Nota de la autora: La vida es sueño, dijo Calderón de la Barca. Y bien, hasta en sueños podemos ser esclavos de nosotros mismos o libres. ¿Habrá un mundo de caballos inteligentes?
(Rosa Marina González-Quevedo).
Por Astarté.
León, España.
Muchas veces, alucinando, sueño con una calle llena de edificios ¡tan
altos! que amenazan con venirme encima como los gigantes de Brobdingnag[1]. Ésta es una calle
cualquiera y, a la vez, símbolo del mundo. No hay personas que caminen por sus
aceras, ni coches que circulen, ni nada. Sólo edificios muy altos y un pedazo de
asfalto divisado desde arriba. Es muy enigmático este sueño: no ver a nadie representa no verme a mí misma. Al despertar busco las moles endrinas, los gigantes fabricados de concreto; es decir, los altos edificios entre los cuales no significo nada. Pero doy con las
paredes de mi habitación. Entonces, sin alarmarme demasiado, llego a la
conclusión de que he estado despierta, vagando horas enteras por mi mente,
presa de un estado de sonambulismo especial. La arquitectura de este sueño
es simple y apunta hacia el cielo (¿hacia mis delirios e ideales?)... No tengo posibilidad alguna de caminar hacia
los lados, sino de moverme, únicamente, hacia arriba y hacia abajo. Un hilo de oxígeno me toca desde lo alto pasando a través de la
columna horizontal que se abre entre las hileras de edificios. Y si a nadie
veo es porque, tal vez, tenga que ver pasar un ángel y no me he dado cuenta.
Hay una segunda posibilidad de arquitectura, que es ésa de construir mi propio sueño. Porque los sueños se inventan cuando y como
queremos, ¿no lo sabías? Así, cierro los ojos y en mi mente construyo una plaza; en su centro una fuente (en cada
plaza hay una fuente por lo general). Y tanta gente. Gente que da vueltas
y vueltas sin rumbo fijo. Personas, para colmo conglomeradas, que tropiezan entre sí. Sin dudas, un sitio
que reconozco. Desde la altura puedo ver el enjambre de hormigas humanizadas girando en
torno a mi gigantesca estatura; un sueño del ego recreado en Lilipud[2]. Un sueño que también es símbolo del mundo. Creo que en él no cabe posibilidad alguna de que llegue un ángel para
rescatarme. Este sueño es tan enigmático como el primero. Y lo peor de todo es que yo
misma lo he inventado. Por tanto, es obra de mi voluntad.
Queda una tercera posibilidad: la de entrar al país de los Houyhnhnms[3] donde me esperan
caballos inteligentes, los Yahoo. No soy gigante ni enana. Y me encuentro ante la disyuntiva de escoger por mí misma si ser grande o pequeña. Este sueño no es inventado. Tampoco
resulta de ninguna fase alucinatoria de la mente. No hay fuentes, ni calles, ni
gente en su sentido más amplio. Hay solamente espléndidos caballos inteligentes que caminan, libres, de un prado
a otro. Abundan los colores y reina el verde. Si decido quedarme aquí, claro
está, tendré que sacudir de mis hombros la contaminación adquirida durante el
viaje. Y, en segundo lugar, tendré que aprender a pastar, a vivir entre
caballos salvajes y a reconocer que, después de todo, en la vida todo es
posible. Al menos, éste es un sueño feliz.