Rosa Marina González-Quevedo (Astarté).
Había una vez ...
(Introducción del texto (inédito) Mitología y memorias peregrinas de una isla, de Rosa Marina González-Quevedo).
Por Astarté
León, España.
La isla en la que nací es larga y estrecha. Está rodeada
de otras islas más pequeñas y de cayos. De hecho, es un archipiélago. Desde la
altura parece tener la figura de un caimán. Pero, a pesar de su graciosa
figurilla plástica en medio del planeta, desde dentro pierde la forma y se
convierte en un espacio su-real, en el cual funciona un tiempo también su-real.
En fin, un tiempo y un espacio imaginarios. O imaginados, si queremos ser más
gentiles y pensar en ella (sigo escribiendo sobre mi isla) como el territorio
de lo que bien podría ser y no es. A veces, he llegado a confundirme con su
absurdidad (por ejemplo, en esos momentos en los que, por razones de falsa
conciencia, creo haber perdido la llamada identidad personal).
Sin embargo, en la existencia física de mi isla hay algo
que le permite estar siempre allí. Y ser siempre lo que es. Se trata, pues, de
sus efluvios contagiosos. De la energía que expele y absorbe, porque tiene un
carisma de la ostia y vibra y suena y grita hasta decir no más. Así, llegar
desde afuera crea expectativas, entre ellas, la de suponer que llegamos a un
carnaval. No obstante, una vez allí, la idea cambia. Y nos parece que nuestro
viaje a la isla ha sido lo mismo que entrar en el estómago de un raro pez de
aguas tropicales. Sí. Es igual que ir directo a un sumidero que traga y
devuelve lo que ha engullido, como cuando las ballenas exhalan aire en un
chorro de agua. En fin, que no sé quién hace más daño a quién, si ella a mí o
viceversa. O ambas posibilidades. Lo cierto es que siempre voy y vengo. Aunque,
a decir verdad, mi peor viaje hacia ella es con el pensamiento. Simplemente,
porque es un viaje que amenaza con un “no-retorno”. Lo cual no significa que,
al final, no logre escapar. Para volver. Y luego, volver a escapar.
Todo ello me hace creer que en la geografía de nuestro
planeta personal hay puntos neurálgicos que entran y salen, se entrecruzan,
formando el circuito (a veces caótico) dentro de un sistema nervioso central. Y
aunque a veces lo niego, termino por admitir que, raramente, dejo de viajar
hacia uno de esos puntos neurálgicos: el territorio de la memoria nacional,
resumida en los recuerdos de la infancia, del barrio, de la escuela, del primer
amor, de los huracanes, de los discursos, de las consignas... Es eso lo que no
me deja emigrar del todo. Tampoco a ti. (Tú y yo somos la misma persona).
Porque esa memoria nos ata a lo que ya no existe. Y nos amarra a lo que, a
pesar de no existir, nos ha marcado en manera fenomenal para dejarnos rotas las
articulaciones del pensamiento. La memoria (se me antoja denominarla ancestral),
que nos vuelca sobre lo que nos hace sonreír, pero que también nos lanza sobre
el resentimiento. Porque recordamos (no sé por qué sucede así), en primer
lugar, aquello que no nos deja ser libres. No obstante a todo, somos capaces de
sobrevivir. Y la supervivencia al recuerdo es dura. Pero posible.
En estas páginas voy a contar, a través de relatos
imaginarios, anécdotas y vivencias que son, al parecer, salidas de una olla de
grillos. Así está mi mente. Y aunque no he sido capaz de hilvanar todas y cada
una de mis ideas (por encontrarme en territorio del absurdo), he logrado (eso
creo al menos) reservarle un puesto a la imagen de un ser lleno de fertilidad;
ése resumido en forma de pueblo. O de sub-mundo. O de comunidad de gnomos. Con
protagonistas que conducen en coches de papel por las calles del deseo, quizás
con cierto aire melodramático, pero siempre buscando una salida del torbellino
represivo que les atrapa. Un conglomerado de peregrinos, muchos de los cuales
han escapado (otros no) como hormigas bajo los efectos de una bota muy pesada.
Por supuesto, nada de especial. Nada que no pueda ser resumido en el movimiento
de moléculas de un conglomerado cualquiera.
A veces, pienso que en esa isla en medio del mar no hay
confines entre mito y realidad. Esta ha sido la razón de escribir algo acerca
de su mitología, al menos, de mitos y leyendas que intento reconstruir a imagen
y semejanza de cómo sucedieron algunos acontecimientos. Y, en tal caso, la
reconstrucción es a golpe de furtivos recuerdos que interceden el presente como
golpes eléctricos. Ojalá que logre mi
propósito de dar forma a algo que no la tiene, de dar rostro a algo que ha
perdido el rostro. Porque la gente, en mi isla, ha emigrado. Y la isla está
vacía. Allí la gente ha emigrado con el cuerpo, pero, sobre todo, con el alma.
Buscando una salida al torbellino represivo que les atrapa.
Había una vez un proyecto de vida.
Había una vez un calabozo de enormes dimensiones.
Había una vez un sueño.
Había una vez un extraño despertar.
Había una vez un calabozo de enormes dimensiones.
Había una vez un sueño.
Había una vez un extraño despertar.