Por Astarté
León, España.
Con colores contrastantes que rematan el límite de la maravilla, la urraca resulta
ser un animal inteligente a la par del chimpancé, del orangután y (para mi
asombro) he leído que hasta del ser humano. No tenía mínima idea de que ello
pudiese ser así, pues sólo la veía (y la veo) posarse en los tejados y graznar,
así de feo y repugnante como los cuervos. Pero no habría llegado jamás a
reflexionar sobre su potencial de inteligencia, si no fuese porque he leído algo
de eso en Wikipedia o en una de esas páginas que usamos a menudo para
buscar información en la web.
Me atrae ese
animal. Y de ahora en adelante, si alguien me llamase “urraca”, no me ofendería
en lo absoluto. Y no me ofendería porque, ante todo, los pájaros son seres
dotados de una capacidad que Madre Natura, a sabiendas, no dio al hombre: la de
volar en libertad. Tal vez, porque si pudiésemos volar en libertad, usaríamos
el aire para propagar, sin límites, todo aquello que nos sobra (nuestro egoísmo
ante todo).
Específicamente,
si pudiésemos graznar como la urraca, podríamos comunicar y evitar el peligro
al mismo tiempo, como también mantener el respeto propio y ajeno sobre el
territorio (cosa que olvidamos muy frecuentemente). Las urracas usan sus graznidos
como táctica de autodefensa y orientación. Son, en fin, animales inteligentes e
independientes, libres de la tecnología, del comercio, del monopolio y de las
guerras por el control planetario. El ser humano (nosotros), sin llegar a
comprender con exactitud la grandeza de las leyes naturales, jugamos a “jugar”
haciendo comparaciones como, por ejemplo, esa de identificar a una persona
charlatana con la urraca (¡Qué grado de idiotez el nuestro!)... Aunque algo de
grandeza habrá sido reconocido al nombre “urraca”, visto que fue nombre de
reinas durante la Alta Edad Media en los Reinos de Pamplona, de Asturias y de
León y no sólo en estas regiones: acabo de descubrir (a través de Wikipedia)
que hubo un cacique indio en Panamá llamado Urracá, quien luchara valientemente
contra la conquista española.
¿Y por qué me
detengo a escribir estos renglones sobre la urraca? Pues, es simple la
respuesta: Por nada en especial. O, quizás, porque me resulta extraña y
enigmática. O porque la veo siempre en solitario y no en bandadas. O porque,
sabrá Dios por qué... Pero juro que dedicarle un pequeño espacio y un mínimo de
respeto a nuestros animales, tanto a los de casa como a los otros (esos que
conviven con nuestra soberbia planetaria) es, ante todo, un ejercicio de paz.
Me podéis creer.