Por Astarté.
León, España.
Si no hubiera sido porque teníamos sueños
escondidos, la piedra tendría que haber seguido siendo piedra y no fábula
encantada. Ello explica entonces por qué el viejo vendedor de libros (estos
también viejos) la tenía como metro del equilibrio existente en el maremágnum de pilas de textos amarillos,
polvorientos, mustios. Un libro de poemas de Bécquer en la cúspide de la torre;
otro de filosofía helenística como cimiento. Sin contar La isla del tesoro, El Libro
de oro de los niños, La Crítica de la
Razón Pura, Wuthering Heights… Maremágnum sin orden, merecedor del Nobel al justo equilibrio.
Era la mañana de un lunes del mes de mayo. Y de
tan cansado, arrastrando las piernas entre las imperfecciones del asfalto, el
anciano comerciante tropezó con la caliza abandonada al desgaire,
probablemente, por algún pescador del río. Y el viejo, que por ser viejo era
buen orfebre, la refiguró entre sus preciadas joyas más arcaicas. En su mente
de profeta diseñó el arcano de la justicia, la imagen de la balanza que todo
pesa y contrapesa: si la torre caía, sobrevendría el caos. De ahí la función
necesariamente arquitectónica de la piedra; es decir, la de calzar los libros
para mantener el orden. Claro está, para el gato de la dueña del local que
fungía como librería, este ambiente de signos no significaba nada en lo
absoluto. Juguetón, se entretenía en lanzar con su zampa cuanto elemento del
sistema armónico encontrara a su paso. Y como es de suponer, en un golpe de
juego, la piedra del orden y del equilibrio fue a caer en el centro del salón.
Y allí quedó por el entero fin de semana (librería cerrada a los clientes...).
Y llegó la noche. El vitral del ventanuco oblicuo permitía la entrada de un
rayo de luna, transformado en haz de color azul. Fue en aquel momento que
sobrevino el acto de magia tan soñado por el viejo vendedor. ¿Has visto alguna
vez danzar decenas de puntos de luz en torno a una piedra? Probablemente no.
Sin embargo, yo sí. Como también he visto la metamorfosis de un cuerpo duro y
blanco, en su devenir de cristal de roca. En fin, que a la mañana siguiente, un
lunes del mes de mayo, el vendedor de libros encontró su torre caída. La piedra
no estaba ya en su sitio y no calzaba el sistema armónico del saber. La
transparencia de la caliza, devenida quarzo, había levitado y escapado por la
ventana, llegando nuevamente al río. ¿Recuerdas el rumor de los peces? Eran
muchos en torno a la piedra. El pescador lanzaba la pita en su obsesión de
atrapar alguno, uno al menos... ¿Recuerdas las claves escondidas en The Waste Land? Ėramos entonces
demasiado jóvenes como para hoy poder recordar el inicio de la vida. Y además,
había un sol espléndido, amor mío. Y la piedra, en medio del camino, impedía el
paso de la magia a la palabra. En resumen, era la mañana de un lunes del mes de
mayo. El mes de las flores.
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