Por Astarté.
León, España.
Un pájaro no canta
porque tenga una respuesta.
Canta porque tiene
una canción.
(Proverbio chino)
Hojeando
páginas de frases célebres descubrí algunas relacionadas con el arte de callar:
Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras (William
Shakespeare); Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio (Mario
Benedetti); Silencio es hablar calladamente con su propio dolor, y
sujetarlo hasta que se convierta en vuelo, en plegaria o en canto (Alberto
Masferrer)... Y bien, me quedo con esto último: sujetar el silencio hasta que
se convierta en plegaria o en canto.
Difícil es
salir de nosotros mismos para vernos cuando más estamos dentro, sobre todo, en
esos momentos de sobrecarga emocional que, a menudo, nos invaden como
tempestades. Como si se tratase de una amalgama de plancton a saltar sobre el
nivel de lo biológico para llegar a tocar el fondo de nuestro océano vital, las
fuertes emociones nos conducen a lanzar la palabra, sin detectar el puñal que éstas
son a nuestra espalda. Y nada de metáforas. Advierto que he sentido llegar esa
descarga de alta marea. Hoy, por ejemplo, malgasté palabras; desacertada
opción ante cierto estado que escapaba, a todas vistas (exceptuando
la mía), al control de la mente. Usé frases de juicio, divagué en mis
respuestas. Y es que hablaba conmigo misma sin verme, hasta llegar a quedar
parapetada en mi retórica inexacta. Luego, en perfecta armonía con el poder de
mi ego, di de bruces en el diálogo. Y podría haber convertido mi extravagante
don de palabrear en discurso, o en charla, o en no sé bien qué más. Abrí, para
colmo, mi agenda de anotaciones especiales. Y escribí en ella palabras usadas
en tono agresivo como sables para combatir a ciegas. Y quise mirarme, pero no
me vi. Mi alma continuaba oculta en las palabras. ¿Es todo esto una confesión
de culpabilidad o algo por el estilo? ¡Nada de eso! La culpa, como palabra, es
también otra de las categorías verbales usadas
por jueces que no se ven a sí mismos.
¿Y si callo?,
me pregunté. ¿Acaso el silencio llega donde no puede hacerlo la palabra? ¿Qué
hacer, pues, con este derroche de plancton emocional? Y recordé,
entonces, el canto de los pájaros. Que no dicen, que no hablan, que no dan
respuestas y no hacen preguntas. Cantan por el simple hecho de tener una
canción.
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