Por Astarté.
León, España.
A mis lectores:
Aquí os dejo las páginas virtuales del blog de narrativa "Cuento cuentos contigo":
http://cuentocuentoscontigo.blogspot.com.es/2015/10/como-una-tarde-de-otono-autora-rosa.html?spref=bl
A través de "Los días de Venus en la Tierra", su autora, Rosa Marina- Astarté agradece el empeño, la dedicación y la fuerza que su artífice, Flor Méndez Villagrá, pone en esta actividad de promocionar la obra de autores y de amantes de la literatura y el arte en general.
CUENTO CUENTOS CONTIGO: "COMO UNA TARDE DE OTOÑO" (Autora: ROSA MARINA GON...: ROSA MARINA GONZALEZ QUEVEDO, leyendo el relato en el 5º encuentro de CUENTO CUENTOS CONTIGO Poema en el que se inspiró ...
PALABRAS A MIS LECTORES
ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.
EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.
miércoles, 14 de octubre de 2015
sábado, 29 de agosto de 2015
LOS DÍAS DE VENUS EN LA TIERRA: La calle más transitada del mundo.
LOS DÍAS DE VENUS EN LA TIERRA: La calle más transitada del mundo.: Por Astarté. León, España. Con pies ligeros y semblante inquieto, como uno de esos arquitectos que siempre tiene algo en proy...
La calle más transitada del mundo.
Por Astarté.
León, España.
Con pies
ligeros y semblante inquieto, como uno de esos arquitectos que siempre tiene
algo en proyecto, el recuerdo se asoma a su balcón y mira hacia abajo la calle
que alguien construyó frente por frente a su edificio. Una vez apoyado en la
baranda, prende un cigarrillo y echa dos o tres bocanadas al aire. Las
bocanadas se expanden formando anillos de humo que poco a poco van
desapareciendo. A la misma hora (y sin que se trate de una persecución ni nada
por el estilo), el cansancio, que es su vecino inmediato (vive en el
apartamento que está a su izquierda) sale también a fumar. Y al ver al recuerdo
apoyado en la baranda de su balcón hace el distraído y no le saluda. ¡Como si
el recuerdo fuera tonto y no se diera cuenta de nada!... En fin, sucede siempre
así, salen los dos a la misma hora a fumar, cada uno se apoya en la baranda de
su respectivo balcón. Se perciben. Pero no se saludan.
Del otro lado
de la acera, en un edificio más bajo, vive la costumbre. Es una anciana que
parece haber salido de un taller de chapistería, embadurnada con polvos y
colorete hasta el moño. Cuentan las malas lenguas que en su juventud la
costumbre vendía su cuerpo a cambio de dinero, llevando para ello un traje de moza
alocada con escote pronunciado y falda transparente. Cuentan también que así
rompió un sinfín de corazones, el del recuerdo por ejemplo...¡Bah!...¡Puras
habladurías! Su hermana menor, la indiferencia, ha tratado de hablar con el
cansancio desde su ventana para contarle no sé qué historia. Pero éste no le ha
hecho el menor caso (sigue haciendo el distraído). Ya tiene bastante con lo
suyo como para darle oídas a esa chismosa. Entre tanto, el recuerdo ha
terminado de fumar y entra al interior de su apartamento. E inmediatamente el
cansancio hace lo mismo. Es probable que hayan intuido la llegada de la apatía
doblando la esquina. El recuerdo no desea tener nada que ver con ella; prefiere
codearse mejor con la calma, que es su mejor amiga en el barrio aunque, de vez
en cuando, se vaya lejos y le deje a solas en medio del vecindario. Por su
parte, el cansancio que sí conoce muy bien a la apatía (nadie mejor que él...),
ha discutido con ella en el pasado y han roto la amistad. ¡Pobre apatía, no la
quiere nadie!¡Y pensar que ha sido siempre tan servicial con todos! Pero el
cansancio, que ya tiene bastante con lo suyo, ha dejado de hablarle.
La puerta de
metal que asegura la entrada a la lavandería se abre. Es un pequeño local que
se encuentra en la planta baja del edificio en el que viven la costumbre y su
hermana la indiferencia. La apatía entra. Aquí trabaja. Ha dejado montones de
ropa por planchar desde hace algunos días y ahora... ¡puffffff!... No sabe cómo
entrarle de cara a la faena. La inquietud, otra de la vecindad, está sentada en
el bar leyendo el diario y tomando su tercer café de la mañana... como para
ponerse como una puta regadera... y terminar como su prima-hermana la ansiedad.
(Esta también vive en esta calle, pero ahora está de vacaciones). A diferencia
de la costumbre, la inquietud es una chica bastante joven y atractiva. Tiene
una relación de noviazgo con el desasosiego. Hay quien dice que hacen una
pareja perfecta... Bueno, en este instante el recuerdo acaba de salir a la
calle y, al parecer, se propone cruzar hacia el bar. Sí. Eso hace. La costumbre
lo observa desde su balcón alzando la nariz para olfatear sus intenciones.
De otro de
los edificios (el que está justo al lado derecho de donde habitan el recuerdo y
el cansancio) sale el júbilo. Con paso firme se pierde al doblar la esquina. Es
un gran operario. Su mujer, la decisión, va de su mano. La indecisión les
interrumpe el paso para darles los buenos días y ellos responden con un saludo
cordial, pero nada más. No se detienen. Mientras tanto, la angustia ha llegado
al bar y se sienta en una de las mesas vacías, al lado del recuerdo. Éste la
mira de reojo, la conoce bien, no quiere entrar en discusiones con ella.
Discutieron siempre cuando ambos pertenecían al mismo comité. Pero ya no son
socios. Del otro lado de la barra, preparando los cafés y las tapas matutinas,
la perseverancia les mira de reojo... (Les conoce bien. Calla.)... La
perseverancia bate los huevos con los que volverá a hacer la tortilla de
patatas de todos los días, la misma que tanto gusta a los clientes, a todos
menos al aburrimiento... que es tan pesado y nadie le soporta... El
aburrimiento bosteza. Está aún bajo las sábanas. A su lado duerme la pereza
vestida con un ropón de mangas largas... La costumbre, hambrienta, entra a prepararse
un desayuno a base de café con leche y pan y mantequilla y magdalenas. Lo de
siempre...
Ñam, ñam,
ñam...
Todos comen
con gula.
Tragan y
beben, hay quien café, hay quien tortilla, hay quien humo de cigarro, hay quien
quimeras. Vale decir que no he mencionado a todos los residentes en esta calle
tan transitada. Donde inquilinos y forasteros apenas logran diferenciarse entre
sí.
miércoles, 29 de julio de 2015
Memorias musicales y sueños prohibidos.
Por Astarté.
León, España.
Espero por mi bien que esto no se interprete como un dato biográfico. De adolescente escuchaba a este dúo y me parecía viajar en una alfombra de esas persas. Regularmente este pedazo de damasco me transportaba a un salón anegado de luces multicolores donde se bailaba sin parar. Es probable que estas luces eran aquéllas que llevaba yo encerradas en el pecho y en la mente para descubrir el misterio de otro mundo. El misterio de ... Un mundo raro que, por aquel entonces, estaba prohibido en mi isla. Se decía que toda esta gente de afuera era una banda de hippies de pelo largo, casi siempre homosexuales que usaban drogas e inflaban la ideología de los demonios del capitalismo. Eso se decía en mi isla cuando los de mi generación, es decir, "los de adentro", delirábamos con Daril Hall y John Oates (¡Como si cualquier ideología no fuese obra de ángeles caídos por algún barranco político!). Pues, ¡nada!... Al parecer, estamos llegando al final de un itinerario de sueños prohibidos. Al fin y al cabo, también las alfombras voladoras tienen su estación y llegan hasta donde pueden llegar. Y ahora, por favor, silencio. Quiero escucharles una vez más.
viernes, 19 de junio de 2015
El ciclo de la piel.
Por Astarté.
León, España.
(A veces pensamos que nada debemos a la piel cuando
nada somos sin ella).
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La piel que me cubre es la misma que respira y que
llora y come y bebe en el ciclo de las estaciones. Bajo el sol, en su campo de
verano, quema. Se repleta de estrías para anunciar el devenir del tiempo.
Observo el movimiento de sus poros que se abren y se cierran cuan boquitas que muerden.
VERANO |
Sus dientes roen mi corteza que arde como leña al fuego.
Y cuando ya no puede más de tanto mordisquear; cuando el cuerpo y el
alma y el calor la hartan, inicia el otoño. Rojo, amarillo, transparente como
es no dice demasiado. Pero ella (la piel) sabe exactamente cuando llega. Su
irrebatible intuición lo percibe en forma de conos coloreados por el ámbar cual
país de seres mitológicos. Así, se adentra en ese territorio. Sus poros
penetran el camino y entran en el bosque donde hay un banco vacío que la aguarda.
Y cansada como está (el verano ha sido largo), permanece allí, solitaria aunque
hambrienta.
OTOÑO |
(Esta vez, sueña con comer castañas...).
Y cuando se harta del satén
amarillento cosquilleando la tierra se va todavía más lejos. Abriéndose paso
entre las ramas, bosque adentro, atraviesa el hilo de su superficie. Y la luz,
que ahora es tenue, anticipa la llegada del invierno. Ya los rayos del sol no
la queman ni seducen. Pero el blanco color de la marea de pinos la atrae como
canto de sirenas. Sumergida en el tenue resplandor juega a ser todo lo que
sabe ser. Dulce, agazapada en su campo de lana de ovejas, atiza el fuego. Sus
brazos se abren, cierran las ventanas y las puertas del hogar. Se estrecha en
su raíz profunda; sus poros se reducen. Canta villancicos en diciembre y
canciones de mar en febrero con los pescadores. Se lanza al océano de su simplicidad
y como ramo de flores brota otra vez...
INVIERNO |
Y después, borracha de tanto inhalar el aroma de la primavera, desnuda en su campo de amapolas duerme para despertar de nuevo.
PRIMAVERA |
lunes, 15 de junio de 2015
Monólogo detrás de la cortina.
Por Astarté.
León, España.
(¡Ja ja ja ja ja!)... Sin que se dieran cuenta, me escurrí. No por gusto
me siento siempre en la última fila. La puerta había quedado entreabierta y...
¡zum! Volé hacia fuera como una mosca. (Esos bichos entran y salen de las
habitaciones a una velocidad increíble...). De antemano, había calculado
escapar en la segunda parte del espectáculo, cuando el venerable fanfarrón
entrara de la reunión en el bar con sus semejantes, se acomodara de nuevo en el
podio de los idiotas y reiniciara su discurso. Sí. No es necesario que me digas
que estoy hecha una bocazas y que, de cuatro palabras que digo, tres son
ofensivas. Ya lo sé. Y ahora tú, ¡mírate! ¿Qué ves? Porque, si deseas saber qué
veo yo, te diré que... ¡nada! ¡Absolutamente, nada! O sí. Veo algo así, más o
menos, como si fuera un espectro de persona que se mantiene en pie para salir a
escena. Sin embargo, cada vez que puedo, escapo. (Creo que me están cazando la
pelea. Ellos saben que me escurro por la puerta entreabierta. En lo adelante,
debo andar con pies de plomo...). Y cerró
la cortina. Se quitó la peluca. Su cráneo era blanco y liso. En su cara
quedaban aún restos de maquillaje. Era domingo, día de visitas de parientes. Aquellos que le quedaban y que iban, de vez en cuando, a verla.
miércoles, 3 de junio de 2015
Tres historias de remos.
Un barco naufragado, obra de Carlos Haes (1883). |
Por Astarté.
León, España.
Te quiero contar, hijo mío, la
historia de una vieja barca anclada en la orilla.Poco decía de grandes viajes, pues era muy pequeña.
Las olas lamían su armazón de madera corroída, absorbiendo todo lo que de
bosque quedaba en ella. Sin remos, mutilada, ofrecía lo último de sus fuerzas
por quedarse allí, ligada al pedazo de hierro del cual se sostenía (como se
sostiene un cuadro de un clavo en la pared). A duras penas, se alimentaba del
salitre y del olor a peces podridos, esos que la resaca arroja sobre el margen
de las playas. Y nada más. Su dueño, pescador de grandes metas nunca
realizadas, la había dejado abandonada cuando supo que el cáncer llegaba a su
fase terminal. Y muerto el hombre, quedó solamente la barca en un enjambre de
silencio. Quiero que sepas, además, que fue mi padre quien me enseñó a tirar un
bote hacia adelante en medio de la laguna. Creo que remar es un ejercicio
espléndido, no obstante la fatiga, claro está. Es como atrapar un líquido
viscoso para dejarlo escapar, inmediatamente, a golpe de fuerza. Sientes cuando
el agua entra y huye, una vez, dos entre los remos. La barca viaja y vive,
cumple su función de vehículo, pero su motor son tus brazos, no lo olvides,
hijo mío... ¿Sabes?, te cuento que el hombre, desde que es hombre, ha echado a
andar en el ir y venir de las mareas. Un buen día, del tronco de un árbol
construyó una vara larga y la hundió en la profundidad del agua hasta tocar el
fondo. Y gracias al impulso de sus brazos atravesó ríos, y después cruzó de
lado a lado el mar. Y es que el hombre no es otra cosa que una barca de remos,
que se va lejos y regresa, llena de peces o con una canasta vacía. A veces,
tiene que ir contra corriente. Y en esos momentos, sólo Dios decide si dejarlo
o no con energías suficientes para regresar y encender de nuevo la lumbre en su
hogar. Y te digo “Dios”, pues no sé qué otra cosa decir. Pero bueno, te contaba
la historia de la vieja barca abandonada en la orilla. No siempre fue vieja y
no siempre estuvo allí, ligada por una cuerda...
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El Balandrito, de Joaquín Sorolla (1909) |
Mi madre me contaba historias de
remos. Ella decía que nosotros, los seres humanos (nos llamaba hombres) éramos como barcas que se abren
el paso entre las olas, navegando, a veces, contra corriente. Y que nuestros
brazos eran los motores de la navegación. Y tenía razón. Hoy llegué a mi
oficina y mi jefe me llamó para anularme el contrato de trabajo, por eso de la
crisis, me dijo. Y bien, ahora es que me toca remar, haciendo uso de todas las
fuerzas del universo. Tengo mujer y dos hijos; uno de ellos, de la misma edad
que tenía yo cuando mi madre me contó un relato sobre una pobre barca
abandonada en una orilla. Y ahora debo sacarle partido a esa historia, por
desgracia sí. Y es que aquella armazón de palos, olvidada y carcomida por el
salitre y el limo, volvió un día a navegar. Ya sin remos, sin pescador, sin esperanzas
de regresar se lanzó a vivir la última de sus grandes aventuras. Una tarde de
viento, de esas en las que la resaca es fuerte y tira mar adentro cuanta cosa
pueda, se quebró la soga que mantenía atada la barca al hierro. Así, por
instinto, entre peces y espuma se dejó andar sin prejuicios. Y a sotavento, la
corriente la empujó en el sentido opuesto de la costa por dos días y dos
noches. Al final, arribó a un islote solitario, salvaje, lleno de palmas. En el
sentido opuesto. Sí. Pero llegó a alguna parte, eso al menos. Y yo llegaré a mi
casa, no puedo hacer otra cosa. No tengo ya un trabajo y mis remos se han
perdido en el fondo de este océano de mierda, al cual le han dado el nombre de crisis. Caminando, por instinto, como
barca al fin, llegaré y me haré un café, si todavía queda...
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Niña en la playa, de Joaquín Sorolla (1910). |
El día en el que papá perdió el
trabajo yo estaba en la escuela. La maestra nos había pedido que escribiéramos
una historia cualquiera, cosa difícil. Pero yo me acordé de mi abuela, sabia
mujer, la cual decía que para escribir algo bastaba solamente tener una pluma
en la mano. Y escribí la historia de unos remos descubiertos en la playa donde
siempre íbamos de vacaciones. Abandonados en la arena, como dos brazos
abiertos, así me esperaban. Yo no sabía remar. Tenía no más de diez años y era
flaquita como un güin. Sabía, sin embargo, que con nuestros brazos amamos y hacemos
señales; los policías del tránsito, por ejemplo. Fue entonces que inventé que
aquellos remos eran mis brazos. Y que me servían para volar, porque remar era
demasiado duro para mí. Y en mi fantasía de diez años tomé los remos y abrí las
alas. Y volé y llegué al sol, como ese tal Ícaro de la mitología griega. La
diferencia entre mi historia de remos y aquella del hijo de Dédalo estaba en
que yo, al final, tocaba el sol con mis brazos sin quemarme. Linda composición;
obtuve un premio y todo. Mi padre recuperó su trabajo una semana después, de la
misma forma en que la vieja barca regresó a su orilla. Porque desde el islote
en el que estaba abandonada, el barlovento la llevó de nuevo a casa. Y yo, ¡qué
decir!... Llegué a tocar el sol sin quemarme los brazos. Al parecer, el hombre
nació para remar, como decía mi abuela. Es un ejercicio muy fatigoso, pero la
condición del instinto lo impone. La vida también lo impone. Eso lo aprendí
cuando ese mismo día, al volver de la escuela, encontré una paloma en mi ventana.
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