Por Astarté.
León, España.
Dándole un lugar al sueño y otro a las patologías
de la mente, pruebo a jurar que a los llamados “soñadores” (por no decir
“de-mentes”) toca la peor parte en el diagnóstico que cualquier galeno
especializado en materia de psicosis pueda hacer. No tenemos más que entrar a
una celda de manicomio para descubrirlos, allí, atados por cuerdas de cuero y
conectados a esos cables eléctricos; estremecidos por shocks con funciones terapéuticas. Pupilos del buen gusto, atletas
de la sensibilidad artística, viejos amantes de la sabiduría... Todos en la
misma sala, sin hacer excepciones. Sus características generales coinciden en
el poseer una tendencia al vuelo y a la fragilidad racional. Algunos, claro
está, pueden aparentar ser fríos y calculadores. Pero esto es sólo apariencia.
En realidad, los grandes matemáticos inscritos en el elenco de “soñadores” han
sido, históricamente, menospreciados. Por supuesto, tal menosprecio llega casi
siempre por parte de aquellos que, ignorando los enigmas del número definido como argé, no logran reconocer el vínculo
existente entre las siete cuerdas de la lira tocada por Apolo y los siete
sellos del Libro del Apocalipsis.
¡Incrédulos!...
Pero,en fin, hablemos de esta celda de músicos, de poetas y de
locos. De filósofos inspirados en el devenir. De pescadores que van al río con
redes agujereadas a pescar truchas. Rindamos honor a este cuarto de almas
truculentas, abandonadas al patrocinio del espasmo, donde habitan también los
inútiles hijos de la metáfora, aprendices del fracaso. En un sentido pictórico,
se trata de un cuadro patético, en el cual predominan amasijos de rostros con
horribles muecas; rueda de baile de torsos deformes. Desde una ventana exterior
se asoman siluetas que no han sido terminadas por la mano del artista. Nadie
conoce a ciencia cierta si se trata de almas perdidas en el limbo; extraños
personajes que quedaron fuera del drama, quizás por falta de coraje para
actuar. Una vez al mes llegan algunos visitantes extranjeros. Son aquellos que
se acuerdan de que tienen parientes soñadores y vienen a verlos; tal vez, por
eso del por si acaso. Y es que nunca
se sabe si un día caemos en profundo letargo y de ahí no despertamos. Pero lo
más interesante de todo es que esta sala está permanentemente abierta al
público. La entrada es gratis y se rifan papeletas para participar en la obra
sin límites de edad, ni diferencias de sexo. Claro que para tomar asiento en
platea hay una condición, al menos una: tener el alma por fuera y el cuerpo por
dentro. El alma por fuera, como camisa de juglar, como pincelada de luz al
centro de la noche.
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