Nota de la autora: Podrán quitarnos la palabra, pero no el pensamiento. El pensamiento es libre y reivindica la palabra. Así, al final, la palabra será siempre escrita, dibujada, representada en los mismos muros que le sirven de barrera. (Rosa Marina González-Quevedo).
Por Astarté.
León, España.
Según las leyes de aquel
pueblo, sus residentes no podían seguir leyendo libros de poesía o cosas por el
estilo. El máximo tribunal del Consejo Jurídico había dictaminado que ese tipo
de literatura entraba en la categoría de propaganda inmoral, específicamente en
aquella llamada “pornográfica” por estimular las mentes a la masturbación para
provocar orgasmos de pensamiento:
INMORAL E ILÍCITA LA POESÍA
ESCRITA. QUEDA ASÍ ESTABLECIDA SU PROHIBICIÓN PARA MANTENER LAS BUENAS
COSTUMBRES Y EL ORDEN.
__¿Para mantener qué
orden?__ se le ocurrió preguntar al tonto del pueblo y le crucificaron en medio
de la plaza. Por inoportuno.
Por supuesto, tras la
ejecución del pobre iluso, a nadie más le dio por hacer preguntas. Así, el
sitio fue cubriéndose de un humo muy negro llamado “silencio”. La gente abría
las puertas de sus casas y salía al exterior, caminaba por las calles, iba al
mercado. La gente seguía haciendo lo de siempre. Pero en completa mudez. Para
no cometer el trágico error de hacer preguntas.
Y fue así que los residentes
de aquel lugar empezaron a usar la mímica para comunicar. Crearon un sistema de
signos, algo raro por cierto, pero efectivo para decirse cosas entre sí. Y poco
a poco, los poetas encontraron la forma de crear versos gestuales, los cuales
no necesitaban de texto escrito alguno como tampoco ser publicados en carteles,
panfletos, diarios, libros, etc. para ver la luz y vivir. En pocas palabras, la
ley del gobierno fue, poco a poco, estrangulada, crucificada y destruida por la
ley del amor. Y la poesía reivindicó su naturaleza eterna.