Por Astarté.
León, España.
Miro con nostalgia alejarse el tren que me llevaría al fin del mundo. Me
conduciría a la última estación de un largo viaje y lo perdí, por pocos
segundos de retraso, lo perdí... Y bien, al parecer, el fin del mundo no era el
destino para una llegada inmediata, al menos, no por el momento. He tomado
tantos trenes desde que nací que a veces creo que nací sobre los rieles del
ferrocarril. Claro que es triste ver, desde el vacío, la perspectiva de las líneas
de hierro. Paralelas y convergentes al mismo tiempo. Invitándome a trazarlas
por siempre en mi mente.
Para llegar al fin del mundo había comprado un billete con algunos
meses de antelación. No me costó dinero, solamente algo de paciencia y de
ilusiones, pero bueno, valía la pena. Había hecho un equipaje de esos breves:
una mochila cargada de humo. Sí, nada de extraňarnos por lo del humo. Era humo
legítimo, residuo del fuego de un viejo horno de carbón. Lo llevaba por si
acaso el fin del mundo era trágicamente transparente (ya sabéis que cualquier
exceso es horrible).
Aquella madrugada salí de casa vestida de ladrona. Tenía
la total intención de robarme el arcoiris para llevarlo conmigo durante el
viaje. Y es que no me pueden faltar los colores. Y no sabiendo si en el fin del
mundo tendría que ponerme a pintar libros de cuentos, pues... Nada, que al
final, el arcoiris no pesa tanto y se puede llevar escondido en algún bolsillo.
Había llevado también algunos viejos discos de Nat King Cole; los mismos que
escuchaba en mi niňez en el tocadiscos de plato. Un cajón
con recortes de revistas de moda (¿para las pasarelas de los ángeles?) y una
llave maestra, de esas que abren cualquier puerta. No sabía a qué hora llegaría
exactamente. Y a lo mejor, encontraba la entrada ya cerrada.
En fin, que tras
preparar este percurso definitivo, con fatiga y emociones perdí el tren. Dicen
mis amigos que me sucedió por ser demasiado ingenua. Porque a nadie se le
ocurre ponerse a mirar las estrellas y el reloj al mismo tiempo. Y yo así hice.
Me puse a contar las luces que encontraba en el cielo de la madrugada, buscando
a Venus, qué sé yo... ¡Tonta y mil veces tonta! No se puede intentar viajar y
soňar, simultaneamente, sin incurrir en pérdidas catastróficas. Aunque, a decir
verdad, no lo lamento del todo. De trenes tengo ya tanto que tal vez éste no
era el más apropiado para llegar a las fronteras del cielo. Esperaré. Este
banco de madera es bastante grande. Hay sitio para todos.
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