tiempo. Se trata,
simplemente, de un apelo al amor, a lo que nos falta, a lo que no creemos tener
como compromiso individual. Y no hablo de la acción cotidiana, sino de los
métodos con los que, en ciertas ocasiones, ejercemos tal acción. Me detengo en
un momento de uno de los diálogos contenidos en Filosofía en el tocador:
- EL CABALLERO: ¡Los medios que has
empleado son espantosos!
- SEÑORA DE SAINT-ANGE: Así es como
deben ser para que sean seguros.
Descontextualizando este fragmento del Primer Diálogo de la mencionada obra, creo que obtendríamos la
explicación esencial de la psicología del llamado sadismo: la inseguridad, la incerteza, la falta de confianza en
nosotros mismos como individuos. Cruzada de brazos miro, pues, una manzana
roja. Y me pregunto: ¿dónde está la sepiente? Y la adivino allí, escondida bajo
la cáscara, a la sombra del manzano, en nuestra incerteza de amor. Basta poco,
poquísimo... Basta un minúsculo detalle de nuestra tendencia a sentirnos sobre
una cuerda floja para revertir el placer no realizado en placer impelente a daňar
a quien (creemos) nos ha despreciado. Lo digo por amor, y no por incredulidad.
Lo digo porque he conocido el gusano perverso de la manzana roja bajo la piel
del ser amado. Lo digo porque, en cierto modo, todos hemos tenido que morder
esta fruta prohibida para luego, sin quererlo, sufrir la amargura del dolor. Lo
digo porque, despuès de todo, no logro explicarme por qué Sade fue tan lúcido
en su forma de expresar su rebeldía, dejando en pie un mito. Y lo digo por ti,
corazón que late e su caja de música... Tú que vives hoy, por razones de época,
en medio del desastre y del egoísmo humano, lavando en un río de vinagre el
surtidor de tu propia sangre (roja como la manzana del amor). Tratemos, pues,
de alzar la frente ante la vida, que la vida es breve... No me odies, no me hieras, no me
flageles en el lecho donde has sido hombre o mujer. Vive para decirle a tus hijos, ser humano, que
ante todas las cosas has sido y serás un puňado de tierra con alas de ángel y
cuerpo de dios. ¿O no?
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