Mariano Fortuny (1838-1874): Jardín de la casa de Fortuny (detalle) |
Por Astarté.
León, España.
Desde mi jardín veo mi casa. Todos vemos nuestra casa
desde el propio jardín, aunque pudierais decirme: ..."Es que yo no
tengo jardín... Es que yo no tengo casa..." Sin
embargo, algún pajarillo (de esos que revolotean por los árboles) me ha cantado
al oído: casa y jardín, eso somos.
Y desde el jardín observamos nuestra casa. En medio
de la luz radiante y al aire libre asomamos nuestro cuerpo para buscarnos por
dentro. Sucede que, a veces, nuestra casa está a oscuras o en penumbras y no
podemos distinguir con claridad lo que en ella ocurre. Y es cuando vemos no más
que sombras, siluetas merodeando por oquedades repletas de silencio. Y tememos
a lo que no podemos ver. Presos por el pánico, abandonamos de inmediato la
ventana abierta y escapamos, nuevamente, al jardín. Otras veces, la luz del sol
llega a ser tan fuerte que nos impide distinguir el interior. Llegamos entonces
a saber que casa y caverna son una y la
misma cosa. Eso es ya bastante.
Puede que, en determinados momentos, nuestra casa nos
parezca estar en ruinas. En otros, al contrario, nos parecerá un palacio con
habitaciones diferentes unas de otras, con puertas que se abren y se cierran
para permitirnos pasar de un ambiente a otro distinto al anterior. Y algo de ello indicará que hemos entrado.
Pero, ¿dónde está nuestra casa y dónde nuestro
jardín? Esencia y apariencia... Tal vez sea mucho más que eso. Por ejemplo, mi
jardín es verde, pues así lo quiero: VERDE. Y tiene una fuente con peces de colores.
A veces nieva, pero sólo a veces. Y el cielo que le sirve de techo es azul. Sin
nubes que oculten el tránsito impetuoso de la luz del sol a través del espacio
físico visible. Mi casa, sin embargo, es regularmente en planta baja, llena de
ventanas de cristal transparente. Así la quiero. Las habitaciones son contiguas
aunque tienen fronteras. No excluyo, claro está, la posibilidad de escalones
que me lleven hacia habitaciones altas. Pero desde mi jardín (siempre verde,
con cielo azul y fuente con peces de colores) la escalera no se ve muy bien.
Tengo que acercarme a la ventana. Y la luz del sol, invasora, llega a impedir
que le encuentre. Obvio entonces tal percance, e imagino que mi casa puede ser,
únicamente, en planta baja. La comodidad me ingiere.
¿Qué sucedería si mi jardín estuviera en
penumbras? Probablemente, desde mi jardín podría distinguir mejor mi casa. Me
resultaría mucho más fácil observar cada detalle, cada ángulo. Y, claro está,
careciendo de destellos de luz que obnubilen mi vista, encontrar la escalera
sería casi un juego de niños. Las siluetas que desde la luz veía merodeando las
habitaciones, escaparían ante mi presencia. No me quedarían, pues, alternativas
al conocimiento desde la oscuridad. ¡Qué divina danza de contrastes! Desde mi jardín puedo hacerlo: descubrirme sin
ser descubierta.
¿Qué pasaría entonces si desde mi casa observara mi
jardín? Verde o con nieve, con el cielo azul o gris, sin fuente de peces de
colores o con ella éste sería siempre mi jardín. Que sería lo mismo que decir:
el sitio donde recrear soledad, beneplácito o tiempo de silencio. Sendas
abiertas al paso. Tierra mojada, quizás... Olor a camino. Espacio a las alas de
volar. O, tal vez, mucho más que eso: Simplemente, yo por fuera. Yo donde otros también pueden verme, casa de otros que me observan.
Yo, casa abierta o cerrada. Oscura o luminosa. Yo,
casa de mí misma y de mi alteridad. desde
mi jardín.