Por Astarté.
León, España.
Diciembre de 2011. Entre luces y sombras, como enjambre de plasticidad, la bella Budapest
giraba en la plenitud de sus espacios vacíos, esos que no dan prisa a los ojos
del caminante. Sin querer, descubrí sitios de
transeúntes, al parecer, llenos de vida pero calcificados, en fin... Y todo
ello hizo que naciese en mí la necesidad de reproducir mis impresiones más
chocantes, por eso del revivir lo extraño que no llegamos a alcanzar jamás sensorialmente.
Quiero describir, entonces, una ciudad raramente húmeda, con calles medio
vacías en días de fiesta y la soledad de dimensiones otrora espléndidas, pero
hoy cargadas del taedium de agresivos
visitantes que nada piden, porque nada quieren. Quiero decir que vi jóvenes
sedientos de conquistas (esas no alternativas a la realidad del consumo), perdidos
en una cierta obsesión por saltar el límite de lo posible. Y ancianos repletos
de la nostalgia del viejo sistema, aquel que daba un fardo de harina a cambio
de principios escasos de ambiciones.
En fin, quiero decir que vi gente, no sólo
turistas. Los turistas pertenecemos a otra categoría que nos aparta de la complejidad
vital de las ciudades que visitamos. Quiero decir que vi, además, un caudaloso
río, artificialmente iluminado de noche, brumoso en sus días hasta decir no
más. Y que vi el paso del tiempo en la inmensidad de una iglesia, la más
visible desde Buda hasta donde llega la vista del observador, hoy dedicada a
conciertos. Pero, sobre todo, vi el halo del pasar del tiempo, desde un ya
lejano 1990 hasta el sol de hoy. Y me pregunto qué ha sido del alma de
Budapest, de sus pulsaciones más elementales, aquellas que hacían vibrar la
opulenta ciudad de las dos orillas cuando predominaba el aire de los cambios
políticos. Aquella que vi y que ahora no encuentro porque el tiempo pasa y nada
deja del ayer, a no ser recuerdos. Yo, que vengo de todas partes, que siendo
hormiga llevo mi carga a cuestas para no perecer, rindo tributo al vacío de mis propios espejismos,
resumidos, tal vez, en una búsqueda estética personalizada, no del todo
definida. Y os dejo estas fotografías, que algo dicen por sí mismas de una
ciudad de contrastes: Budapest, entre oquedades y multitud de visitantes; estos
siempre regresan a sus casas con souvenirs
y percepciones varias. La bella y enigmática Budapest, una ciudad que no sabe a dónde va. Ir y
venir por espacios de bruma y vacío: buena razón de ser. Al
final, todas las ciudades se parecen.
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