Por Astarté.
León, España.
No nos extrañemos si un día nuestro cuerpo de trapo
permanece inmóvil. Lo más probable sería, en este caso, que la mano que lo
mueve esté de vacaciones, tomándose algún tiempo de descanso, lejos de la rutina
cotidiana. Y nuestro cuerpo, habituado al movimiento, rompería a reclamar,
insensatamente, la presencia de la mano que lo mueve. Y todo ello por una sola
razón: el terror a la inmovilidad . Y desde sábanas, blanquecinas o mugrientas,
nuestro cuerpo gritará, llorará desconsolado, emitiendo gemidos de angustia,
aclamando el retorno del espíritu de la manipulación al cual se ha ligado por y
desde siempre.
Nada tendría que ver todo esto con el accidente de un tal
Gregorio Samsa, con su asqueroso aspecto de vil cucaracha. Nuestro cuerpo, sin
la mano que lo mueve, devendría trapo, del más puro que existe. Y como ante
cualquier pacto con el destino, sacaríamos cuentas en ventajas y desventajas. Y
sin enumerar las cuantiosas pérdidas que conlleva la inmovilidad corporal llegaríamos a apreciar las enormes posibilidades del haber nacido “TRAPO”. Es
probable que el teatro de títeres, uno de los más antiguos que existe, no haya
sido idea de una mente histriónica, sino del mayor de los ingenieros a pie de
obra humana. Y no hablo de la historia
real del teatro de las marionetas, ni del concepto griego de neurospasta como “cuerpo tirado (desde la cabeza y no
sólo) por cordeles para ACTUAR”... En fin, que a qué sirve tanta digresión para
hablar de la mano que nos mueve.
Programando
nuestra ánima y encubriendo, tras ella, la real personalidad y la
voz de algún actor oculto tras bambalinas, una o dos manos (y hasta más)
determinan el inicio y el fin del drama: hoy trabajo, mañana no; hoy me
aceptan, mañana no; hoy me estiman, mañana no... Y como, duermo, viajo...
Camino, respiro, hablo solamente si me mueve la mano que tira de mis cordeles.
Por eso, sin esa mano, no existo (ni
aunque piense, querido Descartes... óyelo bien y aprende...). Es más,
cuando más piense, corro el peligro de existir menos. NO PENSAR es el lema de
nosotros, los trapos movidos a merced de la mano que nos mueve.
Algunas veces
tenemos la fortuna de haber sido construidos con cordeles. Otras veces, no. Y
es cuando corremos el peligro de terminar como guantes, más expuestos que nunca
a los trastazos y a los puños de algún púgil rival. Y entonces, ¿qué somos?
¿Guantes? ¿Títeres? Preguntas de existencialismo puro y duro. Y cualquier
respuesta se reduciría a que, al final, somos el amor que sentimos por la mano
que nos mueve y sin la cual nada somos; o más bien, somos no más que trapo puro
hasta que Dios quiera. Hasta que en el teatro de las marionetas se corra el
telón o se agoten las fuerzas para actuar. Y que nada nos extrañe, pues, si no
llegamos a entender la posibilidad de estar aquí y ahora en la noria de un
baile. O que el movimiento no nos haga ir más allá de un absurdo planetario,
rectilíneo y uniforme.