Marta Muñiz Rueda |
Hay libros que son
camino, otros son estampa. Algunos existen como envoltorios de aventuras y hay
libros que son búsqueda, como “El ritmo del conjuro”. La búsqueda del origen,
la búsqueda del yo, la búsqueda apasionada del amor y la vida. La indagación
espiral hasta el reconocimiento del ser primigenio, la anagnórisis del héroe,
que siempre puedo ser ‘yo misma’.
Rosa Marina
González-Quevedo escribe en estos versos un viaje iniciático, colectivo y
vertiginoso, que nos conduce a la raíz misma de la poesía. Todo el libro es un
único poema dividido en episodios narrativos que bien podrían ser ramas de un
mismo árbol u hojas de una sola rama. La poesía nace a través de la magia,
viaja revoloteando por la historia, visita night-clubs y bebe lingotazos
de jazz, se derrama en Epidauro como un elixir, se escapa de un lienzo
de Dalí y huye de su anterior estado, congelada en una escena de cine mudo,
hasta desnudarse con irreverente frenesí. Danza a través de la música, su
eterna compañera, llora en Roma al pie de una colina, bebe de las aguas
ancestrales a su paso por Asia, se baña en el Caribe y muere en África para
renacer. La belleza es capaz de atravesar los límites del espacio-tiempo
infiltrada en el sonido de una flauta, inoculada en el humo del cigarro de un
chamán, depositada en el cuenco original en el que surgió la vida.
Nada puede detenerla.
Es amor y sensualidad y es más fuerte que nosotros mismos.
‘El ritmo del conjuro’
es un libro denso, complejo, lleno de ramificaciones por las que perderse para
volver al eje central. Transitar por sus páginas es un viaje divino e infernal.
Como Dante, baja a los infiernos para atisbar el cielo. Y ante la magnitud de
su significado, no cabe sino preparar el alma para recibir una fuerte sacudida.
Hay que purificarse hasta alcanzar el conocimiento. Fundirse con la naturaleza
para abrir nuestra mente a la pureza. Nada más debería preocuparnos.
Son muchas las
interpretaciones y enseñanzas que podemos absorber entre sus líneas, como si
nos adentrásemos en la cueva de la sabiduría original, pero ya mis compañeras
podrán realizar un análisis literario y filosófico mucho más rico del que la
Marta poeta les ofrecería.
Como Marta pianista, mi
misión es centrarme en uno de sus elementos base, uno de los pilares del libro:
la música. Y no es cuestión baladí, créanme. La música impregna todas y cada
una de sus páginas, desde el sugerente título hasta el esclarecedor susurro
final.
Ritmo. Ritmo de
conjuro. Regresa el chamán en múltiples formas, pero el arte tiene forma de
mujer, aunque invite al hombre a fundirse en sus entrañas.
Rosa Marina nació en
una isla en la que el ritmo vive en el aire que se respira. Cuba es son, y es
además fusión y confusión de influencias universales. Por eso, como buena
cubana, sus palabras han absorbido la métrica latina y aun sin ser del todo
consciente, o tal vez sí, Rosa combina Troqueos, Yambos, Dáctilos, Anapestos,
Espondeos, Anfíbracos, Tríbacos…: “Cuervo/ vuela libre/ misterioso/ oculto en
la niebla/ grazna…” y hace que esos metros clásicos se mezclen con el bagaje de
origen africano que fecundó Cuba y vive en la voz del chamán y en la guajira:
“¡Cumbanchá/ Túmbara/ Bemberé!”. También el jazz aparece como si se asomase a
través de la cortina de un antro neoyorquino: “Nadie supo y nadie sabe por qué
bajó la frente/ al amanecer/ en la soledad de su última luna” (¿No son estos
tres versos puro soul?) “Comienza la estación oscura” como quien se
abandona al poder divino de la improvisación. Y es capaz de retroceder a
esencias bíblicas, a ritmos propios de la civilización caldea y mesopotámica,
casi salmódica: “Cuentan que, en lo alto de un roble, / dominando el bosque,
desde su calabaza/ Osaín Agé dio a beber a Ambrosía las letras de Ifá”. No
podemos obviar las reminiscencias medievales al modo de epíteto épico: “Hembra
de una sola chancla que baila en un pie”, pero tampoco Rosa es ajena al bolero:
“Ponme un trago que muero de sed”.
El viaje musical que
atraviesa “El ritmo del conjuro” es puro vértigo, es subirse a un carrusel en
el que todo es posible, pero que siempre sorprende para bien, ya sea al ritmo
de seguidillas o coplas andaluzas (¡Cómo iba a faltar España!): “Alumbra al
Norte/ la luna llena/ canta cantino/ la castañuela.” Y desvaneciéndonos en su
pentagrama vanguardista aterrizamos ante el embrujo evocador de Camille
Saint-Säens y su Danza Macabra, con paso a dos para principiantes:
“Muerte guarda el violín y se esconde/ para vernos cruzar -de nuevo- el puente
donde a veces vivo/ y otras veces muero.”
Morir es renacer al son
de un shitar, agonizar de Egipto a Oriente con la levedad de un haiku: “de
Sadako/ en pliegues de Origami/ se dibuja la vida”. El chamán nos conduce al
origen, que bien puede habitar en el vientre de África: “¡Tumbará! ¡Bemberé!” o
en la céltica melodía de una gaita escocesa o irlandesa: “gime/ más allá del
mar/ del Sol/ de los astros…” Decrescendo, sotto voce, los tambores se van
apagando, el deseo ya tomó el poema: “Late el corazón. Brota su mano/ por el
cuerpo ardiente…” (Otra vez España y su voz de fuego). Suena el güiro, llévame
a Cuba, que es primavera: “Cúmbara-cúmbara suena/ su cintura. Que no baila. /
Porque vuela.”
Del caos, la luz. Del
ruido, la certeza: “Cae la noche. / Tu abrazo me envuelve. / … Amanece.” No
dejen de leerlo, no se lo piensen mucho, “el camino es breve”.
Marta Muñiz Rueda
(Gijón, 1970)
Es escritora y músico. Ha publicado libros de poesía (El otoño es nuestro, Libro de la delicadeza), la novela Tiempo de cerezas, y los libros de cuentos 13 cuentos dementes y Anna y las estrellas.
Ha trabajado como corresponsal en Europa para las revistas culturales "Horizontum" (México) y "Visítame Magazine" (Nueva York) durante los años 2017 y 2018.
Desde pequeña su vida ha estado ligada al aprendizaje y la enseñanza del piano y la composición, ya que todas las mujeres de su familia han estudiado interpretación.
Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo y titulada profesional de piano por los Conservatorios de Gijón y León. Como compositora puso música a poemas y textos de Miguel de Cervantes y Lope de Vega en la obra ‘Duelo de ingenios’, actuando a dúo con la soprano Ana Clara Vera Merino, estrenándose con gran éxito en la Biblioteca Pública de León. También es autora de cuatro obras de teatro musical infantil en la compañía de la que forma parte, ‘Moraleja de la candileja’. Ha participado en numerosos eventos artísticos, antologías, revistas culturales y es columnista de opinión del diario de información general La Nueva Crónica.
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