PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




viernes, 7 de septiembre de 2012

Sexo y frase: la palabra.




Por Astarté.
León, España.

Los complejos, que (generalmente) forman parte de la cruel adolescencia, llegan a recrudecerse o, por el contrario, a disminuir con la edad. Hoy quiero hablar de una palabra “prohibida” en los ilustres salones de la vida cotidiana: el sexo, elemento mucho más “apegado” a las cuestiones prácticas que a las teóricas. Pues si algo somos y hacemos es sexo. Sin embargo, su definición se ha transformado en tema escabroso para el ser humano, desde que la ética cristiana intervino como mediadora entre el ser sexual y el ser moral. Mencionar la palabra resulta, casi casi, un oprobio. Tal vez, el término latino sexus (de ambigüedad etimológica) se haya transformado en lema para designar eso que conocemos como el misterio de ser pervertidos.
Hubo, como siempre sucede, un revolucionario. Un invierno tuve la posibilidad de realizar uno de mis tantos sueños: visitar una extraordinaria ciudad, Viena. Sin prejuicios, puedo afirmar que ésta se reveló para mí un punto místico del planeta, repleto de emociones, mágico y terrible al mismo tiempo por su historia y su gente. Pero si Viena representaba un sueño, lo que no imaginé en mi existencia precedente fue poder traspasar las puertas de un apartamento, otrora parte de mi “nunca jamás”. Claro que en la vida todo es posible. Debéis creerme: Berggasse n. 19, primer piso, donde viviera (entre 1891 y 1939) un ser humano convertido en tabú para el pensamiento de su época, Sigmund Freud. 


Que si cuando estudié vagamente su punto de vista filosófico le temía o no coincidía plenamente con él, es cierto. Que si escuché tantas versiones sobre su vida personal y me aterrorizaba, también lo es. Pero los apasionados del misterio (¡somos tantos en el mundo!) que han ultrajado las paredes de su apartamento vienés en condición de “curiosos” (¡somos tantos en el mundo!...) podrán darme la razón al afirmar que la sensibilidad es un atributo humano, cuyo desarrollo depende solamente del espíritu. En su fotografía, débil y enfermo, desde el exilio, rodeado por sus seres queridos y sus perros, yacía el padre de familia, que era el mismo que hablara de sexo para describir aberraciones, traumas y psicosis. Tres ensayos sobre teoría sexual, obra que en su época provocara la violenta aversión del puritanismo (y no sólo de ello), fue uno de los libros que, con avidez, me lancé a adquirir. Y no sé por qué, de todo lo leído,  han quedado frases en mi mente como exergos; frases que, quizás, ayudarían a trazar una línea (torcida, pero interesante) para definir la enigmática palabra. Os propongo, queridos lectores, ésta: individuos que besan con pasión los labios de una bella muchacha no podrán emplear sin repugnancia su cepillo de dientes. Y pregunto (retóricamente, midiendo el espacio del silencio entre el lector y la frase), en este caso, si la boca del beso no es la misma que la del cepillo dental. Claro que sí.  Como vemos, basta una frase para encontrar un indicio del misterio y el poder del ser sexual. La palabra sexo quedará por siempre en el catálogo de los textos “apócrifos”. El sexo, al contrario, en el sacro nexo del ser humano con su propia especie. ¿Sexo? Sí, gracias. Pero no hablemos de él. Romperíamos el recinto de sus poderes ancestrales para caer, de bruces, en la noria de lo que se puede y de lo que no se puede ser y hacer.

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