Por Astarté.
León, España.
(A veces pensamos que nada debemos a la piel cuando
nada somos sin ella).
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La piel que me cubre es la misma que respira y que
llora y come y bebe en el ciclo de las estaciones. Bajo el sol, en su campo de
verano, quema. Se repleta de estrías para anunciar el devenir del tiempo.
Observo el movimiento de sus poros que se abren y se cierran cuan boquitas que muerden.
VERANO |
Sus dientes roen mi corteza que arde como leña al fuego.
Y cuando ya no puede más de tanto mordisquear; cuando el cuerpo y el
alma y el calor la hartan, inicia el otoño. Rojo, amarillo, transparente como
es no dice demasiado. Pero ella (la piel) sabe exactamente cuando llega. Su
irrebatible intuición lo percibe en forma de conos coloreados por el ámbar cual
país de seres mitológicos. Así, se adentra en ese territorio. Sus poros
penetran el camino y entran en el bosque donde hay un banco vacío que la aguarda.
Y cansada como está (el verano ha sido largo), permanece allí, solitaria aunque
hambrienta.
OTOÑO |
(Esta vez, sueña con comer castañas...).
Y cuando se harta del satén
amarillento cosquilleando la tierra se va todavía más lejos. Abriéndose paso
entre las ramas, bosque adentro, atraviesa el hilo de su superficie. Y la luz,
que ahora es tenue, anticipa la llegada del invierno. Ya los rayos del sol no
la queman ni seducen. Pero el blanco color de la marea de pinos la atrae como
canto de sirenas. Sumergida en el tenue resplandor juega a ser todo lo que
sabe ser. Dulce, agazapada en su campo de lana de ovejas, atiza el fuego. Sus
brazos se abren, cierran las ventanas y las puertas del hogar. Se estrecha en
su raíz profunda; sus poros se reducen. Canta villancicos en diciembre y
canciones de mar en febrero con los pescadores. Se lanza al océano de su simplicidad
y como ramo de flores brota otra vez...
INVIERNO |
Y después, borracha de tanto inhalar el aroma de la primavera, desnuda en su campo de amapolas duerme para despertar de nuevo.
PRIMAVERA |