Por Astarté.
León, España.
La pobre.
Apenas logra distinguir entre el humo y la luz. Su andamiaje muscular quedó
flotando en las exigencias de la mujer que fuera un día. Y ahora aguarda,
distanciada en la melodía de los gorriones que trinan de felicidad en el árbol
del patio. Como la ceniza, una gama de colores no rebasan las distintas
tonalidades del gris y “ella” divaga. En verdad, es
que no sabe a qué atenerse, de la misma manera en que no sabe cuántas horas
marca el reloj. Y lo peor de todo es que nadie se percata de que aún existe,
que está aquí, aunque lánguida y colmada de malos augurios. La ceniza de su
cuerpo vuela entre el gris y el otoño de un país doméstico. Y el carcomido
cestito del pan tejido a dos manos en mimbre está ahora vacío.
Cuento su historia en dos líneas: Querían hasta quemarla
viva por rebelde. Y “nosotros” nada podíamos hacer contra tanta rebeldía. Le
decíamos: ¡Oye, niña, deja eso...! Mira que te están cazando la pelea...
Pero “ella” hacía como si no escuchase a los demás. Y al final, fue expulsada.
Ahora anda toscamente vestida con ese atuendo de lienzo gris oscuro que llega a
confundirse con el humo de su propia hoguera.
En pocas palabras: tuvo que firmar que había enloquecido
sin más ni más.
¿Cómo era aquel país de antes? Tampoco lo recuerda. Pero “nosotros” sí, porque todavía nos queda, al menos, la memoria. El problema es que a “ella” le dieron golpes eléctricos en la cabeza para hacerle olvidar quien era. Y al final y por muchas vueltas que le quieran dar al asunto, lo suyo fue deportación forzosa. Claro, esta noticia sale solamente en los periódicos llamados “reaccionarios”. Y sabemos que la deportación va contra las leyes del derecho internacional (también lo saben “ellos”, aunque prefieran callar). “Ella”, la pobre... “¡la pobre!”... Así la llaman todos desde que ocurrió aquel trágico suceso. Por suerte, a “ella” ya no le importa que la llamen “pobre”. Se contenta con mirar los gorriones que cantan Yellow Submarine colgados de sus patitas en las ramas del árbol. Es otro país éste. Y “ella” no es quien antes era. Ahora lleva una chapa en el cuello con la inscripción de un recinto llamado sanatorio. También le han cortado el pelo, dicen que por los piojos.
¿Cómo era aquel país de antes? Tampoco lo recuerda. Pero “nosotros” sí, porque todavía nos queda, al menos, la memoria. El problema es que a “ella” le dieron golpes eléctricos en la cabeza para hacerle olvidar quien era. Y al final y por muchas vueltas que le quieran dar al asunto, lo suyo fue deportación forzosa. Claro, esta noticia sale solamente en los periódicos llamados “reaccionarios”. Y sabemos que la deportación va contra las leyes del derecho internacional (también lo saben “ellos”, aunque prefieran callar). “Ella”, la pobre... “¡la pobre!”... Así la llaman todos desde que ocurrió aquel trágico suceso. Por suerte, a “ella” ya no le importa que la llamen “pobre”. Se contenta con mirar los gorriones que cantan Yellow Submarine colgados de sus patitas en las ramas del árbol. Es otro país éste. Y “ella” no es quien antes era. Ahora lleva una chapa en el cuello con la inscripción de un recinto llamado sanatorio. También le han cortado el pelo, dicen que por los piojos.
Aquel país que dejó atrás era como un teatro de
marionetas. Había una sábana blanca como telón de fondo, una bandera y una
plaza por donde la gente marchaba con otras banderas en las manos. Era un país
lleno de banderas. Y se escuchaban ruidos extraños, sobre todo cuando comenzaba
el himno, a la hora en la que “ellos” devenían hambrientos y desesperados. Pero
“ella”, que era ingenua, los animaba a pelear. Y trataba de demostrarles que
una calle no es otra cosa que la distancia más corta entre dos puntos. Por eso,
quienes querían decir que una calle era solamente un trozo de asfalto, se
quedaron perplejos y no pudieron tolerar que “ella” se llenara de valor y
emprendiera camino en un solo pie sobre la línea recta del juego de mosaicos.
Tomaron el teléfono en la mano y notificaron el delito. Al rato, llegaron los
otros, los de inmigración. En un artefacto blanco y alargado parecido a un
tranvía. Le entisaron el cuerpo con esparadrapo y la subieron al carro. Y
luego, “ella” sintió cómo se elevaba hasta tocar las nubes.
Bueno, ¿y “nosotros” ¿quiénes somos? Ésta quizás sea otra
historia aunque no lo parezca. Y es que no somos lo mismo que “ella”. “Ella” es
“la pobre”. “Nosotros” somos “eso”. Y no nos cansamos de abrir los ventanales,
ni de subir los peldaños del cadalso a contraluz. No portamos documentación, ni
tampoco preferimos un espacio habitual en la tele. No somos defensores de una u
otra teoría filosófica. Somos simplemente “eso”: “eso que somos”. Y “somos”
porque ya “no estamos”. A veces nos asaltan viejas dudas, por ejemplo, cómo
empezar de nuevo. O cómo cruzar las calles sin que “ellos” nos vean. Claro,
tenemos a nuestro favor el hecho de que nadie nos confunde con “ellos” y de que
no nos deportaron a ningún sitio. Y es que “nosotros” nos fuimos por libre
decisión. Hoy estamos aquí reunidos para visitar a “la pobre”. Porque sabemos
que está muy sola. Que un buen día emigró involuntariamente y que en este país
en el que ahora vive todo se olvida. “Nosotros”, sin embargo, no olvidamos que
“ella” existió alguna vez. Y por eso llegamos en su ayuda cada domingo. Para
recordarle que, aunque sea entre corchetes, está viva. Que lo de las canciones
bajo la escalera, lo del cambio de identidad y la posterior transformación en
ratón de laboratorio... Que lo de los papalotes lanzados sobre las olas y lo de
los cristales rotos ... Todo “eso”, querida, no fue un sueño.
Por último, es nuestro
deber en esta historia hablar de “ellos”. Y es que no hay nada más fácil que
enumerar los rasgos que conforman esas caras abofadas, degeneradas, pétreas. No
hay cerebro bajo esos cascos craneanos. “Ellos” se creen suficientes dentro de
su insuficiencia. Son quienes pueden trastocar de un solo plumazo una época. No
se fían de los demás, es decir, de “nosotros”, pues en el fondo nos temen.
Saben que sin anécdotas pasadas “ellos” no son más que un sueño de una noche de
verano. Tienden a ser aburridos y carentes de gracia. Son reiterativos, aunque
no les importa. Lo único que les incumbe es la propiedad de la fuerza. Porque
sin la fuerza las cosas no ocuparían jamás su lugar en el espacio. Han cambiado
la física y la geografía humana. Han alterado el orden y el progreso. Y si por
“ellos” fuera, no quedaría ninguno, ni como “ella”, ni como “nosotros”, en pie
sobre la faz de la tierra. Nos deportarían a todos y nos harían pasar por emigrantes
mentales (como hicieron con “ella”).
Claro, “nosotros”, que somos “eso” porque ya no estamos,
no la dejaremos sola. No la abandonaremos a su suerte, a pesar de que “ellos”
se empeñen en hacerle olvidar quién es y de dónde vino. Pues aquí, firmes como un mástil nos erguimos, fuertes e
intangibles, los recuerdos. Para decirle a “ella”, fábula del tiempo,
realidad que está por venir, que no claudique. Que mire hacia adelante. Que
escriba la historia en la que “ellos” no serán más que pobres y por siempre
gobernadores de las tinieblas.
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