Por Astarté.
León, España.
Iba a escribir la primera
página de mi diario sobre cosas cotidianas, pero me di cuenta de que algo
faltaba a mis apuntes. Para ser exacta, me percaté que escribiría, una vez más,
haciendo alarde de un conocimiento, asquerosamente rancio, sobre temas
desgastados: el amor, el desamor, la política, el sentido existencial de mi yo
personal, la filosofía, la razón de ser y de no ser... En fin, ¿puede un
escritor renunciar a la pedantería de la falsa erudición?, fue esa la pregunta.
Y me dije a mí misma tal vez.
Y empecé a escribir en punto y aparte, dando un cordial saludo a la vida:
¡Buenos días,
vida! No sé por qué no te hago un guiño cada día al despertarme. No sé
por qué soy tan parca y no me detengo a saludarte, si es cuestión de un segundo
o dos, sólo eso. Igual que saludo a mi vecina de casa o a la gente que transita
por la calle, no sé por qué no lo hago contigo. Hoy, por ejemplo, resplandece
un sol de primavera cuando aún amanece con chaqueta de invierno. Busco entonces
los detalles de todos los días y me doy cuenta de que estoy saboreando el café
matinal. Cierro esta rutina del desayuno que, no acabo de saber cómo, pero
puedo permitirme. Navego por el río de mi largo corredor, le busco en los rincones
de la casa, pero él ya se ha ido a trabajar (junto a mí soñó toda la noche).
Mientras tanto, mi gata corre con la energía de su temperamento felino y maúlla
(quiere leche...)... Dejo la ventana abierta: entra el aire con despistes de
señora noctámbula y me enfría la piel (estoy tiritando, pero no la cierro)...
Bueno, pienso también en los amigos, en los de siempre y en los de “nueva
adquisición”, los cuales, seguramente,
estarán parapetados en sus sitios cotidianos, en correspondencia con sus
rutinas y planes de diario. En fin, salgo a la calle y veo a la gente que va y
viene y me mira y sonríe( aunque no me conozcan, ellos saludan y sonríen...).
Sin dejar de hablar de los pájaros: He visto que una bandada de astutas urracas
busca en el parque un recinto más cálido donde aguardar el deshielo de las
bajas montañas. Y las hormigas, diosas de la tierra húmeda, cargan migajas de
la noche anterior (alguien ha regado trozos de pan sobre la hierba...) Vuelvo a
casa. Y descubro que las arañas han tejido telas de lujo en las esquinas de la
sala. Miro el techo lleno de hilos pegajosos y colgantes. ¿Quién puede decirme,
exactamente, dónde he estado? Quizás pueda recordar, de golpe, mis viajes
astrales al reino de los supervivientes... Tal vez pueda enumerar mis sueños de
vigilia, amontonados, haciendo fila para realizarse a plenitud, si yo quiero,
claro está. Y empiezo a contar la caída de los granos de arena en el reloj:
otras veinticuatro horas cuentan el tiempo, con paciencia, a mi paso a través
de la conciencia. Y por no dejar de pasar de un lado al otro, del paraíso al
infierno (no existe el uno sin el otro...), paso revista de cuanto soy, en
orden de prioridades: gente, naturaleza, ciudad, imágenes, deseos, hábitos,
historia... Y me enredo entre mis ideas, tanto que me cuesta decirte,
simplemente: ¡Buenos días, vida! ¿Te sientas a mi lado a tomar un chocolate
caliente? Por supuesto que sí. Por lo demás, si algún recuerdo incluyo
en tu humilde memoria es que hoy me das un nuevo margen para seguir recorriendo
tu camino. Y no me creerás, pero te debo un mar de cosas a cambio de un simple
saludo:¡Buenos días, vida!... Que
no es un juego esto de llamar a tu puerta cada día.