Por Astarté.
León, España.
Si el desdoblarnos fuera perceptible, podríamos ver, al menos, las dos
perspectivas de nuestra personalidad, ambas caminando de la mano: una blanca,
la otra negra; abanicándose entre ellas múltiples perfiles de matices que van
entre el blanco y el negro: claro y oscuro: claroscuro a veces...
En 1959, la actriz Joanne Woodward gana un Oscar, gracias a la
interpretación de un personaje de mujer con triple “fachada”; el más famoso en
la historia del cine: Las tres caras de
Eva (Eva White, Eva Black y Jane
como ejemplo clínico de personalidad múltiple). Narciso, engendrado en
la unión de una ninfa del lago y del dios del río, muere perdidamente enamorado
de su propia silueta, tras comprender la imposibilidad de hacerle el amor al
reflejo de su belleza. La reina, en la fábula Blancanieves y los siete enanos, le pregunta al espejo mágico (en
modo de confirmar el poder de su vanidad) si es ella la más bella entre las
bellas. Al final, el espejo, fiel a la verdad, no le puede mentir: no lo es.
Los espejos no nos mienten aunque eso creamos...
Y bien, desdoblamiento, narcisismo, egocentrismo... ¿Cuál de estos será
el móvil para deslumbrar al viajero que pisa tus calles, querida Habana? A ti
regreso (siempre que puedo...). Y siempre me equivoco al querer buscar tu real
cara de Eva. Luego, Narciso me llama a tus aguas; me enamoro de tu cuerpo.
Termino por lanzarme a la quietud de tu lago y, al final, le pregunto al espejo
de tus calles si soy la más bella entre las bellas... Pero las piedras, que no
mienten, me dicen que no. Y al final no
llego a comprender quién diablos somos, ni tú ni yo... Dando tumbos a través de un espacio que se vuelca desde
el interior de callejones destruidos hasta llegar a plazas engalanadas para una
fiesta. Con las mejillas enchapadas de colorete, ruborizadas por tenerle que
mostrar tus lindas tetas mulatas al turista curioso, te bastan pocos pasos para
la trasformación, en 180 grados, de tu imagen. Y es impresionante el perfil
deforme de tu personalidad múltiple. Bastan pocos metros y no entenderemos
quiénes somos, ni por dónde vamos.
Por fortuna, nos quedan vivos los sentidos. Y el perfume de canela que
inunda tus calles es inconfundible. El humo caliente del majarete, del arroz con leche... Las natillas que emanan el
recuerdo de lo que fuiste, de lo que eres y de lo que serás...
¡Y menos mal que existieron las abuelas!... Luego, el sabor del limón
con hierba buena. O el picante, al paladar, de los tamales envueltos en las
tiernas hojas. Y para terminar, el sonido de la lata y del cajón, el ritmo del
barrio, el toque a Shangó que cumple
sus promesas. En fin, que cierro los ojos, Habana, para no ver tu personalidad
reflejada en el espejo del tiempo. Es mejor olerte, saborearte y escucharte. Es
mejor tocarte a tientas, como hacen los ciegos, para no perderme entre la White y la Black, tanteando mi vida entre las luces y las sombras del vacío
que no soy.
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