Por Rosa Marina G-Q. (Astarté)
León, España.
León, España.
Relato de amor a primera vista.
Pensaba
de mil formas. Y de tanto pensar, le vino una idea: recogería el polvo
acumulado en la superficie de los muebles de su casa para venderlo como
maquillaje en el mercado de los domingos. Para ello, claro está, tendría que
pasar el tiempo (el polvo no se acumula así como así) y ella cargarse de mucha
paciencia, así que, para acelerar este lento proceso de acumulación, abriría la
ventana y la dejaría abierta día y noche.
No
pensó, sin embargo, que al hacerlo encontraría el amor de su vida.
Él
era un hombre común y con sombrero, uno de esos que transitan por las calles y
miran hacia arriba para ver qué pájaro está pasando al vuelo. Ella, mujer común
(de esas que abren las ventanas para que entre la luz del sol y el polvo), lo vio
pasar y lo siguió con la mirada, hasta ver cómo se perdía en la distancia.
Pero
volvería, estaba segura. Los caminantes son
hacedores de historias que pasan y se alejan y... ¿por qué no?, pueden
siempre regresar.
Así,
su idea de acumular el polvo se transformó en una obsesión morbosa que terminó en metamorfosis. Pues asomada
a la ventana, día y noche, también su cuerpo fue cubriéndose de polvo y humedad
hasta transformarse por completo... Sí, sí, no lo creeréis... La mujer,
enamorada y vencida por el tiempo, se había transformado en árbol. Y en pocos
meses, anidaron pájaros en sus ramas, múltiples reptiles excavaron la corteza
de su tronco y repugnantes larvas corrompieron su dermis maderable y resinosa.
Obviamente,
en poco tiempo, la noticia de la mujer-árbol trascendió y su ventana se
convirtió en un exótico escaparate, en el que se exponía un nunca visto híbrido
biológico. No faltaron, por supuesto, ni la tele, ni las conexiones con las
redes internacionales. Y hay hasta quien afirma, fervientemente, haber visto
algún objeto volador no identificado atravesando el cielo del barrio, posiblemente
por la curiosidad de sus tripulantes de conocer el nacimiento de una rara y
nueva especie en la galaxia.
Él
era un hombre común y con sombrero, uno de esos que se protegen del sol y de la
lluvia al transitar por la vida. No es extraño que la noticia de aquel estrafalario
árbol humano no llegara jamás a sus oídos; sabemos que, a veces, los caminos son
líneas rectas e infinitas que se pierden en el horizonte... Y ella, mujer
común, dividida entre Madre Natura y arte de ser algo en este mundo, había ya
perdido el sentido de la vista, del oído, del olfato... Sus ramas, blandas y
erosionadas por el sol y la lluvia, comenzaban a caer. En fin, quién sabe si,
en un probable retorno, él la habría reconocido.
Luego
pasó el tiempo. Y un buen día de otoño, el extraño árbol, transformado en
despojo, cayó, convirtiéndose en polvo. Era tiempo de huracán. Por la ventana,
abierta de par, las ráfagas de un impertinente viento de tormenta hacían
remolinos en la habitación, arrastrando, en fin, cada partícula elemental del
árbol caído. Y el árbol convertido en polvo llegó, ¡tan lejos!, que se cruzó en el sendero del caminante,
alcanzándolo a paso veloz para emblanquecer sus hombros.
Entonces,
sólo se escuchó un fuerte silbido, como si un tren pasara a toda velocidad. Él se
quitó el sombrero para saludar al ángel que silbaba a su paso. Y ella...
Bueno,
quizás no se comprenda, pero éste ha sido el relato de un simple amor a primera
vista.
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