PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 24 de julio de 2024

SOBRE LA MARCHA: ¿EXISTE EL PASADO?

 

Foto libre de derechos de autor tomada de Pixabay



   De acuerdo con una frase de moda (una de las tantas construidas para etiquetar filosofías fáciles de digerir por todos), afirmamos que el pasado no existe (tampoco el futuro por añadidura) y que solamente vivimos en el presente. Perfecto. Sin embargo, quedaría en pie la incógnita de qué hacer entonces con la memoria y para qué sirve esta. Y aún más, quedarían sin respuesta preguntas mucho más básicas; por ejemplo la de si en realidad existe la memoria y qué es. Son interrogantes simples que no consideramos por estar siempre viviendo (subrayo el gerundio) el aquí y el ahora. O al menos eso suponemos que hacemos: nos levantamos por la mañana, nos aseamos, tomamos el desayuno o no, salimos de casa o no y continuamos la jornada en esa rueda del hamster definida como vida cotidiana. Vivimos viviendo, sí.

   Y ahora os preguntaréis a qué viene toda esta verborrea pseudo-metafísica en una calurosa tarde de verano en la que sería mucho mejor dormir una buena siesta y luego depositar nuestras redundantes almas en la terraza de un bar de cara a una caña bien fría. Y tenéis razón. No obstante, para el buen entendimiento de quiénes somos, sería pertinente escribir una nota al margen: a pesar de la frase "solo existe el presente", no podemos desprendernos de nuestros recuerdos (sean recientes o remotos), de lo que hemos sido y hecho; en pocas palabras: no podemos desembarazarnos retóricamente de nuestras vidas. De lo contrario, os invito a realizar ciertos ejercicios a fin de romper con el pasado; por ejemplo, quitar los espejos para evitar encontrarnos con nuestras canas y arrugas o destruir viejas fotografías que no hacen más que hacernos ver cómo éramos (para ruina de mis amigos fotógrafos, mejor no retratarnos nunca; ¿para qué si el pasado no existe?). Tampoco sería lógico escuchar las melodías de nuestros años mozos (con las que a menudo suspiramos) ni leer libros de Historia ni escribir autobiografías ni hacer nada que nos enrede en el absurdo hilo del tiempo cronológico. 

   Inviolablemente, a quienes confían que se puede obviar el pasado, tarde o temprano llegará la sentencia de que no hay un ahora sin el antes y el después. Reconocer el pasado sin remordimientos, sin lágrimas de tristeza, sin reproches es la mejor forma de vivir el presente: esta es una de las enseñanzas que intento aprender para no perder ni un ápice de mi totalidad. Y si hablo hoy de este tema, es porque el verano es la estación que más me remueve la memoria poniendo ante mí viejas estampas con los colores del mar e hincaduras del guisazo que crece árido en la arena bajo la planta de mis pies. En esas estampas están todas y cada una de mis micro-partículas de energía, se extiende la urdimbre y se entrecruzan los hilos de la trama de un ser que no termina de tejerse jamás.

Recordar sonriendo es un buen modo de matar el miedo. Continuemos, pues, integrando recuerdos en la máxima categoría del vivir presente.

Por supuesto, nos vemos sobre la marcha, amigos.






miércoles, 3 de julio de 2024

SOBRE LA MARCHA: EL MIEDO NUESTRO DE CADA DÍA

   

Foto libre de derechos de autor tomada de Pixabay


  Es muy simple: nos domina el miedo. Miedo a no ser idóneos, miedo a la soledad, miedo a perder el trabajo, miedo a soltar las riendas de una situación cualquiera en caso de imprevisto, miedo a contagiar un virus, miedo a envejecer, miedo a que no nos quieran, miedo a no aprobar los exámenes, miedo a un diagnóstico médico negativo, miedo a las malas noticias, miedo a que nos desprecien, miedo a los accidentes, miedo a no saber qué hacer o qué decir, miedo a los cataclismos, miedo a perder a un ser querido, miedo a hacer el ridículo, miedo a las cucarachas, miedo a no ser puntuales, miedo a la oscuridad, miedo a pasar hambre, miedo a la muerte… En fin, si hay algo que nos acompaña siempre es el miedo.

  Soy un animal temeroso. Es lógico, pues, que el tema me interese. Ahora bien, si alguien me pidiera ser un poco más explícita y definir lo indefinible (el miedo), diría de antemano que no existe lógica alguna para describir algo que no pertenece al dominio de la razón y que cualquier definición al respecto sería imposible. No obstante, si bajo presión y con una pistola apuntándome a la sien me viera obligada, alegaría entonces dos argumentos: el primero, que no hay un miedo sino muchos; el segundo, que los miedos son cuerpos energéticos inorgánicos formados por moléculas libres y, de hecho, caóticos. A lo anteriormente expuesto, agregaría que a pesar de estar regidos por el caos, bajo circunstancias concretas estos cuerpos de moléculas libres se organizan alrededor de un núcleo y asumen la apariencia de figuras semejantes al ser racional despavorido que les dio origen: el hombre. Y agregaría aún más: esas figuras de naturaleza inorgánica semejantes al hombre establecen entre sí relaciones de jerarquía en pirámides y dicha jerarquización cambia de acuerdo con las diferentes épocas históricas, culturas, zonas geográficas, etcétera. Por ejemplo, el miedo a la peste bubónica ocupó -en Europa y en general en todo el planeta- un puesto privilegiado en la cúspide de la pirámide de jerarquías en una época determinada (entre 1347 y 1352 según los historiadores). Sin embargo, a  día de hoy este miedo no entra en las primeras posiciones jerárquicas, al menos en esta zona del planeta llamada Occidente.

  Hay, sin embargo, un miedo que no pierde su puesto estelar, un miedo de los más terribles desde que el prestigio y el éxito social fueron establecidos como baremo para evaluar al ser humano: el miedo al qué dirán. Así, salirse de las normas establecidas o tomar decisiones que chocan con las de un determinado patrón o colectivo social (sea este cual sea) se convierte en hazaña de titanes. Basta con decir NO o con rechazar un proyecto de tendencia manipuladora (¡y cuántos hay de esos!); basta con renunciar a bailar en el carnaval de la mayoría para ser expulsados ignominiosamente del paraíso categorial de los corderos. 


 Nos vemos SOBRE LA MARCHA, amigos.