PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




domingo, 17 de marzo de 2013

CUANDO CAEN LAS ESTRELLAS...




Por Astarté.
León, España.

Con profunda satisfacción he visto una estrella fugaz sobrevolar mi espacio. Y al verla pasar le he pedido un deseo. Luego, la he visto “caer”, como si la gravedad fuese ley en todas partes. En fin, “caer” y “viajar”: conceptos que pueden llegar a confundirse, por aquello de que las caídas no siempre dan señales del mal o de escaleras rotas... A veces las caídas son iconos de esperas ocultas, de sueños aparentemente irrealizables. Por eso, cuando caen las estrellas, se revuelve el mayor afán de romper cortinas para abrir el cielo.

jueves, 14 de marzo de 2013

LA MANO QUE NOS MUEVE.





Por Astarté.
León, España.


       No nos extrañemos si un día nuestro cuerpo de trapo permanece inmóvil. Lo más probable sería, en este caso, que la mano que lo mueve esté de vacaciones, tomándose algún tiempo de descanso, lejos de la rutina cotidiana. Y nuestro cuerpo, habituado al movimiento, rompería a reclamar, insensatamente, la presencia de la mano que lo mueve. Y todo ello por una sola razón: el terror a la inmovilidad . Y desde sábanas, blanquecinas o mugrientas, nuestro cuerpo gritará, llorará desconsolado, emitiendo gemidos de angustia, aclamando el retorno del espíritu de la manipulación al cual se ha ligado por y desde siempre.

      Nada tendría que ver todo esto con el accidente de un tal Gregorio Samsa, con su asqueroso aspecto de vil cucaracha. Nuestro cuerpo, sin la mano que lo mueve, devendría trapo, del más puro que existe. Y como ante cualquier pacto con el destino, sacaríamos cuentas en ventajas y desventajas. Y sin enumerar las cuantiosas pérdidas que conlleva la inmovilidad corporal llegaríamos a apreciar las enormes posibilidades del haber nacido “TRAPO”. Es probable que el teatro de títeres, uno de los más antiguos que existe, no haya sido idea de una mente histriónica, sino del mayor de los ingenieros a pie de obra humana.  Y no hablo de la historia real del teatro de las marionetas, ni del concepto griego de neurospasta  como “cuerpo tirado (desde la cabeza y no sólo) por cordeles para ACTUAR”... En fin, que a qué sirve tanta digresión para hablar de la mano que nos mueve.

Programando nuestra ánima y encubriendo, tras ella, la real personalidad y la voz de algún actor oculto tras bambalinas, una o dos manos (y hasta más) determinan el inicio y el fin del drama: hoy trabajo, mañana no; hoy me aceptan, mañana no; hoy me estiman, mañana no... Y como, duermo, viajo... Camino, respiro, hablo solamente si me mueve la mano que tira de mis cordeles. Por eso, sin esa mano, no existo (ni aunque piense, querido Descartes... óyelo bien y aprende...). Es más, cuando más piense, corro el peligro de existir menos. NO PENSAR es el lema de nosotros, los trapos movidos a merced de la mano que nos mueve.

Algunas veces tenemos la fortuna de haber sido construidos con cordeles. Otras veces, no. Y es cuando corremos el peligro de terminar como guantes, más expuestos que nunca a los trastazos y a los puños de algún púgil rival. Y entonces, ¿qué somos? ¿Guantes? ¿Títeres? Preguntas de existencialismo puro y duro. Y cualquier respuesta se reduciría a que, al final, somos el amor que sentimos por la mano que nos mueve y sin la cual nada somos; o más bien, somos no más que trapo puro hasta que Dios quiera. Hasta que en el teatro de las marionetas se corra el telón o se agoten las fuerzas para actuar. Y que nada nos extrañe, pues, si no llegamos a entender la posibilidad de estar aquí y ahora en la noria de un baile. O que el movimiento no nos haga ir más allá de un absurdo planetario, rectilíneo y uniforme.

miércoles, 6 de marzo de 2013

CONFESIONES DE ASTARTÉ A SUS LECTORES:LA ESCALERA.



     Por Astarté.
     León, España.


     Como si se tratase de una misión, escalamos, sin saberlo bien, hacia un punto de energía concentrado en nuestra propia conciencia. Y en esta escalada, tiempo y espacio no garantizan habilidad de nuestra parte, sobre todo, por ser percibidos como imagen inexacta de la real estructura dimensional del universo. Es posible, pienso, que la errónea interpretación que de espacio-tiempo físicos tenemos dificulte, a veces, el poder mantenernos en equilibrio. Y también es posible que tanta ignorancia sea la razón por la cual, al volver la vista hacia los escalones que hemos ya superado, sobrevenga la sensación de un patológico vértigo, por aquello de que nada hay mejor que el pasado (pues resulta ser más real que el futuro y más seguro que el presente). En pocas palabras: vivir el presente no es cuestión de juego, pues sin llegar a comprender lo que significa “el día de hoy” soñamos el futuro y añoramos el pasado, sin recordar que el pasado no vuelve y el futuro no se anticipa, ni siquiera, en una micra del tiempo que creemos atrapar con nuestros dedos. Astarté, por su parte, en más de una ocasión se ha preguntado por qué sucede así. La vida, entonces, le responde desde su equilibrio mágico. Y le dice que ayer, hoy y mañana tuvimos, tenemos y tendremos, a nuestro paso, una cadena de binomios actuales con la posibilidad de escoger: amor-odio; dulce-amargo; coraje-miedo; blanco-negro; vida-muerte... Al final, y por motivos ligados a la condición humana (a pesar de errar una y otra vez) decidimos seguir escalando, lentamente (o no), sin mirar hacia atrás, desafiando el odio, la amargura, el miedo, la oscuridad y la muerte que nos mataría sin amor, sin dulzura, sin coraje, sin luz y sin vida que vivir. Y eso decidimos, simplemente, porque cada mañana miramos hacia el cielo. Y la inmensa tentación de tocarlo con la propia mano tiene más fuerza que la astronomía, la física y, en fin, que la sucia (rectifico, “asquerosa”) manía de contar, una a una, solamente aquellas estrellas que  vemos. No es cuestión de juego, repito. Pero contar estrellas invisibles y escalar montañas es lo mejor que quiero y puedo hacer. Que se haga, entonces, la luz ante mi mente. Que nada oscurezca mi memoria y nuble el escalón que acabo de subir, a pesar de no saberlo aún.