Por Astarté.
León, España.
No se quitaba
la gorra, ni siquiera para entrar a la cama. Y es que su gran secreto era que,
bajo la gorra, almacenaba ideas. Ideas buenas, malas, regulares, peores,
mejores... Pero, al fin y al cabo, ideas. En mayúscula y en minúscula, entre
corchetes y signos de admiración... Ideas elevadas al cuadrado y al cubo; ideas
frías y calientes, blancas y negras. Esas que, justo por ser ideas, raramente
pasan por los telediarios o por las fiestas de cumplidos o por las revistas de
moda. Ideas menguadas y enriquecidas, viejas y nuevas, raras y comunes. Y es
que una vez, por haberse quitado la gorra, le vieron pensar. Y desde entonces
trataron de castrarlo. Fue cuando decidió “engorrarse” por siempre, hasta para
ir a la cama. Y sobre todo para ir a la cama, por si acaso los sueños fuesen
confundidos con ideas.
Tenía una entera colección de gorras, adecuadas a
cualquier estación del año y a todo tipo de acontecimiento público o privado.
Gorras de todos los colores, elegantes y deportivas, sobrias y ridículas. Y se
las ponía en cualquier posición, igual con la visera al derecho que al revés o
de lado. Gorras acumuladas entre el
armario y la bañera, entre la habitación y el portal. Tongas y tongas de gorras
por doquier; barricadas construidas para protegerse contra la imbecilidad, el
miedo o la envidia.
En cierta ocasión llegaron a su encuentro los de la
televisión, posiblemente hasta con buenas intenciones. Querían entrevistarlo.
Pero él les echó a cajas destempladas, más bien, por aquello de evitar que las
ideas se le escapasen a través de la boca: “Perdonad el engorro, pero...
¡podéis iros a la puta mierda!”, y les cerró la puerta en las narices. Y
entonces, la noticia recorrió el país y traspasó las fronteras. Entre otras
curiosidades a ser mencionadas, se cuenta que una gigantesca gorra inflable fue
usada, por breve período, como logotipo de una reunión de la Asamblea General
de las Naciones Unidas (eso hasta que comenzara a ser objeto de la caricatura
publicitaria). O que una importante firma de productos farmacéuticos inventara
una gorra contra la fiebre y la cefalea. O también que se diseñara una gorra
atómica con fines bélicos, entre otras cosas... En fin, que a partir de aquel
momento, surgieron miles de millones de ideas en torno a un accesorio llamado
“gorra”.
Claro que, como podemos suponer, la eternidad no es
condición del género humano. Y él, por obra de su propio conocimiento, una
mañana se quitó la gorra, así, como quien no quiere las cosas aún queriéndolas.
Salió de la cama, abrió la puerta, se asomó a la calle. Y fue entonces que pudo
constatar la amenaza de muerte pululando a su alrededor: ideas que saltaban,
corrían, navegaban sin rumbo fijo en la inmensa red de la matriz viviente;
efluvios peligrosos que atentaban contra el orden natural de la vida cotidiana
le llenaron de terror. Y fue así que, llenándose de un coraje nunca visto
antes, se cubrió el rostro para no percibir las ideas que él, genial creador
del mundo, había, por puro ego, un buen día echado a volar.
Muy bueno Rous......por cierto......dónde está mi puta gorra???
ResponderEliminar¡jajajajajaj! Tu puta gorra la tienes en la cabeza...... Ten cuidado cuando te la vayas a quitar........ Muacssssss.
Eliminar