Por Astarté.
León, España.
León, España.
No quiso pronunciar discursos por considerarlos un medio inapropiado.
Tenía la impresión de que, al hablar, se enredaría en la cuerda del dolor; es
decir, en esa especie de tela de araña que le atrapaba y no le dejaba volar
hacia el jardín. Desde su silla, observaba el hilo de hormigas en la pared (le
parecía una línea oblicua mal trazada por un niño que aprende a usar el lápiz).
El comedor, pequeño y apretado, le causaba la sensación de un pellizco (de esos
que no duelen y que, al contrario, dejan un agradable cosquilleo en la piel).
Un comedor donde, por cierto, todo olía a piel. Y sobre la mesa, aquel trozo de
papel mal doblado... Ojalá pudiera explicarte que la soledad viene siempre
acompañada de recuerdos y los recuerdos de ideas locas y destructivas, pero
aquella tarde fue definitiva para comprender que te habías marchado desde hacía
ya un montón de tiempo. No voy a
describir todo lo vivido. Eso sí, puedo (y deseo) resumir la sensación que me
anegó la garganta. Era algo así como el
sabor amargo de la rúcula silvestre o del berro o qué sé yo... Quizás, el sabor
de tu sexo, húmedo, sin su componente
salobre. Y luego, el nudo asfixiante que no me permitía respirar. Entonces,
lloré. Durante algunos minutos. Era un llanto intenso como lluvia de mayo. Un
llanto que despejaba el cielo de mi pecho, poco a poco, lentamente... Para
luego dejarlo vacío, sin sabor a nada... Y tantas otras frases más que
salían de su escritura como balas proyectadas por su mente. Manojo de
sensaciones superpuestas, dulces y amargas a la vez. Frases que no habría
podido pronunciar (¿por falta de coraje?)... En fin, frases en un papel. Frases
cargadas de un erotismo alucinante, nacido del despecho; cómo decir, un cuadro
espontáneo de emociones con un background
de olores, sabores y texturas imaginarias e imaginadas. Frases escritas por
él y para él y no para ella. No para ella, repito, que no había estado nunca
allí, sino en otra casa y en otro mundo. No para ella, ídolo nacido del delirio
de una mente infantil, de un Edipo preso de la imagen de su madre. En fin, una
despedida a sí mismo. A su extraña definición de amor.
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