PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 10 de abril de 2019

"LA ENANA" EN "LA FRAGUA LITERARIA LEONESA"

Tengo la enorme satisfacción de hacer llegar a los lectores de Los días de Venus en la Tierra el reciente artículo periodístico magistralmente realizado por el escritor berciano Manuel Cuenya para "LA FRAGUA LITERARIA LEONESA", en la columna cultural del periódico digital ILeón.com.

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LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Rosa M. González-Quevedo: "La escritura creativa es un medio ideal para desarrollar la imaginación, el pensamiento y el talento"

La narradora y ensayista cubano-leonesa Rosa Marina González-Quevedo, autora de 'La enana', ha finalizado su segundo poemario titulado 'El ritmo del conjuro'. Y ha comenzado a escribir su segunda novela. Asimismo, continuará escribiendo en su blog y participando en eventos de literatura dentro y fuera de León.

Rosa Marina González-Quevedo
Manuel Cuenya | 10/04/2019 - 13:50h.
"... Nacido en Asturias, Carlos Álvarez Muñiz había recorrido muchos rincones del mundo. Era un inquieto escritor de novelas que, en su mayoría, giraban alrededor de esoterismo y misterio.
Se definía a sí mismo como "buscador de claves ocultas en eso que cuenta la gente y nadie cree". Por supuesto, nadie menos que él, que creía en todo. Creía, por ejemplo, que algunas ciudades han perdido el alma, mientras que otras, al contrario, son organismos vivos que han alcanzado la eternidad gracias a sus mitos y leyendas. Así mismo, era partidario de que podemos estar en dos sitios geográficamente diferentes al mismo tiempo, como también en un mismo lugar en tiempos diferentes. Y que esta posibilidad (argumentada por las leyes de la física cuántica) daba explicación a extraños fenómenos, considerados "objeto de la fantasía" por no haber sido explicados aún por vía racional...".
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(Rosa Marina González-Quevedo, 'La enana')
Nacida en Cuba, en concreto en Matanzas, como el escritor Pedro Juan Gutiérrez (autor por ejemplo de la estupenda 'Trilogía sucia de La Habana'), Rosa Marina González-Quevedo lleva ya algunos años en la ciudad de León. En cierto sentido, ella misma se siente una autora leonesa, sobre todo porque en León –asegura– ha recuperado el ambiente de acción literaria que perdiera al salir de Cuba en 1997.
Resulta en todo caso de sumo interés que una creadora cubana como ella haya decidido instalarse en nuestra capital provincial. Y pueda aportarnos su cultura, su cubanidad, su cosmopolitismo también, porque ha tenido la ocasión de vivir asimismo en Italia, en concreto en Nápoles, donde impartiera clases de Español en el Instituto Cervantes de esa ciudad italiana.
En realidad, los temas de sus obras, al menos hasta ahora, tanto en poesía (inédita) como en narrativa (acaba de editarse su novela 'La enana' bajo el sello Camelot), están más relacionados con ciudades como La Habana, Nápoles o Roma. Y aun con otras como Praga, Gijón o Madrid, que figuran como escenarios en su reciente novela.
Una obra que comenzara a escribir en noviembre de 2016 con la idea de narrar una historia de ficción centrada en un personaje femenino que tuviera algún tipo de discapacidad física o mental, y a su vez dotes especiales. Fue entonces cuando decidió que su protagonista sería una niña enana que compartiría su existencia con la de otros personajes. Y que todos viajarían por ciudades y épocas históricas diferentes, rompiendo las barreras del tiempo cronológico.
De este modo, poco a poco, recuerda que fue perfilando una trama llena de enigmas que encuentran explicación, no por vía racional, sino a través de formas de conocimiento de la realidad 'no convencionales' como son la física cuántica, la magia, la filosofía de los antiguos alquimistas y los mitos y leyendas.
"Con ello, he querido dar al lector algo más que una novela de entretenimiento, con el propósito de que éste tenga la posibilidad de dudar ante cuestiones que han sido problemas 'eternos'; por ejemplo, ¿qué es la verdad?, ¿es posible la existencia de algo más allá de aquello que no somos capaces de explicar?, ¿vivimos en otros planos de la realidad, por ejemplo, en el onírico?".
Más que una novela, 'La enana' -que está recreada en cinco ciudades: La Habana, Praga, Nápoles, Gijón y Madrid, "todas ellas sujetas a saltos espaciales y temporales continuos"-, representa un viaje constante entre pasado y presente. "Así, nos transportamos a la Praga del Callejón del Oro donde vivió Kafka, para descender la colina del Castillo hasta llegar a la Malá Strana de Neruda, pasear por sus casas encantadas y darnos una vuelta por el Barrio judío. Al mismo tiempo, sin percibir apenas el cambio, entramos en las calles bulliciosas de La Habana y en sus casas animadas por altares yoruba a ritmo de tambor. Y así, volvemos en el tiempo a la Nápoles del 'Settecento' y saltamos al Museo del Prado, para seguir nuestro viaje hacia la mundana Gijón, deteniéndonos ante el panorama azul del Cantábrico. Una geografía de naturaleza cuántica, imprescindible para desarrollar la historia. En este relacionarse de espacios diferentes, los misterios establecen una identificación entre Praga y La Habana, al punto de llegar a concebirlas como una y la misma ciudad".
Por otra parte, en esta obra, con una trama en la que se confunden realidad y ficción, se plantea la necesidad de definir el concepto de 'magia' como conocimiento universal. "De esta forma, ritos animistas como los de la santería se entrelazan con fórmulas alquímicas y con símbolos de la tradición hebrea, intentando dar solución a problemas relacionados con la vida y la muerte", expresa su creadora, la cual agradece a su editor, Pablo Solares Acebal, y a todo el equipo de Ediciones Camelot, que confiara desde el inicio en ella, reconociendo la profesionalidad con la que han trabajado en su edición.
"Ediciones Camelot es una editorial asturiana que en septiembre cumplirá sus cinco años de vida; ésta sigue una política de trabajo que da oportunidad a autores poco conocidos, justo en una época en la que en el mercado del libro  el número de publicaciones está siendo inversamente proporcional a la demanda; en pocas palabras, se editan muchos libros y se lee cada día menos. No obstante, Ediciones Camelot se abre camino con fuerza, y desde hace dos años está también en Latinoamérica como Ediciones Camelot América", afirma Rosa Marina, cuyos primeros referentes literarios fueron Charles Dickens con su 'David Copperfield' y  Edmundo de Amicis con su obra 'Corazón'.
Comenzó a leer libros con 'El libro de Oro de los niños', "colección de seis tomos que contiene (además de mitología, leyendas, religión, fábulas y poesía) historias de la literatura infantil que han pasado de generación en generación".
"Con 'La enana' he querido dar al lector algo más que una novela de entretenimiento, con el propósito de que éste tenga la posibilidad de dudar ante cuestiones que han sido problemas 'eternos' "
Posteriormente, su maestra de cuarto grado le regaló 'Flor de leyendas', de Alejandro Casona, una joya literaria que le abriría por completo su mente al mundo de la fantasía. Siendo una niña recuerda que le apasionaba la literatura fantástica y de aventuras, sobre todo las novelas de Julio Verne y de Emilio Salgari. Y, entre otras obras clásicas, leyó 'Alicia en el País de las Maravillas' y 'Los tres mosqueteros'.
"En aquella etapa de mi niñez fingía estar enferma para no ir a la escuela y quedarme en cama (así, devoraba un libro tras otro). Años más tarde, durante mi período universitario en Cuba, mis ratos de ocio estuvieron bastante dedicados a la lectura de una mezcla de obras de autores diversos: las hermanas Brontë, Edgar Allan Poe, Daphne du Maurier, Arthur Conan Doyle, Ramón Pérez de Ayala, Miguel de Unamuno, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier y tantos otros. Todos ellos han dejado profunda huella en mí", rememora esta poeta y narradora cubano-leonesa que, al pensar en Cuba desde León, se da cuenta de que no se siente totalmente extranjera porque a León llegó por amor, quedándose a vivir en esta ciudad donde ha encontrado amigos y compañeros extraordinarios, según ella, que le han dado (y le dan) su apoyo incondicional.
En todo caso, cree que León es una ciudad en la que prevalece una mentalidad que tiende más al localismo que al cosmopolitismo, algo que le cuesta trabajo asimilar... "Aún me resulta extraño escribir acerca de las costumbres de los pueblos de la montaña leonesa, ambiente con el que no llego a identificarme del todo. Por supuesto, ello no significa nada definitivo y quizás algún día llegue a convertirme en una apasionada escritora de misterios y leyendas populares leonesas, ¿por qué no?", apunta Rosa Marina, que de un modo inevitable siente añoranza por su ciudad natal, Matanzas, pues para ella representa su álbum, en el que conserva los retratos de su infancia y adolescencia, "una etapa muy feliz". Una vez más, la infancia y aun la adolescencia como las patrias o matrias auténticas.
"Mis recuerdos de Matanzas son huellas indelebles que guardo en mi memoria: los rincones de la casa donde nací, el viejo barrio, mi familia, mis amigos de niñez y primera juventud, el largo período escolar que culminó con el fin de mis estudios preuniversitarios".
Dice que León le recuerda a Matanzas, quizás por sus ríos (Matanzas está atravesada por tres ríos). "También la arquitectura y la cultura leonesas son similares a las de La Habana; por ejemplo, las calles del centro histórico guardan alguna semejanza con las de la Habana Vieja, al menos así lo percibo. Claro, lo que más me falta en León (además de mi familia) es el mar, pues esta es la única ciudad no costera entre todas en las que he vivido", rememora con afecto y con nostalgia a la vez.
En la medida en que se siente leonesa, cree que en estos momentos la provincia de León representa en toda España un modelo de creación literaria que no deberíamos perder de vista. Y se le antoja  impresionante el movimiento de escritores y eventos de alta calidad que se están llevando a cabo, "los cuales hacen posible que autores que escribían para sí o para pequeños colectivos de amigos salgan a la luz y den a conocer su obra".
Destaca encuentros literarios como 'Cuento Cuentos Contigo' en narrativa. O el 'Ágora de la Poesía' y el 'Ékole Poetique' en el ámbito poético de la ciudad de León.
"A todo esto hay que agregar lo que sucede en Ponferrada y en la zona del Bierzo, así como en Astorga y en la zona de la maragatería, donde también van en aumento los espacios y eventos de prestigio dedicados a la literatura, con la participación de muy buenos escritores. En general, toda la provincia está envuelta en un dinamismo literario de gran envergadura y me impresiona la fuerza que todo esto está tomando, hasta el punto de hacerme creer que, tal vez algún día, se llegue a hablar de 'generación literaria'".
Asimismo, le resulta muy interesante la integración de la literatura con otros géneros artísticos; "en este sentido, es fácil constatar (al menos, en la ciudad de León) el carácter polifacético de la mayoría de los eventos de literatura, apoyados activamente por artistas de géneros diversos. Este fenómeno de integración de géneros ha hecho posible que se haya formado, por ejemplo, un grupo como 'mil9-colectivoLiterario', agrupación de la cual soy miembro y en la que se entrelazan la poesía y el teatro con la música. Personalmente, me interesa participar en todo lo que está sucediendo", señala esta Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad de Nápoles, cuya formación es fundamental para ella como creadora literaria.
Tuvo la ocasión de vivir en Nápoles durante quince años, desde 1997 hasta 2012. Y cuenta que, cuando llegó a la sureña ciudad italiana, tuvo que comenzar desde cero en casi todo: "aprender costumbres y a comunicar en lengua extranjera (convivía con una familia napolitana en la cual se hablaban, solamente, italiano y napolitano), cambiar de paisaje, de dieta, de clima... En fin, tuve que aprender a 'ser diferente'. Sin embargo, agradezco eternamente a Nápoles el haberme enseñado a romper con los estereotipos culturales y de pensamiento que arrastraba desde Cuba. En general, pienso que 'ser extranjero' es una experiencia de vida excepcional, un camino que nos abre las puertas al conocimiento de la realidad desde puntos de vista diferentes, haciéndonos más libres".
En septiembre del 2001 empezó a trabajar en el Instituto Cervantes de Nápoles, hecho que le permitiría, entre otras cosas, reestablecer el contacto cotidiano con su lengua de origen. "Yo era la única latinoamericana que por aquel entonces trabajaba entre españoles, razón por la cual, hasta cierto punto, tuve que seguir conviviendo con 'lo diferente', si bien las raíces culturales eran las mismas. En el Instituto Cervantes de Nápoles desarrollé mi carrera de didáctica de la enseñanza de Español como Lengua Extranjera. Y mientras trabajaba en el Cervantes, estudiaba en la universidad italiana. Este fue un período muy dinámico desde el punto de vista profesional", recuerda Rosa Marina, para quien la lengua ─entendida como sistema de comunicación verbal─ es una especie de organismo con vida propia que se mueve y se alimenta constantemente. Y en este sentido escribir es, a su juicio, observar estos movimientos y captar sus manifestaciones, describiéndolos sin caer en estereotipos.

La escritura como aprendizaje lingüístico

"En pocas palabras, escribir es un medio de aprendizaje lingüístico en el cual no podemos decir jamás la última palabra... No me gusta quedar anquilosada en el léxico del castellano estándar, porque considero que ningún dialecto es más importante que otro y que ninguna lengua es perfecta. Por esta razón, más allá de las reglas gramaticales, tanto en mi narrativa como en mi poesía, trato de hacer uso habitual de diferentes variantes diatópicas, a fin de describir nuestra lengua en sus múltiples asimilaciones", explica Rosa Marina, cuya vocación por la escritura creativa surge a la edad de siete años, cuando sus padres le regalaron un "cuaderno muy bonito", con el objetivo de que lo usara como su primer diario, "ya había aprendido a escribir en la escuela y un diario me ayudaría a practicar", matiza.
"Las hermanas Brontë, Edgar Allan Poe, Daphne du Maurier, Arthur Conan Doyle, Ramón Pérez de Ayala, Miguel de Unamuno, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier y tantos otros. Todos ellos han dejado profunda huella en mí"
No obstante, en vez de escribir un diario, comenzó con su primer libro de poesías y cuentos, que conserva como reliquia de sus primeros pasos como creadora literaria.
Su abuelo materno también había escrito en su juventud dos novelas y continuaba escribiendo poesía; su abuela escribía poemas rimados, "aun teniendo un bajo nivel de escolarización". Y así fue como Rosa Marina, a través de sus abuelos, aprendió a saborear la pasión por la escritura. Con el apoyo de sus padres, quienes jamás le pusieron piedras en el camino de la creación –precisa– y siempre comprendieron que escribir era para ella una necesidad.
"Considero que la escritura creativa es un medio ideal para desarrollar la imaginación, la libertad de pensamiento y el talento personal. De ahí, la importancia de su uso en cursos y talleres dirigidos a escritores. Actualmente, la escritura creativa representa un importante método aplicable a diferentes áreas profesionales. En tal sentido, se me ocurre pensar en lo que está sucediendo en didáctica, donde la escritura creativa está teniendo gran éxito como método de aprendizaje lingüístico desde edades tempranas. En general, la escritura creativa es aplicable a todos los momentos de formación del ser humano, ayudando a desarrollar la concentración y la libertad de expresión", manifiesta esta ensayista, que comenzara a publicar siendo profesora en la Universidad de La Habana, cuando, a petición de la cátedra de Historia de la Filosofía en 1992, le editaran la 'Antología del positivismo en México'.
En esa época había iniciado un trabajo de investigación sobre la evolución de la conciencia en la obra del jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin a la vez que estudiaba la obra literaria del autor cubano José Lezama Lima. "De este estudio paralelo surgió mi ensayo 'Teilhard y Lezama: teología poética', publicado en La Habana por Ediciones Vivarium en 1996. Años más tarde, ya en Italia, continué publicando ensayos en una revista de filosofía, cuya peculiaridad era la de editar en varios idiomas. Entre las publicaciones de esta etapa italiana están 'Las posturas del 'chévere' y del 'orador popular' en el habla popular cubana de hoy' (IF Press, 2004) y 'San Manuel Bueno Mártir, leyendo con Unamuno' (IF Press, 2008)".
Aparte de sus ensayos filosóficos y lingüístico-literarios, también publicó, durante sus años de trabajo en el Instituto Cervantes, artículos relacionados con la enseñanza del Español como Lengua Extranjera.
Y en cuanto a su obra narrativa, desde hace tiempo publica sus relatos en revistas internacionales así como en su blog personal 'Los días de Venus en la Tierra'3; además de sus recientes publicaciones en antologías editadas en España.
En la actualidad, ha finalizado su segundo poemario titulado 'El ritmo del conjuro', "un entretejido poético entre leyenda, adivinación y ritmo". El primer poemario, 'Entre el mar y el cielo', de temática intimista y metafísica, sigue inédito. Y ha comenzado a escribir su segunda novela. Asimismo, continuará escribiendo en su blog y participando en eventos de literatura dentro y fuera de León.
Aunque no resulta fácil abrirse camino en la senda literaria, según ella, la vida le ha enseñado que existe una fórmula indefectible para lograr nuestros objetivos, compuesta por dos elementos principales: amor y trabajo. "Por ello, mi mensaje para los jóvenes escritores que inician el difícil trayecto de la autoría es el de no cejar en su empeño y continuar trabajando con amor, sin dejar que el desaliento destruya jamás la ilusión, por duro que sea el camino".
Entrevista breve a Rosa Marina González-Quevedo

"No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy"

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?
Volvería a leer por segunda vez 'El león rojo', de Mária Szepes.
Un personaje imprescindible en la literatura (o una persona en la vida).
Don Quijote de La Mancha.
Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).
Un libro insoportable: 'El capital', de Karl Marx.
Un rasgo que defina tu personalidad.
La constancia.
¿Qué cualidad prefieres en una persona?
La inteligencia.
¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?
Para mí, la política actual es una caricatura a no tomar en serio. No se está hablando de política, sino de politicastros.
En cuanto a la sociedad actual, creo que hay muchos contrastes; por ejemplo, por un lado existe un alto desarrollo de la tecnología a gran escala; por otro, el ser humano tiende cada vez más al individualismo, dejando de lado cosas imprescindibles como la salud del planeta Tierra en el que vivimos.
¿Qué es lo que más te divierte en la vida?
Dos cosas. Una es viajar, la otra es saborear platos de la cocina italiana acompañados de buen vino.
¿Por qué escribes?
Escribo porque no sé vivir sin hacerlo.
¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?
Sí, las redes sociales son medios que uso para publicar y dar publicidad a mis relatos cortos, poemas y ensayos breves.
¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?
En narrativa, la obra de Stephen King y de Javier Sierra.
En poesía, me siento bastante influenciada por autores cubanos como Georgina Herrera y Nicolás Guillén, sin dejar de mencionar la influencia de un clásico de la literatura universal, T.S. Eliot en 'La tierra baldía'.
¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?
No sigo ningún blog en específico, pero sí consulto constantemente muchísimos de ellos, en general, buscando información sobre temáticas diversas. Y tengo el mío propio: 'Los días de Venus en la Tierra'.
Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.
"No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy".


lunes, 4 de marzo de 2019

NOVELA "LA ENANA", DE ROSA MARINA GONZÁLEZ-QUEVEDO.





Queridos lectores de Los días de Venus en la Tierra, en noviembre de 2016 inicié la escritura de mi primera novela, la cual en poco tiempo tuvo el título que la acompañó hasta el fin de su proceso editorial: La enana.

SINOPSIS DE LA OBRA: En octubre de 1996, mientras se desencadena un huracán tropical, una niña enana nace en un hospital habanero. Al mismo tiempo, un joven escritor asturiano adquiere en Praga una rara marioneta, obra de un excéntrico titiritero italiano del Siglo XVII, y un erudito profesor napolitano de antropología y psicología pierde un antiguo reloj judío en un hotel de la capital cubana. Así, inicia una historia que, poco a poco, tejerá una trama en la que se confunden realidad y ficción, para hacernos perder las coordenadas que nos permiten delimitar la frontera entre el mundo histórico-sensorial y el universo astral intangible. Rodeado de una serie de fenómenos paranormales de difícil comprensión racional, el misterio de «la enana» permanecerá oculto en la existencia de un ciclo maldito de vidas, misterio que solamente podrá ser desentrañado en la misma medida en la que el protagonista logre superar toda una serie de estereotipos académicos y personales. La enana es, en fin, una novela escrita para ser leída desde perspectivas diferentes, en la que Física cuántica, magia, antiguas leyendas, ritos ancestrales y alquimia serán las claves para ayudarnos a transitar por el laberinto donde se confunden pasado y presente.

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Fotografía de Marcelo O. Barrientos Tettamanti
Más de año y medio de trabajo escrito transcurrió hasta llegar a su edición. 

Y bien, recientemente La enana ha sido publicada en España por Ediciones Camelot S.R.L.

La obra ha visto la luz en una exitosa presentación efectuada en la ciudad española de León el pasado 28 de febrero, en el Salón de los Reyes (del Antiguo Ayuntamiento) de dicho centro urbano.

La presentación estuvo a cargo de Juanmaría García Campal y Noemí Montañés Fernández y contó con la colaboración de Bibliotecas Municipales y con la actuación de mil9-colectivoLiterario. A todos ellos llegue mi agradecimiento, así como a los fotógrafos y demás  organizadores del evento.

Fotografía de Paco Fergar Mella

Fotografía de Alejandro "Nemonio" Aller



El texto se encuentra a la venta en la Librería Valderas de esta ciudad leonesa.

Fotografía de Marcelo O. Barrientos Tettamanti
















Y para aquellos interesados en adquirir La enana desde tierras lejanas, como buen viajero universal el lector podrá encontrar el texto a la venta en AGAPEA- LIBROS URGENTES. Véase: Venta online de la novela La enana, de Rosa Marina González-Quevedo


Os deseo a todos que la lectura de La enana os sea de gran placer y que a través de sus páginas podáis viajar en el laberinto del Tiempo, al hallazgo de la llave que os permita salir a la luz y abrir la puerta hacia el conocimiento del universo personal.

La enana os acompañará.

viernes, 7 de diciembre de 2018

INCERTIDUMBRE, "MENTE CREATIVA Y CERTEZA DE ELEGIR" (CONFERENCIA OFRECIDA EN LA PRESENTACIÓN DE LA REVISTA CUBANA "VIVARIUM").


Nota de la autora.
Tras un mes en La Habana, a mi regreso, dejo a mis lectores de Los días de Venus en la Tierra el texto que sirvió de Presentación al número XXXVII de la Revista cubana "Vivarium", en esta ocasión, dedicado al tema de la incertidumbre. Doy gracias a los organizadores del evento, a los participantes y, en especial, a Ivette Fuentes de La Paz, Directora de dicha revista, por su invitación. 










PRESENTACIÓN DE REVISTA «VIVARIUM» XXXVII.

Incertidumbre, «mente creativa» y certeza de elegir.
Una reflexión personal.


En 1932, cuando aún no había cumplido los treinta y un años, Werner Karl Heisenberg recibe el Premio Nobel como reconocimiento a su Teoría cuántica matricial.  Una novísima concepción del mundo veía la luz ante los ojos incrédulos de la humanidad: por primera vez en la historia de la Física, Heisenberg formulaba un modelo matemático que le permitía interpretar las propiedades de las partículas subatómicas como matrices que evolucionan en el tiempo. Su objetivo era investigar cómo funciona el microcosmos de energía y cuáles son sus leyes, midiendo, con la mayor precisión posible, las magnitudes de dichas partículas. Específicamente, intentaba localizar la posición exacta de un electrón en el espacio y, para ello, debía procurar que el electrón fuera visible, efecto que logró tras provocar un choque de fotones sobre el mismo. Sin embargo, para su sorpresa, tal choque luminoso produjo una alteración en la velocidad del electrón. Se verificaba, pues, que no se podía obtener una medición precisa de la posición del electrón sin alterar su velocidad y viceversa.
Así, Heisenberg llegaba a la siguiente conclusión: en el caso de las partículas subatómicas, al medir una de sus magnitudes, se altera la otra, demostrándose la imposibilidad de conocer con precisión los fundamentos de la materia. Quedaba, pues, formulado el Principio de indeterminación o de incertidumbre, verdadera revolución para la Física, para la filosofía y para todas y cada una de las ramas del saber humano.
Dos años más tarde, en 1935, ve la luz la paradoja más popular de la Física Cuántica, fruto de un experimento mental propuesto por el austríaco Erwing Schrödinger, la conocida Paradoja del gato de Schrödinger, resumida en lo siguiente: Imaginemos un gato dentro de una caja completamente opaca. En su interior se ha instalado un mecanismo que mantiene unido un detector de electrones a un martillo y, justo debajo del martillo, se ha colocado un frasco con veneno letal. De esta forma, quedan ante nosotros dos posibilidades: la primera de ellas, que el electrón se dispare como un proyectil activando el mecanismo, haciendo caer el martillo y produciendo la rotura del frasco con el veneno que, supuestamente, el gato beberá. Ante tal alternativa, al abrir la caja hallaremos al gato muerto. Sin embargo, puede también suceder que el electrón tome «otro camino» o trayectoria que el detector no capte, no caiga el martillo, no se rompa el frasco, el gato no tome el veneno y no muera; por ello, al abrir la caja hallaremos al gato vivo.
En fin, en cualquiera de los dos casos, esperamos algo que desconocemos y que sólo conoceremos usando los sentidos, pues sólo pondremos fin a nuestra incertidumbre cuando veamos al gato o vivo o muerto.
¿Cuál será «el destino» del pobre gato dentro de la caja?
Una de las dos posibilidades sucederá, por supuesto. Pero, mientras tanto, nuestra incertidumbre es un hecho palpable que se regodea en la agobiante espera y, ante ella, muchos comenzaríamos a orar ─y hago énfasis en el verbo «orar», pues lo retomaré más adelante─ para que el electrón no «se dispare» y no cause la muerte del gato, tratando de anticipar en el tiempo un resultado encaminado a salvar la vida del animal.
Ahora bien, más allá de aquella realidad que podemos constatar usando nuestros sentidos, ¿cuál es la respuesta de la teoría cuántica a la Paradoja de Schrödenger?
En 1925, Louis De Broglie había propuesto la siguiente hipótesis: cada partícula material tiene una longitud de onda asociada, la cual es inversamente proporcional a su masa y a su velocidad. Quedaba así establecida la dualidad onda/materia: desde el punto de vista de la Física Cuántica, un electrón (y toda partícula subatómica) es partícula material y onda al mismo tiempo.  Por esta razón, como partícula material, el electrón se mueve de forma lineal y se proyecta, activando el mecanismo que hace caer el martillo y provocando la muerte del gato. Pero, al mismo tiempo, como onda, el electrón vibra u oscila, no choca con el mecanismo que activa el martillo y, al final, el gato no muere.
En resumidas cuentas, según la teoría cuántica, el gato dentro de la caja está muerto y vivo al mismo tiempo.
Por supuesto, al abrir la caja nosotros veremos al animal en un solo estado: o vivo o muerto. Y es que, fuera del mundo cuántico, las dos posibilidades anteriores dejan de existir simultáneamente y la realidad se define por el punto de vista del observador. En otras palabras, el experimento propuesto por Schrödinger es solamente aplicable a partículas aisladas, pero una vez que las partículas subatómicas inician un proceso de convergencia e interacción, éste deja de aplicarse.
¿Existen, entonces, respuestas a esta paradoja?
Pues sí. Hay teorías que han dejado abiertas las puertas para dar respuesta a la Paradoja del gato de Schrödinger; por ejemplo, la Teoría de los Universos paralelos o del entrelazamiento cuántico, según la cual es posible la existencia de múltiples universos paralelos que, al entrelazarse, entretejen una trama o un Totum, el llamado multiverso.
Y bien, ¿es real este multiverso? ¿O queda solamente en el predio de la literatura fantástica?
Y en resumen, ¿dónde vivimos? ¿Qué somos? ¿Podremos saberlo algún día?
Como vemos, se trata de las mismas interrogantes que han acompañado a la humanidad desde tiempos remotos, si bien ─por supuesto─ «actualizadas» por la historia del pensamiento científico. Pero, a fin de cuentas, son siempre las mismas preguntas. E intentando darles respuesta, la búsqueda de certezas choca contra el muro del desconocimiento y, como siempre, aquello que ignoramos, aquello que nuestros sentidos no perciben desencadena en nosotros una turbulencia emocional que nos conduce a experimentar sentimientos negativos que desembocan en el miedo.
Claro, hay algo a nuestro favor que olvidamos con frecuencia, hay algo que menospreciamos por considerarlo dentro de la categoría de lo «paranormal»,  hay algo    regularmente despreciado por infalibles catedráticos por  falta de demostración racional: me refiero a nuestro «sexto sentido», esa capacidad que, en general, definimos como «intuición» y que, atreviéndome a usar un paralelismo físico-poético, nos permite descubrir «lo invisible» a través de un viaje entre el universo cuántico y el universo sensible.
Una explicación científica de la «intuición» como viaje entre ambos universos podría ser, por ejemplo, la teoría cuántica de la decoherencia.
La decoherencia cuántica es el término aceptado y utilizado en mecánica cuántica para explicar cómo un estado cuántico entrelazado puede dar lugar a un estado físico clásico (no entrelazado). Por supuesto, llegar a considerar dicha hipótesis no ha sido fácil; el camino ha resultado ser un sendero pedregoso y desconcertante que, en su día, llevó a poner en tela de juicio los propios cimientos de la teoría cuántica.
En 1935, Albert Einstein, Boris Podolsky y Nathan Rosen presentaron la Paradoja EPR,  llamada de esta forma por usar las iniciales de los tres científicos. El experimento planteado por EPR consiste en lo siguiente: dos partículas que interactuaron en «el pasado» han quedado en un estado entrelazado y, desde «el presente»,  dos observadores captan cada una de las partículas de forma independiente. Sin embargo, cuando cada observador mide la inercia de la partícula que observa, sabe cuál es la inercia de la otra. Y si mide su posición, gracias al entrelazamiento cuántico y al principio de incertidumbre, puede saber la posición de la otra partícula de forma instantánea.
Así, Einstein llegaba a la conclusión de que la Paradoja EPR entraba en contradicción con la Teoría de la relatividad, ya que permitía la observación de un fenómeno (el de la acción a distancia instantánea) sin permitir hacer predicciones exactas sobre él: entraban en contradicción los principios de la medida y la localización dentro de la ciencia cuántica.
Pero lo que no sabía Einstein es que la paradoja presentada era la manifestación de lo que realmente ocurre en el universo. En resumen, Einstein desconocía la Teoría del entrelazamiento cuántico, la cual afirma que, en un estado entrelazado, manipulando una de sus partículas se puede modificar el estado total; es decir, operando sobre una de las partículas se puede modificar, de manera instantánea, el estado de otras partículas a distancia, fenómeno que no tiene sentido (a simple vista) en el mundo de nuestras experiencias cotidianas.
Por supuesto, de los tiempos de Einstein a nuestros días algo ha cambiado; por ejemplo, los físicos han logrado modificar «desde el presente»  un evento que ha sucedido con anterioridad, demostrando que dos partículas, aunque estén separadas entre sí por una distancia monstruosa, son capaces de comunicarse sin que exista entre ellas ningún canal de transmisión. Este fenómeno, llamado entrelazamiento cuántico, demuestra que la realidad cuántica es muy diferente a la realidad física material captable a través de nuestros sentidos. Y es aquí donde entra en juego la «intuición de la mente creativa».
Más allá de nuestra observación y de nuestra percepción sensorial, más allá de aquello que vemos, escuchamos, tocamos, etcétera, existe un espacio invisible o tan opaco como la caja en la que se encierra el gato del experimento mental de Schrödinger. Desde la óptica de la «mente creativa», este espacio invisible es el llamado Mundo de Imago, espacio que existe para todos, pero al cual solamente se accede con los instrumentos del espíritu creativo, instrumentos que nos posibilitan «ver» al gato vivo y muerto al mismo tiempo.
Volvemos, pues, a la teoría de la decoherencia anteriormente mencionada; es decir, regresamos a la explicación del tránsito de un estado cuántico entrelazado que da lugar a un estado físico clásico (no entrelazado), pero en este caso, visto a través del viaje que realiza la «mente creativa»: el poeta transformando metáforas (véase etimología de metáfora[1]) en versos, el escritor rescatando imágenes y trayéndolas o transportándolas a la realidad histórica, el pintor captando movimientos indefinidos y transformándolos en trazos sobre un lienzo, el compositor traduciendo los sonidos de la Naturaleza en notas musicales... En conclusión: el proceso de creación artística como manifestación de la llamada decoherencia cuántica.
En 1996 publiqué con ediciones Vivarium un ensayo titulado Teilhard y Lezama: Teología Poética. En él dediqué varias páginas del último capítulo a abordar el tema del viaje imaginario del poeta, para lo cual hice una comparación entre la cosmovisión teilhardiana del universo y aquélla encerrada en el cosmos poético de José Lezama Lima. Entre otros conceptos, hice referencia al de «ojo de la aguja», concepto que utilicé para explicar mi idea poetizada de la existencia de universos entrelazados y convergentes. Resumiendo, expuse mi visión del viaje del escritor en su acto de creación cuando éste, en soledad, transita del mundo histórico (o sensorial o cronológico) al Mundo de Imago (universo cuántico imperceptible), tránsito que realiza atravesando un punto en el que ambas dimensiones convergen y al que doy el nombre de «ojo de la aguja».
En realidad, creo que la «mente creativa» no inventa absolutamente nada y que lo que hace es captar, por vía extrasensorial, imágenes que ya existen en ese multiverso del que nos habla la teoría del entrelazamiento cuántico. En tal sentido podríamos, por ejemplo, comparar al escritor con un tejedor de imágenes y afirmar ─¿por qué no?─ que escribir no es otra cosa que tejer. Sí. El escritor sostiene el hilo de lo imaginario y lo pasa a través del «ojo de la aguja». Luego teje, poco a poco, una elegante bufanda (su obra). Aparentemente, el hilo de la madeja nada tiene que ver con el del tejido; sin embargo, el hilo es el mismo en la madeja y en la bufanda y el tejedor solamente «ha creado» una realidad distinta (la bufanda) de aquella anterior (la madeja), sin olvidarnos de que «crear una realidad distinta» presupone siempre una elección personal ante la coexistencia de posibilidades simultáneas.
Por último ─y relacionado con lo anterior─, para concluir esta  Presentación del número XXXVII de la Revista Vivarium, deseo volver, por un instante, a un verbo que utilicé en este texto párrafos atrás, cuando analizaba las posibilidades de hallar al gato vivo o muerto dentro de la caja. Específicamente, me refiero al verbo «orar» y a su relación con la teoría cuántica.
Y, al respecto, expongo mi punto de vista ─uno entre tantos posibles─:
Tanto «crear» como «orar» son el resultado de una elección personal ante la incertidumbre de alternativas entrecruzadas. Oramos porque queremos anticipar, en forma positiva, el devenir de un acontecimiento. Orar es, por tanto, «escoger» una posibilidad ya existente; por ejemplo, el gato de la Paradoja de Schrödinger puede beber el veneno y morir o, al contrario, puede no beberlo y continuar con vida. Y si oramos para que cuando abramos la caja encontremos al gato vivo, es porque hemos escogido esa posibilidad latente. En ese caso, nuestra oración tendrá efecto. De igual forma, el escritor escoge tal o cual perspectiva de la realidad invisible para construir su obra. Y al hacerlo, no hace otra cosa que modificar la realidad.
Y entonces, ¿qué es «elegir» desde el punto de vista de la Física Cuántica?
Para dar respuesta a la anterior interrogante, hago referencia a dos ideas de Gregg Braden, expuestas  en su obra El efecto Isaías. Braden afirma que «el punto de elección es como un puente que hace posible que comience un camino y que cambie de curso para experimentar un resultado nuevo»[2], y «la clave para elegir un resultado entre los muchos posibles reside en nuestra habilidad para sentir que nuestra elección ya está sucediendo»[3].  Entonces, desde la óptica de la Física Cuántica, «orar» y «crear» pueden ser entendidos como actos de transformación y, bajo este punto de vista,  no son otra cosa que «escoger» posibilidades (aun cuando la caja de la Paradoja del gato de Schrödinger permanezca cerrada), estando convencidos de que todo, absolutamente todo, es potencialmente posible.

Rosa Marina González-Quevedo.
León, octubre de 2018.



[1] Del latín metaphŏra, y éste a su vez tomado del griego μεταφορά, que significa ‘traslado’ o ‘desplazamiento’, derivado de metapheró ‘yo transporto’.
[2] BRADEN, G., El efecto Isaías, www.nuevaconciencia.com.mx
[3] Ibid.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Hojas secas (Relato de un viejo leñador).


Nota de la autora:

Se avecina el Otoño. En breve los verdes bosques del verano se teñirán de los más caprichosos colores entre tonos ocres, violetas, dorados... Y luego quedarán hojas secas, pero vivas. Invito a los lectores de Los días de Venus en la Tierra a compartir esta historia que desea a todos un otoño sereno.

R.M.G-Q.







Por Rosa Marina González-Quevedo (Astarté).
León, España.

Cuenta la historia que en un lugar del bosque (de su pequeño e íntimo bosque) dejó trazado el proyecto de sus últimos días. Días, por demás, extraños (por tanto, memorables). Días que, para no olvidarles, los encerró en una caja de caudales, una caja vacía que a partir de aquel momento quedaría llena de hojas secas, una caja que dejó a merced del tiempo en un mar de naturaleza viva, el bosque que siempre amó.

No había más que verle acariciar los árboles para darse cuenta de su especial relación con ellos. Les consideraba sus amigos de siempre. A menudo, les hablaba. Y les contaba anécdotas de su vida, repasando, una por una, el tránsito veloz de sus estaciones personales: su primavera juvenil, cuando los sueños proliferaban como flores en su piel repleta de ilusiones; su verano impetuoso, cuando tenía tanta fuerza en el alma que podía derrumbar murallas de piedras a su paso... Y también algo de su invierno, cuando  la nieve y la soledad quemaban su energía, transformándola en cenizas.

Pero de todas sus estaciones personales, el otoño era aquella más significativa, precisamente por ser el tiempo de recoger hojas caídas: para él, las hojas secas representaban un enorme caudal y nadie lo sabía; eran retales de vida aparentemente deshechos que le servirían algún día para cubrir su cuerpo inmóvil por toda la eternidad; su cuerpo que estaba envejeciendo, paralizándose día a día. Por eso, en sus noches de invierno se ocupaba bien en conservar las tardes del otoño (quién sabe si éste sería el último de sus otoños) con el mismo celo que había siempre curado sus mañanas de sol.

No tenía herederos. Algún sobrino desconocido, hijo de algún hermano también desconocido en una ciudad desconocida... Eso era lo mismo que nada. Sobre todo, porque su entera fortuna estaba allí, en una caja de caudales llena de hojas secas y no en una cuenta bancaria, ni en un palacio lleno de riquezas acuñadas en dinero. Era, en fin, un pobre entre los más pobres... En resumen, él no tendría que preocuparse en dejar a nadie un testamento de su miseria. Cuando llegaran los días de nieve, cuando el viento frío abriera las ventanas de su cabaña y apagara su hoguera; cuando él, yerto, no pudiera andar para encender de nuevo el fuego, tendría al menos hojas para cubrirse el cuerpo. Que si bien una pequeña caja de caudales era un espacio muy reducido para almacenar gran número de ellas, estaba claro que, por lo menos, era éste un buen proyecto digno de faraones que preparan su alma para vivir en la eternidad.

Y nada más que contar. En realidad, no sé cuándo pudo haber sido escrita esta fugaz historia de amor que no habla de pasiones ni de idilios, pero que deja un mensaje extraordinario a todo buen observador:

Caminemos y entremos en el bosque que nos crece por dentro. Hallaremos un tesoro escondido en una caja olvidada por la gente. Tal vez, ello será suficiente para descubrir cuánto vale la vida cuando la muerte, implacable pero condescendiente, deja vivas hojas secas en la leyenda de cualquier viejo leñador.

domingo, 12 de agosto de 2018

La fábula del viejo rabel y la loba parda.



Nota de la autora: Hoy propongo a los lectores de Los días de Venus en la Tierra este relato que escribí hace algo más de un año para la sección Poniendo historias de Cuento Cuentos Contigo, evento de narrativa que se celebra el segundo viernes de cada mes en la ciudad de León (España). Para escribirlo, me inspiré en el romance tradicional La loba parda y me sumergí por un instante en una realidad lejana, consciente de que para una peregrina es muy difícil atrapar toda la magia que se encierra en una noche de luna llena, cuando los lobos aúllan y los zombis del silencio salen a cruzar caminos por la Cordillera Cantábrica.

Jacob van Maerlant. Koninklijke Bibliotheek. Netherlands.



La fábula del viejo rabel y la loba parda.

Por Rosa Marina González-Quevedo (Astarté).
León, España.

Era una noche de verano y la luna llena rompía la quietud del recinto. Un haz de luz traspasaba la penumbra de la habitación y se proyectaba sobre el espejo de la cómoda, para luego refractarse sobre el antiguo armario, iluminándolo misteriosamente. Afuera reinaba una extraña calma quebrantada por el chirriar de chicharras ocultas en los árboles de un bosque cercano. Apenas pocas familias habían llegado desde la ciudad, dos o tres, no más. El pequeño pueblo, perdido en la angostura de aquella montaña, parecía estar desierto.
Juan era uno de los pocos recién llegados. Por lo general, visitaba el pueblo cinco o seis veces al año, sobre todo en busca de la paz que la vida urbana le negaba. La casa había pertenecido a sus antepasados. Y él, que ya pasaba de los sesenta, volvía siempre allí, a revivir recuerdos. Así, al entrar, acostumbraba a tocar cada mueble y cada objeto que encontraba a su paso. Ello representaba una especie de ritual, como si a través del contacto físico pudiera hacer revivir estampas pasadas, acontecidas entre las paredes de la vivienda familiar. De esta forma, por ejemplo, tocaba el florero de porcelana e imaginaba a su abuela poniendo en él flores frescas. O la mesa de madera de la cocina, para ver de nuevo a su madre, extendiendo el mantel y llamándolo para comer. Cada objeto, cada elemento significaba algo vivo. De hecho, Juan no temía a los fantasmas.
Pero de todas las cosas del hogar había algo que quedaba fuera de aquella ceremonia táctil. En el armario de la solitaria habitación yacía un viejo rabel cual leyenda sepultada por la acción del tiempo. Y Juan se limitaba a abrir ceremoniosamente las puertas del mueble para observarlo allí, colocado igual que una reliquia sagrada sobre sábanas de hilo. Pero no lo tocaba con sus manos. No se atrevía a hacerlo. Y lo peor era que no sabía cuál era la fuerza misteriosa que se lo impedía.
Se trataba de un instrumento muy elaborado y antiguo. El propio Juan no podía explicarse de quién habría sido, pues su memoria, por más que hurgara en ella, no arrojaba ningún recuerdo en torno a aquel objeto. Durante su vida, no había escuchado a su abuela o a su madre o a cualquier otro pariente hablar de él en ningún sentido. No tenía, ni siquiera, referencias de algún antepasado con dotes de rabelista, ni mucho menos. Pero lo cierto era que, sin saber por qué, el viejo rabel había aparecido en el interior del armario así, un buen día, como si alguien lo hubiera celosamente guardado, quién sabe si para protegerlo de la vanidad humana.
Aquella noche, sin embargo, rompiendo su miedo, Juan sintió una energía de atracción especial, una fuerza descomunal que lo llevaba de forma inconsciente a ponerse en contacto con el misterioso instrumento. La luz de la luna era espléndida y se reflejaba sobre el armario abierto, creando en torno al rabel una imagen astral: mágicamente iluminado, el legendario objeto parecía destellar rayos multicolores de su entera estructura de madera.
Fue así que Juan se acercó y lo tomó en sus manos. Era la primera vez que lo hacía. Y luego, fascinado, se sentó y lo apoyó en sus piernas. Y con el arco empezó a frotar las cuerdas, lentamente, dando cuerpo real a aquella rara composición nunca antes escuchada, la cual fluía de su mente y se fundía en el sonido de un romance tradicional. Porque Juan, sin saber cómo, acompañado del viejo rabel, había comenzado a cantar una canción juglaresca, entonada por pastores mucho tiempo atrás. Y así, confundido por tanta fantasía, pensó que tal vez sería un sueño la imagen de aquella loba parda que afuera, en medio del silencio, aullaba a la luna

viernes, 15 de junio de 2018

BOCA AMARGA









Siento aún su mano deslizarse por mi vientre. Siento aún su dedo presionando mi vulva para entrar, con violencia, en mi vagina. Le encantaba mirarme a los ojos cuando ejecutaba ese desagradable ritual que él llamaba «juego preliminar»: ¿Te gusta?, me preguntaba. Y yo le respondía que sí. Pero él se daba cuenta de que le estaba mintiendo. Y para demostrármelo, sacaba el dedo de mi interior y me sujetaba la cara por el mentón, obligándome a mirarlo fijamente:
─¡Qué te va a gustar, si eres frígida!... ¿Ves? Estás más seca que una piedra puesta a hornear ─me decía. Y me restregaba el dedo por la boca, haciendo todo lo posible por humillarme─: ¡Puta! ¡Ya te enseñaré lo que es bueno!...
Yo sentía una ola de sangre golpear mi rostro; no podía saber si era de ira o vergüenza. Lo cierto es que mi turbación le excitaba aún mucho más, hasta el punto de lanzarse sobre mí como un animal salvaje:
─¡Toma, cerda! ─repetía mientras me poseía con la fuerza de un toro.
Y así, tiraba de mi cintura una y otra vez, pronunciando frases despiadadas. Luego, tras darme repetidos encontronazos contra el colchón, eyaculaba (al hacerlo, emitía un ronquido bestial). Y al final, lo de siempre: caía boca arriba, rendido.
Entonces, llegaba el momento de levantarme de la cama. Me tiraba la bata por encima y, en puntas de pie, entraba al baño. Me lavaba dos o tres veces. Y aprovechando que él estaba profundamente dormido, iba al salón. Me acostaba en el sofá. Encendía el ordenador. Me conectaba a Youtube. Y buscaba lo mejor de esos vídeos calientes que me invitaban a acariciarme y a saciar mi placer contenido.

Por la mañana, se iba a trabajar. No regresaba a casa hasta muy tarde. No me esperes a cenar, que todavía tengo mucho que hacer en la oficina era su pretexto favorito. Y sin crearse por ello cargos de conciencia, aparecía a las tantas, preñado del olor de otra mujer, con aquella fragancia que yo había aprendido a distinguir muy bien: J´ador usaba la zorra, J’adore y carmín bermellón, etiqueta indeleble en el cuello de las camisas de mi marido.
En cierta ocasión, mientras ponía su ropa en la lavadora, se me ocurrió preguntarle por aquellas manchas. ¿Es que eres tan idiota que no sabes que es pintalabios?, me respondió con sobrado cinismo. Y lloré durante el día y parte de la tarde. Era domingo. Esa noche íbamos a reunirnos con su jefe y otros colegas (y con sus respectivas mujeres, por supuesto). Mira a ver cómo haces para quitarte la hinchazón de los ojos, que van a pensar que te he maltratado, fue todo lo que me dijo. Y entonces, me retoqué con dos capas gruesas de base de maquillaje. Me pinté la cara como para ir a un concurso de máscaras. Me puse un vestido de noche, tacones altos... Sabía lo que me esperaba: una conversación insulsa, una velada con sabor a plástico y un regreso a casa enfrentando algún reproche: ¿Quién coño te mandó a preguntarle al jefe por mis vacaciones? ¡Eso a ti no te importa! Total, sean cuando sean, nos iremos de viaje igualmente.
***
Seis meses de noviazgo fueron suficientes para creer que nuestra vida conyugal iría a pedir de boca. Nos casamos por la Iglesia, como Dios manda. Un mes antes lo habíamos hecho en la oficina del Registro Civil. Y allí estaban todos: parientes, amigos, vecinos y colegas. Ese chico es buen partido me decía mi madre, quien aceptaba con beneplácito nuestra relación.
Pasamos en Roma la luna de miel. Recuerdo que caminábamos sobre el puente que atraviesa el Tíber, robando el encanto de las pintorescas callejuelas del Trastévere, recorriendo el ghetto ebraico[1] con sus románticos mesones, merodeando bajo el Pórtico de Octavia (donde dicen que pasea el alma de la lujuriosa Berenice[2])... Fueron, en fin, noches de estrellas en las que, tomados de la mano, atravesábamos Piazza di Spagna y lanzábamos monedas en la Fontana di Trevi. Fueron tardes fantásticas y atardeceres peregrinos cargados de crepúsculos que parecían ser tan eternos como aquella ciudad.
Sin embargo, a pocos días del regreso, nuestra vida de pareja comenzó a cambiar. Él se tornaba cada vez más extraño; sobre todo, por aquello de esconder en el cajón de su secreter pertenencias que debían quedar fuera de mi alcance:
─¿Qué guardas ahí, cariño? ─me aventuré a preguntarle un día, esperando una satisfacción de su parte.
Pero, para mi sorpresa, mi pregunta fue el detonante de su primer gran desplante: ¡Son cosas mías que no te incumben!
Y juro que no quería develar su secreto.
Pero el diablo andaba rondando por nuestras vidas. Y su descuido de aquella mañana en la que dejó abierto el misterioso cajón del secreter fue la estocada que desencadenó su infierno interior. (No tuve tiempo de cerrar de nuevo el mueble antes de que regresara a la habitación).
Entonces, supe que él no podía amar a nadie; ni a mí, ni a ésa que se jactaba de ser su amante manchando sus camisas con lápiz labial. Supe que tampoco podría llegar a regalarme rosas ni a escribirme cartas de amor ni a susurrarme al oído palabras tiernas. Supe que no podía existir amor en las tinieblas del miedo. Pues yo, sin querer, aquella mañana había descubierto los fetiches de una Era terrible en su vida, una etapa cruel en la que su humillación quedaba atada a su oscura adolescencia, atrapada en los brazos de quien le había obligado a descubrir su condición de hombre con escenas de felaciones y masturbaciones disfrazadas de protección materna...
Mientras tanto ─y para mi total infortunio─ él, a mis espaldas, observaba mi estado de petrificación y sonreía, planeando en su mente el castigo que me aplicaría:
─¡Por favor, NOOO!... ¡Por detrás NOOO!... ¡Palos NOOO!... ¡NO ME DESGARRES!
No obstante, ahora que él ya no está en este mundo, me pregunto si habrá alcanzado al fin la paz.
No le guardo rencor. No. A fin de cuentas, su cruel condena me permitió saber que, en un rincón de mi alma, seguía oculto el deseo de seguir viviendo... En fin, puedo perdonarle mis horas de terror, pero... Haber vivido con la boca amarga... Haber visto tantas veces despuntar el alba desde el sofá, aguardando lasciva y solitaria... ¡ESO SÍ QUE NO SE LO PERDONO!
Al menos, no en mis sueños.


Rosa Marina González-Quevedo.

León, España, marzo de 2018.






[1] Tr.: gueto hebreo
[2] Referencia a Berenice de Cilicia, hija de Herodes Agripa I, Rey de los judíos (conocido como Rey Herodes en los Hechos de los Apóstoles).

martes, 27 de marzo de 2018

Anécdotas vivientes: Las Palabras.



Por: Rosa Marina González-Quevedo.
 León, España.

¿Cuánto nos pueden separar a veces las palabras? ¿Cuánto éstas nos pueden hacer sentir diferentes?

Hace algunos años conocí a un chico catalán en un vuelo Madrid-La Habana, una persona jovial y amable con quien conversé durante las diez horas que duró el viaje. Él había llegado a la capital cubana como turista independiente, con vistas a alojar durante quince días en un apartamento particular (previamente reservado a través de internet). En fin, que a pocos días de su llegada, el extranjero sufrió un percance que le obligó a abandonar su albergue de forma abrupta.  Y así, viéndose momentáneamente “en la calle”, me llamó al número de teléfono que previamente le había dado en el aeropuerto al despedirnos:
─Rosa, estoy en un aprieto y necesito ayuda ─me pidió desesperado.
Y yo, por supuesto, le brindé albergue en nuestra casa, donde vivo con mi madre y mi tía cada vez que voy a mi país de origen. Pues nada, sucedió que aquella noche, poniendo pies en polvorosa, mi nuevo amigo tomó un taxi y se presentó lo más rápido que pudo en nuestro portal. Y mi madre, al verle llegar (y no habiendo visto el taxi), le preguntó:
─ ¿Y en qué viniste?
─En coche ─respondió el chico.
Entonces mi madre, perpleja ante tal respuesta, no pudo evitar su admiración:
─ ¿En coche a estas horas? ─Valga decir que eran cerca de las dos de la madrugada─ Y si viniste en coche, ¿cómo es que no sentimos los caballos?
Por supuesto, mi madre no entendía la diferencia de significado  entre «carro» (tal y como se suele llamar en Cuba al automóvil) y «coche» (término usado en España para designar el automóvil y en Cuba para designar una carroza tirada por caballos).
Por aquel entonces yo residía en Italia, país de lengua extranjera, en el cual tuve que asumir la dificultad de comunicación que conlleva el uso de un idioma diferente.
Luego pasaron los años. Y me vine  vivir a León.
Pensaba que por hablar la misma lengua no tendría dificultades idiomáticas. Sin embargo, gran chasco fue el mío cuando me dijeron por primera vez: «Nos vemos mañana a la salida del curro». Porque hasta ese momento, el único curro del cual yo había escuchado hablar era ése del refrán popular «estar como el curro en la fiesta». Y no sabía si tenía que esperar a mi conocido a la salida de algún sitio llamado «CURRO», tal vez algún cine con ese nombre... Porque para mí era una absoluta novedad esa palabra, igual que otras del lenguaje coloquial español: «Flipar», por ejemplo... que era una palabra que sólo me conducía a la serie televisiva estadounidense “Las aventuras de Flipper”... Y entonces «flipar», tal vez, tendría que ser un término relacionado con los delfines...
Y tantas frases incomprensibles como, por ejemplo: «ser un cazurro», «eso me mola», «estar de coña», «comerse el marrón», «ser un quinqui o ser un friqui»... Palabras y frases que a diario descubro, palabras y frases que los oriundos de esta tierra usan y que en un primer momento tiendo a adivinar o, más sabiamente, a preguntar qué significan.
Sin embargo, a veces ha sucedido lo contrario. Recuerdo que, en cierta ocasión, fui a la peluquería y le pedí a la peluquera que «me pelara». Entonces, sin el menor escrúpulo, ella se mofó de «mi mal uso de la lengua» y hasta quizás me tildara de ignorante:
─Aquí pelamos a los animales. A las personas les cortamos el pelo ─me respondió la docta peluquera, sintiéndose en aquel instante segura de estar en total poseso de las palabras.
Y me pregunto ¿por qué no abrirnos al uso de la propia lengua para aprender algo más cuando las palabras nos resultan extrañas? ¿Por qué no intercambiar las palabras llevándolas a un uso común, en vez de quedarnos en un trono ocasional construido para dar lecciones de cómo hay que hablar «en casa»?  ¿Hay reglas acaso para un Español que hoy por hoy aspira a ser Panhispánico? ¿No sería mucho mejor preguntar y ampliar el léxico?
Cierto es que «al País que fueres haz lo que vieres». Pero aceptar y aprender el uso de la lengua más allá de las propias fronteras nos permite ser cada vez más libres e integrados. Pero, por supuesto, en semejante empresa, el extranjero no es el único que debería «currarse el aprendizaje» en tierra extraña; no al menos para convivir en un planeta llamado TIERRA y en una familia llamada HUMANIDAD.