PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 11 de septiembre de 2024

SOBRE LA MARCHA: EXTRAÑOS ENCUENTROS NO SON COINCIDENCIAS

Imagen libre de derechos de autor tomada de Pixabay

Cada época imprime modas y modos de pensar y hablar. Así sucede en el presente histórico, en el que vivimos asediados por tantos y variopintos "apremios cotidianos", esos que precisamente no son los de levantarnos cada día y respirar y mirar el sol y tomarnos el café madrugador. Me refiero, más bien, al contorno invadido por las redes sociales, por la IA (¡bienvenida sea esta al mundo del Homo Sapiens, a quien dicho sea de paso van disminuyendo las fuerzas para luchar contra el monstruo informático!) y por las metas impuestas por la necesidad de triunfar económica y moralmente en medio de la más atronadora desolación emocional.

Buscas siempre palabras retorcidas para expresar una idea, podréis decirme. Y entonces callo. Callo y pulso el play de un equipo anti-informático y estrictamente natural: la memoria que reproduce ciertas imágenes percibidas en mis últimas vacaciones.

No sé si os habéis percatado de que hoy en día frases como "conócete a ti mismo" o "búscate y encuéntrate en lo más íntimo de tu ser" se han convertido en frases de moda, cuando en realidad no son más que verborrea carente de sensatez, sobre todo por no saber que no sabemos ni siquiera cómo hacer para conocernos a nosotros mismos. De ahí que nos parece "coincidir" con congéneres (entiéndase análogos o semejantes) que no reúnen las características del "ser humano común idealizado". Veamos la siguiente situación: estamos tomando un café en un bar del puerto y llega una chica ataviada con chaqueta de cuero y falda de tul, mochila al hombro, flauta en mano y entonando una melodía que suena a iniciación druida. Ella parece vivir en otra dimensión, incluso cuando nos advierte que "es un ser humano aunque no lo creamos". Y entonces pensamos ¡vaya tía extraña! Y una vez tomado el café y liquidada la cuenta, nos levantamos y echamos a caminar por el paseo marítimo del sitio en el que felizmente estamos vacacionando y… ¡vaya!, ahora hay un hombre -que al parecer no tiene más de treinta años pero que aparenta el doble de edad- tirado en medio de una calle por la que transitan los coches, no porque se ha desmayado o le ha venido un infarto, sino porque la droga acumulada en su cerebro le ha dado órdenes de hacerlo. Y luego, al día siguiente, siempre tomando un café, "coincidimos" con un trovador ambulante y alcohólico (lo delata la botella de whisky de la que no se desprende durante todo su concierto callejero) que canta canciones de contenido social y que no tiene ni público ni monedas en la tapa de su guitarra, porque la gente a su alrededor necesita seguir bebiendo su café sin escuchar el lamento de un condenado a morir de pena.

Hoy en día, decenas de cursos de maindfulness se han puesto de moda en nuestra ciudad. Estos (en su mayoría con buena voluntad, respetando la moda de enseñar a buscarnos y a encontrarnos en nuestro interior) nos instruyen hacia cómo conectar con nuestro cuerpo y a observar nuestras virtudes y defectos como seres únicos e irrepetibles, respetando la norma socrática  CONÓCETE A TI MISMO, una frase que en poco tiempo también se ha puesto de moda para el ser humano que apenas logra creer que él y esas sombras con las que ha "coincidido", tomándose un café, son encuentros con los agregados que habitan en su subconsciente.

Extraños encuentros no son coincidencias sino, más bien, imágenes salidas del esperpento que habita en nosotros y que la IA no podrá jamás llegar a reproducir en su complejidad.

Nos vemos sobre la marcha, amigos.


miércoles, 24 de julio de 2024

SOBRE LA MARCHA: ¿EXISTE EL PASADO?

 

Foto libre de derechos de autor tomada de Pixabay



   De acuerdo con una frase de moda (una de las tantas construidas para etiquetar filosofías fáciles de digerir por todos), afirmamos que el pasado no existe (tampoco el futuro por añadidura) y que solamente vivimos en el presente. Perfecto. Sin embargo, quedaría en pie la incógnita de qué hacer entonces con la memoria y para qué sirve esta. Y aún más, quedarían sin respuesta preguntas mucho más básicas; por ejemplo la de si en realidad existe la memoria y qué es. Son interrogantes simples que no consideramos por estar siempre viviendo (subrayo el gerundio) el aquí y el ahora. O al menos eso suponemos que hacemos: nos levantamos por la mañana, nos aseamos, tomamos el desayuno o no, salimos de casa o no y continuamos la jornada en esa rueda del hamster definida como vida cotidiana. Vivimos viviendo, sí.

   Y ahora os preguntaréis a qué viene toda esta verborrea pseudo-metafísica en una calurosa tarde de verano en la que sería mucho mejor dormir una buena siesta y luego depositar nuestras redundantes almas en la terraza de un bar de cara a una caña bien fría. Y tenéis razón. No obstante, para el buen entendimiento de quiénes somos, sería pertinente escribir una nota al margen: a pesar de la frase "solo existe el presente", no podemos desprendernos de nuestros recuerdos (sean recientes o remotos), de lo que hemos sido y hecho; en pocas palabras: no podemos desembarazarnos retóricamente de nuestras vidas. De lo contrario, os invito a realizar ciertos ejercicios a fin de romper con el pasado; por ejemplo, quitar los espejos para evitar encontrarnos con nuestras canas y arrugas o destruir viejas fotografías que no hacen más que hacernos ver cómo éramos (para ruina de mis amigos fotógrafos, mejor no retratarnos nunca; ¿para qué si el pasado no existe?). Tampoco sería lógico escuchar las melodías de nuestros años mozos (con las que a menudo suspiramos) ni leer libros de Historia ni escribir autobiografías ni hacer nada que nos enrede en el absurdo hilo del tiempo cronológico. 

   Inviolablemente, a quienes confían que se puede obviar el pasado, tarde o temprano llegará la sentencia de que no hay un ahora sin el antes y el después. Reconocer el pasado sin remordimientos, sin lágrimas de tristeza, sin reproches es la mejor forma de vivir el presente: esta es una de las enseñanzas que intento aprender para no perder ni un ápice de mi totalidad. Y si hablo hoy de este tema, es porque el verano es la estación que más me remueve la memoria poniendo ante mí viejas estampas con los colores del mar e hincaduras del guisazo que crece árido en la arena bajo la planta de mis pies. En esas estampas están todas y cada una de mis micro-partículas de energía, se extiende la urdimbre y se entrecruzan los hilos de la trama de un ser que no termina de tejerse jamás.

Recordar sonriendo es un buen modo de matar el miedo. Continuemos, pues, integrando recuerdos en la máxima categoría del vivir presente.

Por supuesto, nos vemos sobre la marcha, amigos.






miércoles, 3 de julio de 2024

SOBRE LA MARCHA: EL MIEDO NUESTRO DE CADA DÍA

   

Foto libre de derechos de autor tomada de Pixabay


  Es muy simple: nos domina el miedo. Miedo a no ser idóneos, miedo a la soledad, miedo a perder el trabajo, miedo a soltar las riendas de una situación cualquiera en caso de imprevisto, miedo a contagiar un virus, miedo a envejecer, miedo a que no nos quieran, miedo a no aprobar los exámenes, miedo a un diagnóstico médico negativo, miedo a las malas noticias, miedo a que nos desprecien, miedo a los accidentes, miedo a no saber qué hacer o qué decir, miedo a los cataclismos, miedo a perder a un ser querido, miedo a hacer el ridículo, miedo a las cucarachas, miedo a no ser puntuales, miedo a la oscuridad, miedo a pasar hambre, miedo a la muerte… En fin, si hay algo que nos acompaña siempre es el miedo.

  Soy un animal temeroso. Es lógico, pues, que el tema me interese. Ahora bien, si alguien me pidiera ser un poco más explícita y definir lo indefinible (el miedo), diría de antemano que no existe lógica alguna para describir algo que no pertenece al dominio de la razón y que cualquier definición al respecto sería imposible. No obstante, si bajo presión y con una pistola apuntándome a la sien me viera obligada, alegaría entonces dos argumentos: el primero, que no hay un miedo sino muchos; el segundo, que los miedos son cuerpos energéticos inorgánicos formados por moléculas libres y, de hecho, caóticos. A lo anteriormente expuesto, agregaría que a pesar de estar regidos por el caos, bajo circunstancias concretas estos cuerpos de moléculas libres se organizan alrededor de un núcleo y asumen la apariencia de figuras semejantes al ser racional despavorido que les dio origen: el hombre. Y agregaría aún más: esas figuras de naturaleza inorgánica semejantes al hombre establecen entre sí relaciones de jerarquía en pirámides y dicha jerarquización cambia de acuerdo con las diferentes épocas históricas, culturas, zonas geográficas, etcétera. Por ejemplo, el miedo a la peste bubónica ocupó -en Europa y en general en todo el planeta- un puesto privilegiado en la cúspide de la pirámide de jerarquías en una época determinada (entre 1347 y 1352 según los historiadores). Sin embargo, a  día de hoy este miedo no entra en las primeras posiciones jerárquicas, al menos en esta zona del planeta llamada Occidente.

  Hay, sin embargo, un miedo que no pierde su puesto estelar, un miedo de los más terribles desde que el prestigio y el éxito social fueron establecidos como baremo para evaluar al ser humano: el miedo al qué dirán. Así, salirse de las normas establecidas o tomar decisiones que chocan con las de un determinado patrón o colectivo social (sea este cual sea) se convierte en hazaña de titanes. Basta con decir NO o con rechazar un proyecto de tendencia manipuladora (¡y cuántos hay de esos!); basta con renunciar a bailar en el carnaval de la mayoría para ser expulsados ignominiosamente del paraíso categorial de los corderos. 


 Nos vemos SOBRE LA MARCHA, amigos.


sábado, 29 de junio de 2024

SOBRE LA MARCHA: EL DIÁLOGO CON EL SILENCIO



Silencio
Foto de uso gratuito bajo licencia de Pixabay.

  ¡Tranquilos, amigos míos!, mi intención no es escribir frases rebuscadas ni pedirlas a cambio en SOBRE LA MARCHA, nueva sección de Cuenta Conmigo. Más que nada, aspiro a declarar lo que me nace en el corazón sin entrar en reflexiones ni disquisiciones.  Por cumplir con compromisos sociales, olvidamos a veces la importancia de estar con nosotros mismos; manipulados por el miedo del qué dirán los demás, nos precipitamos a realizar acciones en las que creemos que nos va el prestigio y el éxito. Y así, un buen día, terminamos escribiendo discursos viandantes que en su mayoría acaban durmiendo en el cesto del bla bla bla. Al final, nada hemos dicho de la felicidad, si somos felices o no. ¿Lo somos?

  Por supuesto, me podéis requerir diciéndome que este artículo tiene un tono poético en el que abundan oscuras metáforas y que, por ende, no hay claridad expresiva en el texto y que… ¡Blam!, es mejor cerrar la puerta y pasar página. Sin embargo, la prisa nunca es buena consejera y antes de hacer juicios os invito a deteneros en el tema propuesto: el diálogo con el silencio. ¿O acaso no es cierto que el silencio habla y nos dice todo aquello que transmite el corazón?

  Soy una mujer que ha pisado ya la habitación de su sexta década y hasta ahora no he hecho otra cosa que andar a trompicones por este mundo. No obstante, a pesar de mi inconsciente ir y venir, he logrado una vida privada en la que entran hogar, trabajo, presente y memorias. ¿Y de mis anhelos? Pues bien, desde muy temprana edad descubrí mi pasión por la escritura y daría siempre un paso por delante de mí misma para dedicarle el alma. Todo sumado, puedo decir que soy feliz: a día de hoy tengo un compañero de vida de quien aprendo y a quien amo, amigos con los que comparto acontecimientos placenteros y (desde luego) también tristezas, una gata tierna y malcriada que nos presta la casa para que vivamos en ella, viajes y comodidades. ¿Fracasos?; estos también, desde luego: la distancia de mis seres queridos y viejos amigos y la sensación de ausencia generada por ella. En fin, experiencias alcanzadas a golpe de martillo, pérdidas y logros, muchos proyectos en mi cabecita y otros elementos que entrarían en una larga lista del qué he hecho y del qué hago. Sin embargo, si algo hay de grandioso en mi vida, lo es el descubrimiento de la necesidad de vivir en mí guiada por un viejo amigo: el corazón. Quizá ello explica por qué me resulta imprescindible sacudirme las alas y respirar profundo para continuar mi vuelo.

  Necesito soledad para conversar con el silencio. Este, por su parte, me dice que hasta que no eche de mi casa a mi importancia personal no seré totalmente libre y que sin libertad no hay cielo. Por ser tan sincero, le he creído. ¡Vaya amigo que tengo escondido en el pecho, este corazón que será el último en decirme adiós antes de partir al infinito! Mientras él lata, aquí estaré… Y sí, aquí estoy, en diálogo con él, tomando nota desde este rincón de mi escritorio.

¡Nos vemos SOBRE LA MARCHA, amigos!

sábado, 22 de junio de 2024

CUENTA CONMIGO REGRESA PARA ESTAR ENTRE EL MAR Y EL CIELO


 

     

Después de casi dos años de silencio (la última entrada en este blog data del 30 de agosto de 2022), regresa a su actividad Cuenta Conmigo; retorno que llega sin prisas ni propósitos trazados de antemano, sino por locura del pensamiento y sobre todo como reconquista del poder que la red nos ofrece para escribir sin normas editoriales ajenas, siguiendo solo aquellas que dicta el corazón. Cuenta Conmigo regresa y espera ser un espacio en el que sinceridad y creatividad se den la mano; regresa, sí, en esta ocasión para saludar a sus habituales lectores (estos se preguntarán por qué los autores abandonamos nuestro blog así, sin ton ni son, interrogante para la que no encontramos una respuesta satisfactoria…). Pero también regresa porque tiene una cuenta pendiente con mi último libro de poesía titulado Entre el mar y el cielo (Ediciones Insurrectas, 2024).

Entre el mar y el cielo es un poemario intimista en el que las vivencias renacen y caminan en sus múltiples direcciones multiplicándose en el acto del recordar. Representa un recorrido poético por etapas de la vida de su autora y conduce al lector a observar imágenes que definen, en buena medida, el sentir y el ser de una generación. Entre los principales temas propuestos, destacan el de la frustración personal y la destrucción de ideales en una isla que se pintaba —e irónicamente aún se pinta— a sí misma paradisíaca, la necesidad del autoconocimiento y la superación de falsos conceptos, la rebeldía y la disidencia, la búsqueda de la libertad de expresión y de conciencia, la decisión y el acto de emigrar unidos al extrañamiento existencial que ello supone, la nostalgia por la tierra que se ha dejado atrás y la aceptación de la distancia y del pasar del tiempo. La memoria es la célula matriz que mantiene viva la expresión poética de quien juega a reconstruir instantes de su infancia, espacios geográficos de antaño, estampas familiares, experiencias sentimentales y lazos culturales que aparentaban ser indestructibles. Sin embargo, todo cambia. Por consecuencia, la memoria no es suficiente para atrapar, en fotogramas inertes, el discurrir del río de la vida. Sobreviene, pues, el sentimiento de pérdida unido al inevitable reconocimiento de que somos siempre diferentes de lo que hemos sido. El ciclo de la lluvia es símbolo recurrente para representar la transformación continua del ser. El mar y el cielo, por su parte, representan las fronteras entre la tierra natal y la extranjera y, a su vez, puntos de referencia para el corazón que se lanza al vuelo en su búsqueda de la felicidad. Sin embargo, Entre el mar y el cielo no es solamente una recopilación de evocaciones personales, sino un libro que invita a viajar al horizonte para encontrar el desconocido y amado ser humano universal que somos. Reflexionar queda de vuestra parte, queridos lectores.

A continuación, os dejo uno de los poemas contenidos en el libro. Confieso que es uno de mis favoritos por tratarse de una evocación tan nítida que puedo tocar y percibir cada espacio en él narrado: nací en una ciudad de mar de una isla del Caribe. En torno a mí todo olía y sonaba, todo estaba vivo y lleno de misterio. El barrio pertenece a ese período que hoy archivo en el file de mi ayer inconsciente pero feliz: mi infancia. El barrio es, en fin, una imagen viviente que respira y me observa desde el mundo etéreo donde sé que indiscutiblemente existe.


El barrio

  

De todos mis amores

recuerdo el gato amarillo de mi infancia

que mi madre bañaba en el lavadero del patio

y luego el muy cabrón

 aún mojado

se metía en la carbonera.

Poco me inspiraba entonces

lo que sucedía en casa

porque la alegría y la razón de mi inocencia

estaban en el barrio.

 

 

Una calle ancha cual ancha puede ser cualquier calle de contornos marinos.

Acicalada para un concurso de luciérnagas nocturnas y sapos gigantes,

vestida de parterres en los que respiraban las adelfas y crecía un flamboyán.

De añil se teñía su techo aun en tardes de lluvia. Y al llover,

el aire olía a tierra primitiva. O a lecho de musgo. O a ambos.

 

Aún recuerdo aquellas puestas de sol sobre el sinfín de arrecifes

en su cita con las nubes en la costa, a pocos metros de la carretera

en la que una mañana atropellaron a mi perro.

Me dejó en su testamento sus cánticos de amigo.

Mi perro,

el primero de todos los demás que llegaron a mi vida.

 

En el barrio los niños nos lavábamos la cara en los charcos.

Jugábamos con palos y piedras a la guerra de pandillas y escondíamos

las armas en un solar yermo minado de cacimbas en las que tarántulas

hambrientas aguardaban la llegada de apetitosos ratones de cuneta.

 

Una pequeña plaza de madera pintada de verde era asilo de gallinas

expertas en cazar cucarachas. Choza de amantes noctámbulos adornada

con botellas rotas e invadida por montones de mazorcas de maíz podridas

la placita le decía a aquel refugio de gatos militantes de la luna siempre

a la espera de un ágape real a base de ratas pululantes—.

 

Sentado en un muro bajo mi abuelo solía tomar el sol junto a otros viejos.

Miraba de reojo su reloj de bolsillo y decía es pronto aún y se chupaba

de un trago un vaso de aguardiente para refugiarse en los tiempos del son

y las casacas de dril cien. En su imaginario deambular por otros mundos,

paseaba con camisa almidonada por las avenidas del recuerdo y fumaba

un puro más largo que su memoria.

Mi abuelo,

el excéntrico,

el poeta.

 

Y ahora

que los peces de la costa

sobreviven en las algas que otros peces engulleron

más de medio siglo atrás…

 

Y ahora

que la alegría y la razón de mi inocencia echaron a volar

al universo de los imponderables seres de la imaginación…

Me duele confesar que alguna vez pasé por el barrio

y que apremiada por la hora de tomar el tren

dije al taxista sigue de largo, no es este el lugar.


 

Espero que este regreso sea un nuevo punto de partida. Eso deseo. Y los deseos son llamadas del alma. 

martes, 30 de agosto de 2022

EL INCREIBLE MUNDO DE YUPI (RELATO)

Imagen libre de derechos de autor (Pixabay)


           Tengo un amigo intersexual que tuvo la intrepidez de nacer con un testículo y un ovario. Su madre quiso llamarle Hermafrodito; su padre, sin embargo —previendo mofas evitables— decidió ponerle el nombre de Júpiter, apelativo soberano que los más allegados hemos reducido cariñosamente al mote de «Yupi».

Para honra de la literatura popular, el susodicho es un tipo que tiende a narrar cuentos increíbles. Personalmente, pienso que quizá la capacidad de ser un prolífico narrador la deba más a sus experiencias inéditas que a la vanidad de considerarse —mitológicamente hablando— un semidiós. Porque, entre nosotros, ¿qué no habrá visto Yupi siendo cantinero de un bar de barrio?... No sé, pero a mi entender, no hacen falta excusas para incluirlo en estas descabelladas narraciones de los que danzan en el Limbo.

Refiero a continuación uno de sus relatos más recientes. Yo había bebido algo más de la cuenta, no lo niego. No obstante, pude anotar los pormenores de la historia en su totalidad:

Era una noche de jueves cuando aquella mujer entró y se sentó en la barra y pidió un tequila doble. Receloso, le pregunté que de dónde era. Y ella me empezó a contar un rollo de esos difíciles... Pero no le creí. Tomó tres tequilas. Y al cuarto, siendo ya las tres en punto de la mañana, apagué las luces. Entonces, entró en la cocina; obvió el innecesario preámbulo pasando, de inmediato, al juego duro: se quitó todo lo que llevaba puesto y se acostó boca abajo sobre la encimera. Tenía un tatuaje desde la nuca hasta la rabadilla. Me pidió que le acariciara el culo; empecé a darle masajes circulares en las nalgas (que eran duras y firmes) dejando escurrir, poco a poco, mi mano entre sus piernas... Y la gran sorpresa fue cuando se volvió y vi que ella era tan rara como yo. Me juró que, de pequeña, su madre la había dejado en un monte llamado Frigia y que, siendo mozuela, había sido seducida por un centauro, el cual, apiadándose de su belleza, en vez de donarle literalmente su mitad animal, le dio solo el pene del caballo... Afuera llovía y hacía un frío atroz y yo me limité a abrazarla (si acaso un abrazo tiene límites)... Pero tío, la verdad es que, de no haber visto con mis ojos lo que vi, habría seguido creyendo que no existe más de una versión para la misma historia...

—Sí, Yupi —interrumpí—, en tu mundo (y en el de todos) las historias son como un camino por el que transitamos con pies diversos —Tragué de un golpe el chupito de whisky.

—Eso que dices lo doy por cierto y verdad —aseveró—. He visto de todo en este bar y puedo contar cosas que igual harían reír que llorar. Por ejemplo, ¿ves a ese hombre que lee en aquel rincón?... Es ciego desde hace tres años; perdió totalmente la visión en un accidente. Sin embargo, viene cada día a leer: agarra el periódico, lo abre y se lo pone por delante. Dice que igual da, que para él no ha cambiado ni el bar, ni mucho menos  las chorradas que  publican los diarios. Un sabio lector, tío.

 

 ©Rosa Marina González-Quevedo

 

 https://youtu.be/dzBfZFGST4Y