PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 23 de octubre de 2013

Melodías del recuerdo: ¿Nos valen?


Por Astarté.
León, España.

Eres terciopelo y piedra... Eres agua y arena... Pero, ¡qué recuerdos!... Canciones que nos hacen evocar... ¿una época perdida? No. Algo arrastramos de todo esto. No voy a buscar autor y motivaciones; no quiero saber por qué los autores escriben las letras que luego buenos músicos llevarán al pentagrama y formarán una canción que tendrá éxito o no (todo depende de las circunstancias, de las llamadas “influencias”, de los padrinos que te puedan o no bautizar...) Pero esta canción que fue éxito en la hit parade de los años ochenta dice algo sobre el amor-instrumento. Y es que a veces el sentimiento nos conduce a la trampa y nos hace caer en las redes de la melancolía... Bueno, ¿y quién no ha sido víctima? En tal caso, “aquel que no sea pecador, que tire la primera piedra...”
Hoy Astarté evoca viejas melodías de su juventud prometedora. ¿Cursi? ¿Quién sabe? Pero son sólo recuerdos. Con cautela, por supuesto.Viejas melodías nos pueden conducir al cielo o al abismo, así que... ¡cuidado! No sabemos el efecto que la música, ligada a las remembranzas, nos  pueda causar. Podemos caer en las redes de una insospechada melancolía. Pero recordar no es delito. Eso no. La memoria tiene sus “pro” y sus “contra”. Y lo bueno es estar conciente de ello.


martes, 22 de octubre de 2013

El amor en estado líquido (reflexiones de Sofía).


Por Astarté.
León, España.

    Hoy quiero presentar a los lectores de Los días de Venus en la tierra las páginas de una poetisa y escritora, cuyas ideas cubren los  renglones en el Diario de Sofía
https://www.facebook.com/pages/Diario-de-Sof%C3%ADa/182783571864345?hc_location=timeline

    En el Diario... leí esto. Se trata de algunas reflexiones hechas por la autora, estudiosa de química y (según cuentan los gorriones de algún nido) bien entendida en amores. Al parecer, a veces se confunde la naturaleza de nuestro medio líquido originario (el líquido amniótico, por ejemplo. O mejor aún, el mar, que es el medio natural de los peces y todos fuimos peces hace mucho tiempo...) con el  flexus o lo flojo de nuestra naturaleza orgánica, el flexus que en buena medida evoluciona a nivel de nuestras relaciones, no sólo sentimentales, sino en general, humanas. Para aclaración del significado de flexus os remito a cualquier página que explique su etimología; ésta, por ejemplo: http://www.elcastellano.org/palabra.php?q=prolijo

    Y bien, a partir de una brillante comparación entre el estado líquido de los cuerpos físicos y el amor, Sofía me ha hecho pensar que para que el amor vuelva a encontrar la tierra como medio sólido y cálido para germinar, tendría (quién sabe) que lanzarse en todas direcciones a fin de retornar a su más remota forma de vida, transformando el flexus en sustancia nutritiva, o algo así, tal vez... ¿Qué os parece?

Reflexiones de Sofía. 21/10/2013

Acerca del “Amor Líquido”

Los líquidos y su movimiento han sido parte inseparable de mi carrera profesional, lo que nunca llegué a imaginar que podrían tener una relación directamente proporcional con el amor, específicamente con el nombrado “Amor Líquido” según la teoría del sociólogo Zygmunt Bauman. Como toda teoría tiene sus adictos y sus detractores.

Existen 4 propiedades de los líquidos que definen este nuevo tipo de amor no convencional de relación o “conexión “ de pareja.

1-Compresibilidad : Son altamente incompresibles.
Estado mínimo de compresión de la relación que impide lograr un compromiso estable.

2-Movimiento no acotado de las moléculas. Son infinitamente deformables.
"Las relaciones son un entretenimiento para obtener placer y satisfacción inmediata “consumiendo” a personas como si fueran mercancías de estantes de un supermercado.”
El amor romántico sufre una deformación literal de su definición conceptual.

3-Ausencia de memoria de forma. Toman la forma del recipiente que lo contenga.
Variable y adaptable ante nuevas situaciones, al final uno de los dos pasa a ser eliminado totalmente o se convierte en un desconocido con algunas huellas cuando menos perjudicado sales de esta “ausencia de memoria definitiva”. Como expresa el siquiatra Saulo Pérez en su artículo : “aquello que pensabas que compartías queda en una especie de duda, si fue real, o fue fantasía o simplemente falso o fue una elección del estante de la tienda para ser consumido y eliminado.”

4- Distancia Molecular Grande. Sus moléculas se encuentran separadas a una gran distancia.
En este caso las molecúlas espirituales de los respectivos miembros de la “conexión”, son fugaces y fragmentarias, esto implica que son anuladas por completo las dificultades, los sufrimientos, el comprometerse sentimentalmente, no existen las mariposas ni los corazones desplazados.

Realmente amigos, deja muy pocas puertas abiertas al "amor romántico". Las sociedades modernas caracterizadas por el mercado del consumismo, individualismo, inestabilidad ,inseguridad y la soledad, entre otras, conllevan a una ruptura emocional .El llamado "amor líquido", (que pienso tiene más adictos en los hombres que en las mujeres, y por favor no tilden de feminista a Sofía) , es un verdadero imperio, desafortunadamente se impone y no podemos nadar contra la corriente, es inevitable. Todos queremos independencia personal, económica, espiritual y esto no tiene nada que ver con el amor romántico.
Son tiempos de amar en una dirección donde lo existencial predomina sobre lo espiritual.

Adicta o detractora? Sofía evoluciona con la sociedad y con las épocas. Adicta al “Amor Líquido” pero condimentado con ligeros sazones de los amores de Shakespeare.

Los quiero con un inmenso “Amor en los 4 estados relativos de la materia”
Sofía

jueves, 10 de octubre de 2013

Crítica. Críticos. Yo opino, tú opinas, nosotros opinamos.




Por Astarté.
León, España.

Buscando información sobre Alejandro Jodorowsky (véase en Wikipedia o en cualquier página donde aparezca su biografía) acabo de leer dos artículos de Mauricio-José Schwarz (fotógrafo y periodista mexicano radicado en España desde 1999) en su blog "El retorno de los charlatanes".

El primero de estos artículos es una crítica (lo más crítica posible) a Jodorowsky y a lo que Schwarz considera que son sus artimañas para vender imposturas (véase:  http://charlatanes.blogspot.com.es/2006/06/jodorowsky-los-delirios-de-un-artista.html  ). El segundo escrito es también su opinión (lo más crítica posible) sobre algunas cuestiones relacionadas con Íker Jiménez, periodista español y presentador (junto a su mujer, Carmen Porter) del programa Cuarto milenio (uno de los programas de mayor teleaudiencia en España, el cual se emite semanalmente en la cadena Cuatro y  trata sobre cualquier tema relacionado con el mundo del misterio y lo desconocido):

No sé a qué atenerme cuando leo la crítica de críticos que se despluman de un tortazo los unos a los otros. Posiblemente, el periodismo es así de criticón: o se juega en la esquina roja o en la blanca en ese ring de boxeo opinionístico, al cual, en argot vulgar, podríamos llamar "despelote" o "chapi- chalapi".  Pero bien, a lo que voy: Desde hace un año espero con interés la transmisión de Íker por la Cuatro. Y con respecto a Jodorowsky, puedo decir que he llegado a admirarlo (aunque sea un charlatán, según la opinión de Schwarz). Por supuesto, todo es posible. Y puede ser que las propuestas televisivas de Íker Jiménez sobre paranormalidad formen parte de la tele sensacionalista y nada más, o tal vez no sea así. Como también puede que Jodorowsky esté usando a sus admiradores con ardides y técnicas teatrales, encantándolos como a serpientes que bailan al sonido de un flautín mágico. Sin embargo, tanto en un caso como en el otro creo que hay coraje para "atreverse" a proponer cuestiones que van más allá de la charlatanería de los políticos, y confieso que ya eso es gratificante (al menos, en mi caso personal). Quizás, charlatanes de la talla de Íker o Jodorowsky  me sirvan para hacerme romper con ciertas adicciones dictadas por la publicidad y el comercio (la moda de Milán o París, por ejemplo...), qué sé yo... No me atrevo a decir nada más, a no ser que un buen día, por accidente, dejase de buscar aquello que no logro ver o tocar u oír (porque los sentidos son imperfectos) para dedicarme a creer en la crítica de los críticos criticones. Pero os puedo jurar que, particularmente, las charlatanerías de Jodorowsky y de Íker me invitan a creer que somos libres de pensamiento.


martes, 1 de octubre de 2013

La urraca.





Por Astarté
León, España.


Con colores contrastantes que rematan el límite de la maravilla, la urraca resulta ser un animal inteligente a la par del chimpancé, del orangután y (para mi asombro) he leído que hasta del ser humano. No tenía mínima idea de que ello pudiese ser así, pues sólo la veía (y la veo) posarse en los tejados y graznar, así de feo y repugnante como los cuervos. Pero no habría llegado jamás a reflexionar sobre su potencial de inteligencia, si no fuese porque he leído algo de eso en Wikipedia o en una de esas páginas que usamos a menudo para buscar información en la web.

Me atrae ese animal. Y de ahora en adelante, si alguien me llamase “urraca”, no me ofendería en lo absoluto. Y no me ofendería porque, ante todo, los pájaros son seres dotados de una capacidad que Madre Natura, a sabiendas, no dio al hombre: la de volar en libertad. Tal vez, porque si pudiésemos volar en libertad, usaríamos el aire para propagar, sin límites, todo aquello que nos sobra (nuestro egoísmo ante todo).

Específicamente, si pudiésemos graznar como la urraca, podríamos comunicar y evitar el peligro al mismo tiempo, como también mantener el respeto propio y ajeno sobre el territorio (cosa que olvidamos muy frecuentemente). Las urracas usan sus graznidos como táctica de autodefensa y orientación. Son, en fin, animales inteligentes e independientes, libres de la tecnología, del comercio, del monopolio y de las guerras por el control planetario. El ser humano (nosotros), sin llegar a comprender con exactitud la grandeza de las leyes naturales, jugamos a “jugar” haciendo comparaciones como, por ejemplo, esa de identificar a una persona charlatana con la urraca (¡Qué grado de idiotez el nuestro!)... Aunque algo de grandeza habrá sido reconocido al nombre “urraca”, visto que fue nombre de reinas durante la Alta Edad Media en los Reinos de Pamplona, de Asturias y de León y no sólo en estas regiones: acabo de descubrir (a través de Wikipedia) que hubo un cacique indio en Panamá llamado Urracá, quien luchara valientemente contra la conquista española.

¿Y por qué me detengo a escribir estos renglones sobre la urraca? Pues, es simple la respuesta: Por nada en especial. O, quizás, porque me resulta extraña y enigmática. O porque la veo siempre en solitario y no en bandadas. O porque, sabrá Dios por qué... Pero juro que dedicarle un pequeño espacio y un mínimo de respeto a nuestros animales, tanto a los de casa como a los otros (esos que conviven con nuestra soberbia planetaria) es, ante todo, un ejercicio de paz. Me podéis creer.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Un viaje imaginario en LA MEMORIA (Comentario a la novela "Marja y el ojo del Hacedor", de Manuel Gayol Mecías)




Por Astarté
León, España.

 Un viajero salió un buen día a recorrer la memoria. Y no digo a recorrer su memoria, sino la memoria, universal y colectiva por naturaleza. El caso es que el viajero  inició su recorrido por la imaginería con el entusiasmo de los curiosos que han sido alguna vez (y más de una vez, por qué no...) marginados y condenados a vivir en la dimensión de un tiempo troncado por los designios de un Sempiterno.

El imaginativo y curioso viajero, sin embargo, había olvidado que emprender este decurso a través de la memoria requería, ante todo, invertir las coordenadas del tiempo y del espacio, para atrapar, con la mano que no agarra la pluma (la mano que ha quedado libre) el hilo conductor de la trama que él imaginaba. Fue así que el viajero, hacedor que pretendía inventar personajes para una novela de ficción, quedó bloqueado ante una puerta misteriosa, la cual se presentaba a su ojo como el único hueco para entrar al mundo de las estatuas de sal. Ellas (las estatuas, pétreas) le esperaban del otro lado, en el reino de Perséfone, para ser revividas y rescatadas al mundo real.

Y entonces sin desanimarse, el viajero, gobernador de su gran imaginería de poeta, alzó su mano (esa que le quedaba libre) y agarró, firme y decidido, la cuerda (el hilo de la trama de la historia), dejándose deslizar hacia el hueco que le permitiría entrar del otro lado, al rescate de Marja y de su propia conciencia.

No tuvo que tocar a la puerta, ni nada por el estilo. El hueco, que era su propio ojo de Hacedor imaginario, se abrió instantáneamente. Por supuesto, al ver la apertura, el viajero- buscador de imágenes quedó algo desorientado, pero su estupor duró sólo un instante, que ni tiempo tuvo para darse cuenta de su propia maravilla. Se trataba, pues, del ojo de la aguja, a través del cual pasaba el hilo conductor de la historia... (¿Pero de qué historia hablamos?... ¿De la historia de este libro titulado Marja y el ojo del Hacedor?... O, más bien, ¿será que nada más existe una gran historia, un solo libro que viene a ser la integración de todas las historias y de todos los libros que suelen existir, incluso de aquellos que están por escribirse? ¿Será?...) El viajero quedaría con una enorme duda, piedra filosofal del CONÓCETE A TI MISMO inscrito a la entrada del Templo de Apolo en Delfos. (¿Será este Templo el cuartucho solariego de Apolo Adán, alias el Flautista, en La Habana?)... Es decir, el viajero quedaría con la duda  de no saber si era él quien escribía su propia historia (que es la misma de Marja), o si, al revés, era el personaje-protagonista del libro que Joel Merlín, alias el Estudiante, escribía en la Buhardilla de los Marginados. O si era ambas cosas al mismo tiempo.

Yo, que conocí a Joel Merlín y a Gladys (su mujer), les recuerdo caminado por las calles de aquella ciudad donde vivió Lezama (quien también estuvo al margen, en los límites del tiempo y del espacio real, aunque hoy se quiera decir otra cosa bien distinta...). Y si atravieso mi propio ojo en la memoria, entro y salgo en habitaciones que se confunden y amalgaman: Salto hacia el mar desde el piso 16 de un alto edificio (en Primera y Paseo, en el Vedado) para caer en Trocadero 162, muy cerca del Paseo de El Prado habanero... Y camino a través de la espuma de las olas que atraviesan todo el litoral (las olas van buscando peces, a ver si las olas me rescatan algún día...) y llego hasta el mínimo rincón de la memoria donde Marja, que no está dormida, me aguarda con todo su erotismo criollo en el tiempo infinito de un universo extraordinario.

El Hacedor, que era tan curioso, terminó la historia que quería inventar descubriéndose a sí mismo. ¿Tuvo miedo al descubrirse?, ¿quién sabe? En todo caso, no hay conocimiento sin miedo, como tampoco sin dicha. Porque al conocernos a nosotros mismos, nos re-conocemos como la negación del como-hasta- entonces nos habíamos imaginado. La vida, en fin, no termina en ese punto del cual todos tememos (al menos, de eso han dado prueba Marja y su hacedor imaginario); ese punto (o hueco hacia el infinito u ojo de la aguja, da igual como queramos llamarle) no es el fin, aunque parezca que morir lo apague todo,  la memoria inclusa. Al contrario, atravesando el ojo penetrante podemos descubrir que allí, del otro lado, empieza, otra vez, la vida.

A mi amigo de siempre, Manuel Gayol Mecías, autor-creador de este libro (Marja y el ojo del Hacedor, que no es una historia, sino parte de la Historia de la isla del Sempiterno concentrada en pocas páginas) quiero dar las gracias por haber regalado a la literatura más actual este pedazo de vida personal y colectiva. Pero también deseo hacerle llegar a Marja un mensaje, de esos que se deberían comunicar al oído y en secreto, pero que por ser yo una lectora omnisciente (de otra forma, no podría jamás comprender el misterio del narrador omnisciente) tengo que decírcelo a voces. En fin: Querida Marja, no nos abandones aunque pasen los años... Y aun cuando la luz  ilumine ¡al fin! La oscura noche del sempiterno, guarda todavía tu memoria para recordar, por siempre,  la gran epopeya que significa vivir  un sueño.




Manuel Gayol Mecías. 
Poeta, narrador y crítico literario cubano. Nació en Las Tunas, Cuba, en 1945. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana, en 1979. Desde ese año y hasta 1989 trabajó como investigador en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas. En 1989 y hasta 1994 fue especialista literario de la Casa de la Cultura de Plaza. Durante esos cinco años impartió asimismo clases de talleres literarios a una buena cantidad de escritores jóvenes cubanos. Fue miembro del consejo de redacción de la revista Vivarium, del Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana. Recibió numerosos galardones literarios en Cuba en los géneros de poesía y cuento. Algunos de ellos: premio de cuento del III Concurso Literario Provincial Luis Rogelio Nogueras 1990 de Ciudad de La Habana; primer premio de Cuento en el Concurso Hemingway 1991 y Premio Nacional de Cuento en el Concurso Luis Felipe Rodríguez 1992, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). En la actualidad es editor en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California.
Retablo de la fábula (Poesía, Editorial Letras Cubanas, 1989); Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (Compilación, Editorial Casa de las Américas, 1989); El jaguar es un sueño de ámbar (Cuentos, Editorial del Centro Provincial del Libro de La Habana, 1990); Retorno de la duda (Poesía, Ediciones Vivarium, Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, 1995); La noche del Gran Godo (Cuentos, Neo Club Ediciones, Miami 2011) y Ojos de Godo rojo (Novela, Neo Club Ediciones, Miami 2012)

miércoles, 14 de agosto de 2013

Breves notas sobre el día de hoy.










      Por Astarté.
      León, España.



      En el extraordinario ir y venir de los días confundo la idea del tiempo que he dado a la vida. Y si ayer, por ejemplo, jugaba a tirar los dados de algún por-venir tremebundo, mañana, probablemente, jugaré con las cartas de lo irremediablemente vivido. Pero hoy... ¿cuál es mi juego...? Pues, digo que hoy cuelo el café matinal y me visto de horas para hacer del día un  salón donde juego a  soñar. Mientras tanto, el sol de agosto limpia el cielo de sombras y luna (aunque las sombras sigan ahí, detrás de la ventana,  y la luna esté en su corredor, a mitad de camino). Como vemos, hablar del presente es una hazaña; un acto del habla, descriptivo y audaz (los sentidos nos engañan...). Pero, igualmente, la certeza de que aquella vecina está, ahora mismo, tendiendo su ropa mojada y que mi gata se ha escondido en el armario son datos que anoto en mi cuaderno (como si se tratara de un común estudio de campo). Yo, por si cambiaran las reglas de la percepción, no me escondo y no me expongo en exceso. Tampoco me cohíbo, aunque no me arriesgo en demasía. Solamente abro la puerta y salgo. Me desprendo de mi ropa, de mis libros, de mi piel... Y me miro. Pero no es fácil hacerlo. Puedo jurarlo.

                                                                               ***

      Hoy, en el camino de regreso a casa, encontré una piedra (de esas que recojo a cada rato por la simple curiosidad de observarla o, quién sabe, por si acaso pudiera ganar de ellas un poco de poder y resistencia). Mi hijo imaginario me pide explicaciones de por qué los grillos chirrían tan alto (él dice que los grillos chirrían y no que cantan y no se equivoca del todo...). Y yo juego a explicarle con una vieja fábula, inventada para salir de aprietos a la hora de dar explicaciones sin tener respuestas. Él me mira (sé que me observa). Y en su fantasía construye un castillo, equilibrando cientos y cientos de cuerpos duros (como mi piedra del camino). Luego, con ojos vivaces, me reta a duelo. Y yo, que vivo de jugar al por-venir y de entretejer manías de historias en las que entra a jugar el irremediable pasado, lo visto (a mi hijo de ensueños), lo calzo y le abro la puerta. Y le pido que no se aleje demasiado. Y lo miro. Marcha radiante de juegos. Y dejarlo partir no es fácil. Esto también puedo jurarlo.

                                                                             ***


      Escucho música (me gusta hacerlo, igual si estoy sola que en compañía). El deseo de cocer gambas en salsa picante y acompañarlas con un buen vino es, puedo asegurarlo, una idea fija. Y como, según he oído decir, las ideas fijas no nos llevan a buen sitio, sustituyo mi deseo de gula por uno mucho más simple que no escribo. Pero igual da: todos los deseos son, más o menos, harina del mismo saco (todos pinchan con alfileres los sentidos). Sin embargo, tomo nota de ellos y los guardo (al final siempre sirven). Me siento en el salón de juegos, tratando de seguir observando mi cuerpo desde fuera de su piel. Pero, extrañamente, veo un bulto, un amasijo de materia irradiando energía. Y entonces hago un esfuerzo (agotador, por cierto) para observarme sin mi hatillo de costumbres (de esas acumuladas a través de mi idea del tiempo). Mi hijo imaginario se ha ido. También yo (desde que abrí la puerta, y eso ya pertenece al pasado...). Algo, sin embargo, me da la certeza de que hoy no es un día cualquiera, por el simple motivo de que ningún día (teniendo en cuenta esa idea del tiempo que me hace errar) lo es. Y si no bajo al bar... Si no cargo mi viejo fusil con flores, peces y tierra es porque, a pesar de observar lo que no puedo, vivo.

viernes, 2 de agosto de 2013

LA CANCIÓN DEL FANTOCHE.

 



Por Astarté.
León, España.


Miraba tan lejos que su vista se perdía en el horizonte y luego no hallaba el camino de regreso al hogar. Sus aspiraciones, altas como el trono de los antiguos emperadores, sobrepasaban la techumbre de su humilde casa y, quizás por eso, las ideas escapaban de su frente hacia los árboles del monte. Su condición de curandero de barraca era, sin embargo, aquello que menos cuadraba con el resto de su personalidad de rey frustrado. Claro que, dadas las circunstancias de pobreza material y moral que le circundaban, este monarca improvisado, con su jerarquía de ambiciones y su cetro de ignorancia, vio la posibilidad de convertirse, de buenas a primeras, en una especie de rey Midas. Olvidaba, al parecer, que para entrar en el torrente espiritual ajeno tenía, ante todo, que labrar su jardín con manos propias.

      Usaba las hierbas para curar a la gente. Y la gente, creyéndole sin más, acudía a sus rústicas sesiones de medicina natural, fueran cuales fueran las dificultades del camino. Cada mañana entraba en un viejo trillo y se perdía en la maleza, para luego regresar con las manos repletas de ramas y raíces. Más tarde, a eso del mediodía, encendía el carbón y preparaba un brebaje, al cual había dado el nombre de “néctar milagroso”. Decía que un solo frasco de tal mejunje calmaba, no ya los dolores corporales, sino, sobre todo, aquellos del alma.

      Fue así que su casucha comenzó a llenarse de paisanos (y de paisanas, por supuesto), crédulos de buen corazón que acudían cada tarde a encontrar al curandero para comprarle todo lo más que pudieran de aquella poción divina. Él, mientras tanto, acumulaba riquezas materiales de todo género: aquellos que no le pagaban con dinero, lo hacían en especie (con frutos de la tierra o del mar, pieles, animales y hasta piedras). De esta forma, el ilustre salvador de vidas, poco a poco, llegó a poseer un verdadero imperio entre el monte y la playa. Se hizo de una embarcación, construyó un espigón, alzó un pequeño faro en su enigmático puerto. Compró maquinarias para cultivar la tierra, cercó su hacienda, adquirió ganado y caballos. Y más tarde, cuando su poder era ya estimable, compró el derecho de tener labradores y siervos a su entera merced. Fundó una villa. Construyó una iglesia y, frente a ésta, un prostíbulo de lujo para criar hembras de monta legítimas. Edificó un banco; acuñó una moneda en la cual resaltaba, como imagen, la monstruosidad de su propia esfinge. Y para culminar su obra de dueño y soberano, monopolizó los límites del espacio territorial, por cielo y por suelo, de su oscuro reino.

      No compró, sin embargo, la eternidad. Eso no pudo hacerlo.

      Cuentan los que allí vivieron que, fascinado por la fluorescencia de la flor de la mandrágora, no tuvo cuidado al desenterrar su raíz, cayendo, mortal, en el torbellino de espectros nacidos del conjuro que él mismo pronunció. Y cuentan también que, en la noche de su muerte, una vieja guitarra, borracha de arpegios, fue a parir.




 
Paria, preciosa canción de Alberto Tosca, interpretada por la cantante cubana Xiomara Laugart. Me inspiró para escribir La canción del fantoche.