Por Astarté.
León, España.
Tengo una pariente (una querida tía-abuela, para
ser más precisa), que en el próximo mes de octubre cumplirá la feliz edad de
106 años. Ella es una persona excepcional, extraordinariamente de vanguardia.
Hace algún tiempo, en una de nuestras largas y especiales conversaciones
telefónicas, me contó que sus amigos jóvenes le hablaban muchísimo de internet y de todo lo que podían
realizar en este medio. Y que a su edad, claro estaba, no podía comprender muy
bien esta “modernidad”; que su ceguera total no le permitía, ni siquiera, poder
ver un ordenador... Pero que, después de todo, había llegado a la conclusión
(al menos) de que se trataba de una realidad impalpable, intangible, virtual...
Luego, cambiamos de tema. Y nos pusimos a hablar de la fuerza del espíritu y
del pasaje de las almas, una vez abandonado el cuerpo, a otra dimensión. “Yo
estoy ya en viaje de retorno”, dice siempre mi querida tía-abuela, por creer
que ya ha llegado a su límite de existencia real y que ahora está buscando el
punto a través del cual, un día, transitará (como en un cono inverso) hacia su
otra dimensión.
No se hicieron predicciones específicas de cuándo
iniciaría el fin de la era sensorial para dar comienzo a aquella virtual. Ni
siquiera el famoso Nostra Damus (créase en él o no como “profeta”) las hizo, al menos, eso resulta de las
tantas interpretaciones hechas al lenguaje críptico de sus versos en Las porfecías. Leyendo un interesante
artículo, El concepto de identidad y el
mundo virtual. El yo online, de Beatriz Muros[1],
me di cuenta de que las disyuntivas de Rusmo (personaje imaginario que prueba a
darle sentido a su identidad virtual
en modo lógico) son las mismas del ser humano cibernético que somos, en todo el
planeta, desde el día en el que nos echamos a andar en el sistema del Global Brain. En fin, ¿al nacer el Cibionte hemos muerto, sí o no?...
¿Estamos evolucionando “globalmente” y ya no “individualmente”, sí o no?...
¿Podemos definirnos todavía Homo Sapiens?
¿O nuestro sistema psicofísico, globalizado por demás, se ha transformado en
“otra cosa” de la que creemos conocer?...
Continuemos por algunos instantes reflexionando
sobre definiciones ya establecidas en los libros de las ciencias y de la
filosofía. El concepto de Noosfera,
por ejemplo, nos indica que, si bien no hubo predicciones exactas sobre la
expansión de nuestra identidad virtual, hubo ideas precisas con respecto a la
continuidad evolutivo-pensante del planeta Tierra. Vladimir Ivanovich Vernadsky
(1863-1945) fue el primero en definir este concepto, describiendo la Noosfera como la tercera fase, sucesiva
a la secuencia Geosfera (fase
geográfica inanimada en la evolución) – Biosfera
(fase del mundo biológico-pensante). Según el científico ruso, la Noosfera nació cuando el género humano
inició su “aventura nuclear”. Entre paréntesis, Vernadsky murió en el mes de
enero; no vivió lo suficiente como para ver firmar el acta de rendición
incondicional de las tropas alemanas (el 8 de mayo de 1945), ni tampoco para
ver el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, en agosto
del mismo año (hecho que pondría, definitivamente, fin a la guerra). No vio,
por tanto, la transformación de su llamada Noosfera
en cataclismo. Pero el concepto de Noosfera
fue también definido por otro grande pensador, Pierre Teilhard de Chardin
(1881-1955), en este caso, anticipándose muchísimo a la actual definición de mundo virtual. Según el teólogo francés,
la Noosfera era el resultado de la
evolución del pensamiento humano (Noogénesis),
y era una esfera virtual, en la cual confluirían, además, todas las
inteligencias humanas en su previo tránsito hacia un punto espiritual único (el
Punto Omega). Claro, ni la física, ni
la teología de la primera mitad del Siglo XX podrían haber imaginado nuestro
actual tránsito a una nueva fase de la evolución: la fase de la absoluta
soledad informatizada, pero siempre
soledad.
En el ensayo de Beatriz Muros, Rusmo (personaje
imaginario) intenta frenar la perplejidad que siente ante su incapacidad de
auto-reconocerse en la red; estableciendo una especie de paralelo entre la existencia real y la virtual en el mundo
contemporáneo. Claro, sucede que el comportamiento que tenemos en la red es
totalmente diferente de aquél de la realidad sensorial. No obstante, también en
el mundo virtual creamos hábitos y rutinas (el ser humano se muestra aún como
animal rutinario)... Hay también “normas” de lo que debemos o no debemos hacer,
de acuerdo con lo que los demás esperan o no que hagamos... Hay una realidad, en fin, tan “social” como la
que existe offline. ¿Perder la
identidad social y humana? No es ése, por tanto, el problema que me preocupa.
Vamos a pensar en modo diferente. Vamos a suponer que, online, a fin de cuentas, nuestra identidad no se pierde y que sólo
se transforma. Mi terror es otro, éste que existe cuando noto que la mayor
parte de mi vida está ligada a esa dimensión virtual que me aparta de mis
sentidos. Cuando siento, por ejemplo, que mis amigos, en Facebook, beben cada
día junto a mí enteras tazas de café y chocolate sin beberlas; ríen y lloran
bajo los mismos efectos (emotivos) de imágenes, canciones, vídeos, organizando
encuentros (no reales), casi abrazándonos, mirándonos de frente sin mirarnos...
Y es cuando me pregunto qué ha sido de mi yo
real... del yo real de mis
amigos... del yo real de los lectores
de mi blog. ¿Estamos todavía aquí, sobre la Tierra? ¿O habremos ya
transmigrado? No lo sé. Y creo que cualquier explicación basada en las ventajas
de la tecnología no sería respuesta suficiente. Claro, que mirando a nuestros
hijos y nietos, veo a un Cibionte ya
totalmente formado, sin prejuicios, sin temores ante el ciberespacio. Y
entonces, me doy cuenta de que a nuestra extraordinaria generación, en tantos
modos definida, le ha tocado el verdadero tránsito a través del cono
espacio-temporal que se invierte hacia otra dimensión. Pues hemos nacido
jugando con plastilina y soldaditos de plomo; hemos vivido tocando con nuestros
dedos las fotografías y los libros que leemos; hemos aprendido a besar y a
hacer el amor sensorialmente. Hemos, en fin, vivido en la dimensión real (que
no es ya la de nuestros hijos y nietos) y nos hemos catapulteado, sin saber
cómo, hacia las virtudes del virtualismo. Hablemos entonces de transmigración.
Porque ya no estamos aquí, como estuvimos cuarenta años atrás. Mi querida
tía-abuela tiene toda la razón, pues mira el mundo con una sabiduría
centenaria: ESTAMOS EN VIAJE DE RETORNO.
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