BLOG DE ROSA MARINA GONZÁLEZ-QUEVEDO (narradora, ensayista y poeta)
PALABRAS A MIS LECTORES
ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.
EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.
Una mujer es
la otra cara de las circunstancias. Él, que era un hombre (como indica el uso
del pronombre personal masculino), estaba sentado en un parque, leyendo un
diario de esos súper-tediosos, palabras de ella. Y ella caminaba por la
calle de aquel boulevard, distraída, mirando los escaparates repletos de
todo tipo de atuendos en tiempo de rebajas, perdiendo tiempo y alimentando
su vanidad, palabras de él. El hombre, sin embargo, no la perdía de vista,
hasta el punto de levantarse de su banco de lectura y seguirla a corto paso,
sin que ella lo supiese, por supuesto. La mujer, por ser la otra cara de las
circunstancias, no reparaba en su admirador anónimo, el cual tenía nombre, edad
y domicilio, aunque ella no estuviese interesada en el tema (por el momento).
Ella continuaba, simplemente, anonadada, bajo hipnosis consumista. Por
favor, ¿me podría usted decir la hora?, él la abordó con esa pregunta
gastada y carente de fantasía, la que todos, o casi todos hacen cuando quieren
ligar por la calle. Y ella, sin renunciar al jersey color azul-marino,
ése que había soñado tener ansiosamente veinticuatro horas antes, le miró de
refilón (no está nada mal el tío, pensó a la velocidad de la luz...) y
le respondió: Son las seis menos cuarto cuando, en realidad, no pasaban
de las cinco y media. Para ella era temprano. Para él, tarde. A las seis
comenzaba el partido de fútbol. Y a las ocho y media cerraban las tiendas. Ella
contaba con mucho más tiempo y tenía aún varias horas para decidir qué comprar.
Él, sin embargo, corría con prisa, poco tiempo tenía para invitarla a un café y
estar en punto para ver el partido. Pero quién puede saber, a ciencia
cierta, si renunciando al Madrid-Barcelona ella renuncie a endosar un vestido tras otro, pensó el
hombre. Habría que probar. Habría que hacer, al menos, el intento. Entonces, él
tomó el móvil y envió un whatsapp a su círculo de amigotes del bar,
avisándoles que, posiblemente, llegaría tarde. Y la abordó: Hola, me llamo
... (La mujer no comprendió muy bien cómo se llamaba. En el preciso
instante en el que él se presentaba, ella estaba bajo los efectos del
terciopelo negro de un bolso de noche...). No obstante, y sin perder un ápice
del cosquilleo al tacto con el terciopelo, le extendió su mano: Mucho gusto,
respondió. Nada más que eso para que él comprendiera que aquella mujer, la otra
cara de las circunstancias, le acompañaría a beber el café-pretexto y a charlar
durante el resto de la tarde. Y que, tal vez, saldrían juntos el fin de semana.
Y luego quién sabe., ya se ocuparía de nuevo de quedar con los amigos... Y
ella, que no tenía deseos de comprender absolutamente nada, fue con aquel
hombre, tan galán, a tomar el café. En su mente brillaba la idea de estrenar el
bolso de noche y el jersey azul marino, quién sabe cuándo. Sin dudas, en
su compañía.
El derecho
natural a la memoria es algo que debemos conquistar por nosotros mismos. Y digo
memoria para referirme, no ya a los recuerdos que con frecuencia nos
asaltan como saqueadores de camino. No. El derecho a conquistar nuestra más
legítima memoria es una condición que apenas explotamos por no saber cómo.
Hace poco me
remonté en un vuelo mental hacia aquel territorio de la niñez en el cual
almacenaba cajas de juguetes, muchos de estos perdidos, otros regalados. Ya
sabes, para muchos, al crecer una de las cuestiones más difíciles de resolver
es ésa de qué hacer con los juguetes y a quién darlos... A quién que los sepa
querer como los quisimos. Alguien aparece, por supuesto. Pero en esos instantes
de nuestra vida, el egoísmo, amarrándonos a un poste de negaciones, nos aparta
del camino hacia la memoria. Específicamente, de todos mis juguetes queridos,
lamento no poder recordar dónde fue a terminar sus días aquella muñeca llamada
Lidia. Mi apego material a ella estaba tan arraigado en el espíritu de la
posesión que no me permitía dejarla irse hacia la luz. Pero no es esto lo más
importante. Decía que hace poco me remonté, mentalmente, hacia un rincón de mi
niñez repleto de cajas de juguetes. Era un armarioempotrado en la pared
de mi habitación. No sé por qué los armarios empotrados me atraían, sobre todo
cuando pernoctaba en algún hotel junto a mis padres. Entonces, me encerraba en
ellos a cal y canto. En el caso de la habitación de un hotel, llegaba a creer
que aquel encierro voluntario era una salida hacia afuera, cuando tomando el
ascensor (que en este caso era el armario) por mi cuenta decidía bajar al lobby
del hotel sin ningún tipo de custodia familiar. Representaba, claro está, un
juego, una especie de liberación, un viaje al mundo de los adultos. Pero luego,
cuando volvía a casa y me encerraba en el armario de los juguetes,
completamente a oscuras... voluntariamente a oscuras... Ahora que pienso en
ello, era algo así como la búsqueda de mi memoria ancestral. Algo así como
regresar al útero materno donde reina el silencio. Probablemente, para
reencontrarme con un proyecto de vida, previamente establecido por mí misma
antes de nacer. Lo que me impulsaba a hacerlo no lo sé, aunque hoy en día puedo
imaginarlo. Sé, sin embargo, que a finales de este verano, en mi regreso al
armario de los juguetes, volvieron a mí (o yo volví a ellas...) imágenes vivas:
aquella ventana recibiendo el sol de la mañana, el muro bajo limitando nuestra
casa con la del vecino, las ramas del árbol de mango cayendo del otro lado del
estrecho patio exterior... Y pude verlo todo desde arriba. En vuelo. Para
volver, una vez más, a la oscuridad de aquel armario que olía a humedad por
dentro.
Y bien, ¿a
qué se debe entonces toda esta remembranza actual? Tal vez, será que la
conquista de la memoria es un acto atemporal. Y que ésta no se reduce a los
recuerdos del ego enfurecido o enaltecido, despiadado o caritativo, buscador de
fuertes emociones. No. Para conquistar la memoria, quizás, debemos desear el
regreso a nuestros armarios oscuros, en los cuales reina el silencio y donde la
luz es sombra. La sombra y el silencio que ayuden a no recordar
simplemente, sino a entrar en el mundo del recuerdo. Alguna fuerza personal, un elemento de nuestra energía nos
propone regresar a la memoria. Lo más difícil es darnos cuenta de ello.
Personalmente, deseo llegar a saber si me he dado cuenta de algo y si mi viaje
retrospectivo a aquel lugar de la niñez no ha sido, solamente, otro de los
juegos de la mente.