"La gente odia los genios, detesta una cabeza vieja sobre unos hombros jovenes" | , | Erasmo de Rotterdam. |
Por Astarté.
León, España.
León, España.
"Incluso en el trono más alto, uno se sienta sobre
sus propias posaderas".
Michel de Montaigne
Hace algunos aňos, cuando todavía el optimismo más elemental cosquilleaba
mis sienes y era una impetuosa estudiante que, por cierto, pocas huellas dejara
a su paso por la universidad italiana, me convertí, sin saber por qué, en leader de mis condiscípulos. La
anécdota, muy simple: Inciábamos un curso de teatro shakespeareano en literatura inglesa. El aula, no adecuada para el
amplio número de matriculados, no daba abasto en puestos para cada alumno,
razón por la cual muchos tendríamos, o que presenciar la conferencia de pie
(haciendo malabares para tomar notas en el aire), o echarnos por el piso, en
sesión de meditación hinduista, con las piernas en posición de loto. Sin grandes objeciones, muchos de los allí
presentes escogieron la segunda opción. Por mi parte, observaba el piso
mugriento, incómodo y (¿por qué no?), hasta cierto punto, innoble para seguir
la lectura de un drama circunscrito en la era de Gloriana, the Virgin Queen. Fue entonces que irrumpió la tragedia
cósmica al centro de mi ingenuidad, al no transigir en materia de derechos
robados, alzando la voz: “¡Pagamos un impuesto por estudiar en esta
institución! Y bien, no tengo la menor intención de usar mis pantalones para
limpiar el piso cuando me toca, irrevocablemente, una silla en esta aula...” ¡¡¡JA!!!...
Un aplauso ensordecedor anegó el recinto... “¿Conque aquí tenemos la leader del curso?”; la sonrisa sardónica
de la docente se clavó en mis atónitas pupilas, mientras el “pueblo de seguidores”
continuaba aplaudiendo al espectro de mi más humilde desventura. Mi
involuntario liderazgo me llevaba al patíbulo de los santos inocentes, pues al
dar el examen, tendría que haber sido estrella en lengua inglesa y recitar
varias escenas del Otello, recordando el texto y sin mirar la traducción, para no caer
en desgracia. Bien, en perfecto italiano, no habría más que evocar el tan
citado proverbio popular que dice: La
vendetta è un piatto che va servito freddo... Pues desde el púlpito del
poder, la sed de venganza de quien decidiera en aquel instante mi suerte
académica arremetió contra mi condición de leader,
representante de no se sabe qué categoría de secuaces. Al menos, la muerte de
Desdémona por venganza, estrangulada por el moro de Venecia, tenía por causa
una poderosa razón: los celos, el amor ciego y descomunal, la pasión...
Desde aquel entonces, algo me hizo reflexionar sobre la impotencia como la cara escondida de lo que llamamos potencia o fuerza del poder,
valga en tal caso la redundancia implícita en la frase. Y es que la anécdota
del leader que no quería limpiar el
piso con sus pantalones, nos podría conducir a una simple conclusión: la
impotencia del “poder ser” está en el “no poder hacer”. De nada vale tomar
parte en la batalla cuando sabemos, de antemano, que nuestra espada no puede
triunfar contra los dardos enemigos. Los dardos son armas de largo alcance,
mientras la espada, reina de la mitología y de la épica, tiene que ser usada
con valor, pero metiendo por delante el cuerpo y la vida. Queda a vosotros, mis
queridos y sabios lectores, la elección de qué arma usar para defenderse del
poder. Por experiencia, puedo solamente afirmar que el don de los poderosos es
efímero, como efímero es nuestro paso por este mundo. Al mismo tiempo, claro
está, los efectos del poder, aunque efímeros, son aplastantes. Tan aplastantes
y asquerosos como la caricatura de un homo
sapiens en cuclillas.
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