Por Astarté.
León, España.
Con pies
ligeros y semblante inquieto, como uno de esos arquitectos que siempre tiene
algo en proyecto, el recuerdo se asoma a su balcón y mira hacia abajo la calle
que alguien construyó frente por frente a su edificio. Una vez apoyado en la
baranda, prende un cigarrillo y echa dos o tres bocanadas al aire. Las
bocanadas se expanden formando anillos de humo que poco a poco van
desapareciendo. A la misma hora (y sin que se trate de una persecución ni nada
por el estilo), el cansancio, que es su vecino inmediato (vive en el
apartamento que está a su izquierda) sale también a fumar. Y al ver al recuerdo
apoyado en la baranda de su balcón hace el distraído y no le saluda. ¡Como si
el recuerdo fuera tonto y no se diera cuenta de nada!... En fin, sucede siempre
así, salen los dos a la misma hora a fumar, cada uno se apoya en la baranda de
su respectivo balcón. Se perciben. Pero no se saludan.
Del otro lado
de la acera, en un edificio más bajo, vive la costumbre. Es una anciana que
parece haber salido de un taller de chapistería, embadurnada con polvos y
colorete hasta el moño. Cuentan las malas lenguas que en su juventud la
costumbre vendía su cuerpo a cambio de dinero, llevando para ello un traje de moza
alocada con escote pronunciado y falda transparente. Cuentan también que así
rompió un sinfín de corazones, el del recuerdo por ejemplo...¡Bah!...¡Puras
habladurías! Su hermana menor, la indiferencia, ha tratado de hablar con el
cansancio desde su ventana para contarle no sé qué historia. Pero éste no le ha
hecho el menor caso (sigue haciendo el distraído). Ya tiene bastante con lo
suyo como para darle oídas a esa chismosa. Entre tanto, el recuerdo ha
terminado de fumar y entra al interior de su apartamento. E inmediatamente el
cansancio hace lo mismo. Es probable que hayan intuido la llegada de la apatía
doblando la esquina. El recuerdo no desea tener nada que ver con ella; prefiere
codearse mejor con la calma, que es su mejor amiga en el barrio aunque, de vez
en cuando, se vaya lejos y le deje a solas en medio del vecindario. Por su
parte, el cansancio que sí conoce muy bien a la apatía (nadie mejor que él...),
ha discutido con ella en el pasado y han roto la amistad. ¡Pobre apatía, no la
quiere nadie!¡Y pensar que ha sido siempre tan servicial con todos! Pero el
cansancio, que ya tiene bastante con lo suyo, ha dejado de hablarle.
La puerta de
metal que asegura la entrada a la lavandería se abre. Es un pequeño local que
se encuentra en la planta baja del edificio en el que viven la costumbre y su
hermana la indiferencia. La apatía entra. Aquí trabaja. Ha dejado montones de
ropa por planchar desde hace algunos días y ahora... ¡puffffff!... No sabe cómo
entrarle de cara a la faena. La inquietud, otra de la vecindad, está sentada en
el bar leyendo el diario y tomando su tercer café de la mañana... como para
ponerse como una puta regadera... y terminar como su prima-hermana la ansiedad.
(Esta también vive en esta calle, pero ahora está de vacaciones). A diferencia
de la costumbre, la inquietud es una chica bastante joven y atractiva. Tiene
una relación de noviazgo con el desasosiego. Hay quien dice que hacen una
pareja perfecta... Bueno, en este instante el recuerdo acaba de salir a la
calle y, al parecer, se propone cruzar hacia el bar. Sí. Eso hace. La costumbre
lo observa desde su balcón alzando la nariz para olfatear sus intenciones.
De otro de
los edificios (el que está justo al lado derecho de donde habitan el recuerdo y
el cansancio) sale el júbilo. Con paso firme se pierde al doblar la esquina. Es
un gran operario. Su mujer, la decisión, va de su mano. La indecisión les
interrumpe el paso para darles los buenos días y ellos responden con un saludo
cordial, pero nada más. No se detienen. Mientras tanto, la angustia ha llegado
al bar y se sienta en una de las mesas vacías, al lado del recuerdo. Éste la
mira de reojo, la conoce bien, no quiere entrar en discusiones con ella.
Discutieron siempre cuando ambos pertenecían al mismo comité. Pero ya no son
socios. Del otro lado de la barra, preparando los cafés y las tapas matutinas,
la perseverancia les mira de reojo... (Les conoce bien. Calla.)... La
perseverancia bate los huevos con los que volverá a hacer la tortilla de
patatas de todos los días, la misma que tanto gusta a los clientes, a todos
menos al aburrimiento... que es tan pesado y nadie le soporta... El
aburrimiento bosteza. Está aún bajo las sábanas. A su lado duerme la pereza
vestida con un ropón de mangas largas... La costumbre, hambrienta, entra a prepararse
un desayuno a base de café con leche y pan y mantequilla y magdalenas. Lo de
siempre...
Ñam, ñam,
ñam...
Todos comen
con gula.
Tragan y
beben, hay quien café, hay quien tortilla, hay quien humo de cigarro, hay quien
quimeras. Vale decir que no he mencionado a todos los residentes en esta calle
tan transitada. Donde inquilinos y forasteros apenas logran diferenciarse entre
sí.
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