Por Astarté.
León, España.
Dame un caballo blanco
o dame un caballo negro.
No juego.
Solamente cabalgo
en el filo de la imaginaria
pradera que me falta
por falta de coraje
o por exceso de miedo.
Me sobra el deliro, eso sí.
Pero me domina el pérfido hilo
que mueve desde arriba los sentidos
en desorden total. Como si la lluvia
fuera una cortina de acero
a impedir que cabalgue en lomos
del caballo blanco o del caballo negro
o que el juego
me falte por falta de coraje
o por exceso de miedo.
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