Hace años, cuando era muy joven y llevaba el pelo
muy largo y rizado, tipo melena de león (como se usaba a mitad de los '80),
estaba esperando el autobús en Avenida 19 esquina a 64, Playa, La Habana. La
calle estaba desierta, no pasaba ni el susurro del viento y la calma tocaba el
hilo de la paciencia de cualquier ser viviente, imaginemos cuánto no tacaría mi
sistema nervioso. Cuando de repente, a lo lejos, vi que se aproximaba un camión
abarrotado, estampa muy común en nuestra ciudad aún en nuestros días. No sé si
era que ya estaba predispuesta a concentrar mi pensamiento en mi propia imagen
desolada, pero lo cierto es que en aquel instante pensé: “Los que vienen son
hombres, trabajadores que van no se sabe a dónde...Y cuando pasen, me gritarán:
“¡LEONAAA!...”, por aquello del pelo, digo yo... Y los hombres del camión
pasaron y me gritaron: “¡LEONAAA...!”. Yo no reaccioné. Me quedé tal y cual,
sin extrañarme de nada, pues estaba esperando el grito de “leona”. Sépase que
nadie me había llamado en ese modo anteriormente. Minutos más tarde llegó el
autobús. Me monté y continué mi camino, sin olvidar jamás el grito de mi mente,
que era el mismo de los hombres del camión. ¿Una anticipación mental a los
hechos materiales? O más bien, imaginé que me estaban gritando cuando, en
realidad, los hombres pasaron en silencio... No lo sé, ni lo sabré jamás. Todo
quedó como un secreto entre mi mente y mi cuerpo. Fue como mirarse en un espejo
con efecto adivinatorio.
Ya sé que hablar de intuición o de premoniciones o
de cosas del género es algo que no interesa a muchos. Hoy la certeza, vista
como fenómeno de demostración matemáticamente hablando, es lo que está a la
orden del día. Nuestro tiempo, tan cargado de crisis económicas, de
incertidumbre, de pesimismo, etc., no acepta esperar camiones con hombres que
griten lo que ya has pensado que te gritarán, porque es tonto esperar. Nadie
espera, ni siquiera tú, ni siquiera yo, que es mucho decir. No obstante, yo
insisto y hablo de intuiciones. Total, siempre habrá una hormiga esperando que
caigan las moscas muertas del techo para cargarlas a su hormiguero. Esperar
duele, pero no mata.
Nuestro Diccionario de la R.A.E. nos indica la
etimología de la palabra “intuir” en el latino intuēre, con el
significado de “percibir íntima e instantáneamente una idea
o verdad, tal como si se la tuviera a la vista”[1]. En otras lenguas como el italiano, por ejemplo, la traducción
del citado término latino se realiza como “guardare dentro” ‘mirar interiormente’ (in- tuēre)[2].
Y mientras que diccionarios etimológicos nos sugieren la relación entre
“intuir”, “tutela”, “tutor”[3], otras fuentes, quizás lingüísticamente
menos confiables, pero siempre interesantes, definen el término “intuición”
como “un’immagine riflessa in uno specchio”[4], relacionándolo con el mito griego de Psique
y el Amor (alma humana).
Apuleyo en La
Metamorfosis cuenta la historia del amor entre Eros y la bella Psiche, la
cual se había casado con el dios, pero con la condición de no hacerle preguntas
sobre su identidad (amor a ocultas, amor ciego... ¿Amor a ciegas?...). La
envidia, sentimiento tan fuerte como negativo, condujo a Psiche a violar su
pacto con Eros, cuando sus hermanas la incitan a sorprender a su marido
mientras dormía iluminando su rostro, haciéndose luz con una antorcha de
aceite. Fue entonces que una gota del combustible cayó en el rostro de Eros, el
cual, enfurecido, rompió la relación de amor con su ingenua amada... En fin, la
joven esposa, renegada, viene condenada por Afrodita a realizar cuatro
sacrificios, entre los cuales, el sacrifico de perder parte de su belleza. Y
para recuperarla, Psique tiene que bajar al Hades, arriesgando la propia vida,
para pedirle a Perséfone el don de la belleza perdida (retorno de la muerte de su
imagen física). Todo termina en un “happy ending story”: los amantes vuelven a
su anterior status y de esta unión
nace el placer, Voluptus, hijo de Psiche y Eros. Hay algo en toda esta historia
contada por Apuleyo que, sin embargo, salta a nuestra vista: la anticipación de
la historia de amor vivida; primero, en la oscuridad del “no conocimiento”,
después, como amor real. Es decir, que nos salta a la vista la importancia de
“ver” o “no ver” el rostro del amado Eros para darle un final feliz a la
historia de amor.
Hablando de lo que pudiéramos llamar “intuición”,
ésta no pudiera “existir” en nuestra mente sin que no se produzca la posterior
“certeza” de la imagen intuida, su corroboració racional. ¿Hasta qué punto
entonces cuentan nuestras experiencias vividas en la conformación anticipada de
los hechos que intuimos? ¿Hasta qué punto el deseo de que el hecho suceda
realmente, deseo que se realiza en nuestra mente como anticipación del avenir?
Claro, que a decir verdad, yo no deseaba que aquellos hombres me gritaran
“LEONA”, ni nada...
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