Por Astarté.
León, España.
Como si se tratase de una misión, escalamos, sin saberlo bien, hacia un
punto de energía concentrado en nuestra propia conciencia. Y en esta escalada,
tiempo y espacio no garantizan habilidad de nuestra parte, sobre todo, por
ser percibidos como imagen inexacta de la real estructura dimensional del universo. Es posible, pienso, que la errónea interpretación que de espacio-tiempo físicos tenemos
dificulte, a veces, el poder mantenernos en equilibrio. Y también es posible
que tanta ignorancia sea la razón por la cual, al volver la vista hacia los
escalones que hemos ya superado, sobrevenga la sensación de un patológico vértigo,
por aquello de que nada hay mejor que el pasado (pues resulta ser más real que
el futuro y más seguro que el presente). En pocas palabras: vivir el presente
no es cuestión de juego, pues sin llegar a comprender lo que significa “el día
de hoy” soñamos el futuro y añoramos el pasado, sin recordar que el pasado no
vuelve y el futuro no se anticipa, ni siquiera, en una micra del tiempo que
creemos atrapar con nuestros dedos. Astarté, por su parte, en más de una ocasión se ha
preguntado por qué sucede así. La vida, entonces, le responde desde su
equilibrio mágico. Y le dice que ayer, hoy y mañana tuvimos, tenemos y tendremos, a nuestro paso, una cadena de binomios actuales con la posibilidad de escoger: amor-odio; dulce-amargo; coraje-miedo;
blanco-negro; vida-muerte... Al final, y por motivos ligados a la
condición humana (a pesar de errar una y otra vez) decidimos seguir
escalando, lentamente (o no), sin mirar hacia atrás, desafiando el odio, la
amargura, el miedo, la oscuridad y la muerte que nos mataría sin amor, sin
dulzura, sin coraje, sin luz y sin vida que vivir. Y eso decidimos,
simplemente, porque cada mañana miramos hacia el cielo. Y la inmensa tentación
de tocarlo con la propia mano tiene más fuerza que la astronomía, la física y,
en fin, que la sucia (rectifico, “asquerosa”) manía de contar, una a una, solamente aquellas estrellas que vemos. No es cuestión de juego, repito. Pero contar estrellas invisibles y escalar montañas es lo mejor que quiero y puedo hacer. Que se haga, entonces, la luz ante mi mente. Que nada oscurezca mi memoria y nuble el escalón que acabo de subir, a pesar de no saberlo aún.