Por Astarté.
León, España.
Quemando su
piel de tanta luz cayó en el reino de las sombras. Y el reino de las sombras
estaba a dos palmos de distancia de la luz. El reptil sintió entonces que tanta
oscuridad le posibilitaba otro salto en
el espacio astral. Era, en fin, la ascensión que devenía engendro. O bien la
subida desde el precipicio hacia una abrupta cima atravesando un pantano de
fluidos.
Las escamas se abrieron y cerraron dejando pasar un
haz de luz. Oyó voces que venían desde afuera. Y más que voces, oyó tambores
lejanos. Un despampanante ritmo tropical que llegaba y se acercaba y entraba y
enfilaba sin pedir permiso, picoteando el perfil de un sueño a través de
la piel de la serpiente.
Dio gritos de
dolor. Sus poros, cubiertos por escamas, se dilataron y escupieron en aquel
justo instante una masa de recuerdos que tenían que ver con raíces ancestrales.
Recordó, por ejemplo, que en otros tiempos se agitaba como un pez bajo el agua
turbia, siempre entre las sombras. Y recordó también que del reino de las
sombras el pez regresó a la luz para arrastrase, treparse, volar, andar, soñar,
amar... ¡Menos mal que existe la memoria!
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