Por Astarté.
León, España.
Una mujer es
la otra cara de las circunstancias. Él, que era un hombre (como indica el uso
del pronombre personal masculino), estaba sentado en un parque, leyendo un
diario de esos súper-tediosos, palabras de ella. Y ella caminaba por la
calle de aquel boulevard, distraída, mirando los escaparates repletos de
todo tipo de atuendos en tiempo de rebajas, perdiendo tiempo y alimentando
su vanidad, palabras de él. El hombre, sin embargo, no la perdía de vista,
hasta el punto de levantarse de su banco de lectura y seguirla a corto paso,
sin que ella lo supiese, por supuesto. La mujer, por ser la otra cara de las
circunstancias, no reparaba en su admirador anónimo, el cual tenía nombre, edad
y domicilio, aunque ella no estuviese interesada en el tema (por el momento).
Ella continuaba, simplemente, anonadada, bajo hipnosis consumista. Por
favor, ¿me podría usted decir la hora?, él la abordó con esa pregunta
gastada y carente de fantasía, la que todos, o casi todos hacen cuando quieren
ligar por la calle. Y ella, sin renunciar al jersey color azul-marino,
ése que había soñado tener ansiosamente veinticuatro horas antes, le miró de
refilón (no está nada mal el tío, pensó a la velocidad de la luz...) y
le respondió: Son las seis menos cuarto cuando, en realidad, no pasaban
de las cinco y media. Para ella era temprano. Para él, tarde. A las seis
comenzaba el partido de fútbol. Y a las ocho y media cerraban las tiendas. Ella
contaba con mucho más tiempo y tenía aún varias horas para decidir qué comprar.
Él, sin embargo, corría con prisa, poco tiempo tenía para invitarla a un café y
estar en punto para ver el partido. Pero quién puede saber, a ciencia
cierta, si renunciando al Madrid-Barcelona ella renuncie a endosar un vestido tras otro, pensó el
hombre. Habría que probar. Habría que hacer, al menos, el intento. Entonces, él
tomó el móvil y envió un whatsapp a su círculo de amigotes del bar,
avisándoles que, posiblemente, llegaría tarde. Y la abordó: Hola, me llamo
... (La mujer no comprendió muy bien cómo se llamaba. En el preciso
instante en el que él se presentaba, ella estaba bajo los efectos del
terciopelo negro de un bolso de noche...). No obstante, y sin perder un ápice
del cosquilleo al tacto con el terciopelo, le extendió su mano: Mucho gusto,
respondió. Nada más que eso para que él comprendiera que aquella mujer, la otra
cara de las circunstancias, le acompañaría a beber el café-pretexto y a charlar
durante el resto de la tarde. Y que, tal vez, saldrían juntos el fin de semana.
Y luego quién sabe., ya se ocuparía de nuevo de quedar con los amigos... Y
ella, que no tenía deseos de comprender absolutamente nada, fue con aquel
hombre, tan galán, a tomar el café. En su mente brillaba la idea de estrenar el
bolso de noche y el jersey azul marino, quién sabe cuándo. Sin dudas, en
su compañía.
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