Por Astarté.
León, España.
Confieso que,
a veces, cuando me siento aturdida y me da vueltas la cabeza, alcanzo a
percibir una rueda en las amplias habitaciones de mi imaginación. Y bien, eso
de tener o no fortuna (alias “suerte”)
es mitología, ¿sí o no? Esa mujer, diseñada ciega y de pie por los
antiguos griegos, moviendo entre sus manos una rueda sin control y a puro azar
de sus antojos... Mitología pura y dura, ¿sí o no? Leyenda de caminos. Pero,
como leyenda al fin, no es más que expresión de una tendencia de nuestro
pensamiento universal: apelamos a la total ausencia de responsabilidad personal
cuando algo nos falla, cuando las cosas no nos salen del todo bien o, al
contrario, cuando nos salen de puta madre (creyendo que nada hemos hecho para
merecerlo). Pero, ¿no será ese giro de la rueda el invisible juego personal del hacer y del no hacer en forma
simultánea, a nuestro favor o en nuestra
contra?
Algo me dice
(y ese “algo” suele ser la experiencia vivida) que cada paso que doy, cada
movimiento, cada acción no es otra cosa que una micra del impulso que estoy
dando a la rueda (aún sin tener conciencia de ello). Igualmente, podría
asegurar que cada una de mis acciones regresan al punto de donde partieron, con
la fuerza de la acción misma, como reacción energética, ni más, ni menos. Esto
es algo conocido como Karma; concepto que me ayuda a considerar eso de
la conexión universal a nivel conciente. Y en esta “devolución energética” de
mis acciones personales no cuenta, solamente, lo físico, sino (y sobre todo)
aquello que no percibo y no logro perfilar en un cuadro de pie, como mujer
ciega que mueve una rueda: mis deseos, mis sentimientos, mis emociones cuentan.
Y sí que cuentan en mi vida.
No pretendo, claro está, desenfrenarme o
palidecer intelectualmente en una exposición de conocimientos que no poseo. Me
quedo aquí, en este punto muy básico y cotidiano: me duelen Fortuna y su rueda
cuando las cosas no me salen bien; me acarician Fortuna y su rueda cuando algo
extraordinariamente fabuloso me sucede. Y en fin, que no siendo justa con mi
propia justicia, devengo injusta conmigo y con mi especie. ¿Será entonces que
Astarté espera cosas demasiado fabulosas? ¿Quién debe descubrir a quién?,
¿Astarté a Fortuna o Fortuna a Astarté?
Para empezar
a aclararme las ideas que giran por mi mente, confieso que no suelo jugar a
loterías, ni apostar en juegos de azar, y por algo será. No sé si lo que acabo
de decir es lo mejor o lo peor que suelo hacer, pero, al menos, eso es ya un
punto de partida para auto-conocerme (o auto-reconocerme). Y es que, al final,
creo haber llegado a comprender, en cierta forma, que el deseo de querer algo
en mí es más fuerte que el abandono al que me doy, pretendiendo lograrlo sin participar.
Por supuesto, Fortuna no me verá si no la busco. Pero no por azar, sino por
puro amor al deseo de encontrarla. Y, al final, ¿por qué todo este discurso
“extraño” en torno a un antiguo mito? Quizás, porque los mitos y leyendas
pertenecen a una memoria ancestral, inconsciente y necesaria para continuar,
día a día, llevando las riendas de eso que llamamos "vida".