Nota de la autora:
El pasado 26 de junio falleció en La Habana, Cuba, el poeta y amigo de viejas batallas, Doribal Enríquez.
Su pérdida sorprendió a todos los que le conocíamos; sobre todo, por aquello de no saber resignarnos a perder lo querido. Es así. Hay cosas que nunca aprendemos en la vida...
Personalmente, tuve la oportunidad de volver a verle después de algún tiempo. Eso fue en marzo de 2015, en La Habana. Y me resultó grato poder compartir de nuevo con él (y otros viejos colegas y conocidos) mesa y tertulia literaria. ¡Parecía que el tiempo no había pasado!...
Dejo a mis lectores lo que a Doribal dediqué en el último número de Palabra Abierta, en el cual amigos y reconocedores de su obra poética y de su humanidad le rendimos homenaje.
Para leer y apreciar todo el artículo (en el que participamos varios autores), pongo a disposición el mismo en: http://palabrabierta.com/homenaje-in-memoriam-al-poeta-doribal-enriquez/
Rosa Marina González-Quevedo (Astarté).
Carta
de salutación a Doribal Enríquez.
Por
Rosa Marina González-Quevedo.
(León,
España.)
«...el tiempo no
es el mismo para todos
y envejecemos
pensando que los demás son
eternos, en esa
isla-gaveta del nunca jamás
donde nadie está
muerto,
y esperan por
nosotros».
Doribal
Enríquez, Señor cartero.
(tomado de La vida por delante).
Querido amigo:
¿Cómo
estás? Sé que bien, aunque de vez en cuando se me olvide. A veces sucede que la
nostalgia es demasiado fuerte. A veces, suponemos que aquellos que habitáis en el
espacio infinito habéis perdido el camino de regreso a casa. Craso error. No es
bueno pretender percibir con los ojos y las manos y los oídos las señales que
sólo podemos ver con el alma. La nostalgia, en tal caso, termina por apartarnos
de la verdad y nos impide ser libres. Por eso, como premisa, ¡nada de nostalgia
para recordarte! El recuerdo tiene que estar limpio. Y ser un prado verde y
lleno de sol, locus amoenus donde
poder encontrarnos cada vez que así lo deseemos.
Hoy te hablaré de mis
recuerdos. De los días y las tardes que pasamos juntos entre aquellos muros
pintados de agonías cotidianas y de incertidumbre intelectual. ¿Llegaríamos a
volar algún día?... ¡Bah! ¡Tonterías de la imaginación! Porque estábamos
volando y no lo sabíamos. Y el cielo que tuvimos era el sendero lleno de retos,
el mismo que recorríamos cuando atravesábamos calles empedradas.
¿Recuerdas las manchas
de tinta en los dedos y los buches de café a media tarde en la oficina de la
revista Vivarium?... ¿Recuerdas las
tertulias de fines de semana?... ¿Recuerdas las mañanas de domingo, recitando
versos, en recintos sofocados por la asfixia de lo impersonal?... Luego, lo de
escribir tanta poesía... Eso nadie mejor que tú lo entiendes. Sabías (y sabes
aún) que la poesía era nuestro mejor remanso de paz y esperanza. Porque entre metáforas
danzantes y rimas de emoción se escondían las claves de nuestro eterno vuelo.
Por otra parte (y como
dato más reciente), quiero que sepas que me alegro de haber podido compartir
contigo en mi última visita a La Habana. Fue en marzo de 2015. Estábamos allí, reunidos,
sentados a la mesa, comiendo y charlando de cuanta cosa parecida a la realidad
nos tocara la mente. Tú, con tu inseparable sentido de la ironía (que tantas
veces confundías con la guasa). Sí. Porque eras un artista en eso de
sobrellevar situaciones dramáticas. No sé cómo, pero tenías la virtud de reír a la desaventura y a los momentos retorcidos de la vida (que no fueron pocos
para ti). Y fue en este último encuentro habanero cuando me regalaste tus
libros de poemas. No imaginabas que, al hacerlo, confirmabas que siempre se
puede más. Pues, tarde o temprano, el espíritu escapa de la cárcel de la
pobreza material. Sí. Recuerdo tu voluntad de acero... Y ahora, que lo único
que puedo hacer es escribirte estas líneas, me doy cuenta de que no te di las
gracias por todo lo que me enseñaste. Entonces... ¡gracias, querido amigo! No tendré
palabras suficientes para expresar lo que me faltó decirte. No podré recuperar
los momentos que dejé escapar para darte la mano, aunque fuera desde lejos.
Por último, reitero
algo que ya sabes: aquí, en la Tierra, las almas libres son siempre bienvenidas.
Así que, cuando te des un saltito por estas latitudes, no te olvides de traer
contigo un poco de luz. Nos hace falta.
Bueno, no prolongo más
mi saludo. Con estas líneas, me despido. Por supuesto, no tienes que
responderme de prisa. Tómate tu tiempo. Al final, el tiempo infinito es la
mejor coordenada para encontrarnos desde la distancia.
Un abrazo fuerte. No te
olvido.