PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




jueves, 16 de julio de 2020

""LA ENANA" CON MASTICADORES DE LETRAS

 

Queridos lectores de "CUENTA CONMIGO":

Me complazco en poner a vuestra disposición otro de los viajes de La enana, en esta ocasión de la mano de Editorial Fleming y Masticadores de Letras-España. Espero que este trayecto del recorrido os sea grato.

Rosa Marina González-Quevedo.







 Fragmentos del capítulo 7, Cuarta Parte (El viaje) de la novela La enana (Ediciones Camelot, 2019).

Entre otros sitios conocidos, alcanzó a ver la plaza de la Ciudad Vieja. Su intención era llegar hasta ella, así que, sin perder un instante más, se volvió para buscar la salida.

Y encontró una puerta a sus espaldas.

Y de nuevo, una escalera, ahora en descenso.

Bajó. Y al llegar a la base de la torre, vio ante sí el puente. Su objetivo era continuar andando hacia la Ciudad Vieja; sin embargo, un impulso le hizo dirigirse en sentido contrario, hacia la Malá Strana.

El Puente Carlos estaba ─como de costumbre, aunque no lo recordara─ atestado de gente que vestía de una forma que al «profesor» le resultaba harto extravagante; al parecer, llevaban trajes de otra época: hombres con pelucas y rimbombantes sombreros de plumas, engalanados con capotes de los que sobresalían voluminosas gorgueras… y mujeres con exuberantes faldas acotadas por basquiñas y guardainfantes, luciendo largos mantos que las cubrían de pies a cabeza.

Pero no se sobrecogió por ello. Respirando con suavidad el aire frío y húmedo que llegaba del río Moldava, él mismo se vio envuelto en el enjambre de caminantes que pululaban como hormigas sin control. En fin, no era la vestimenta de época aquello que mayormente le impactaba. Y es que mientras más se aproximaban a él, los extraños caminantes iban perdiendo los rasgos faciales y el contorno físico, quedando solamente de ellos visibles unas pequeñas esferas de colores azul y marrón. En resumen, eso eran: ojos sin cuerpos. 

Ante tal visión, Mario de Luca sintió el pánico correr de los pies a la cabeza. Su instinto de supervivencia lo conducía a abrirse paso entre los transeúntes del puente para llegar a la salida (con rumbo a la Malá Strana). Pero una voz a sus espaldas lo detuvo:

─Escúchame atentamente, Mario, y no te vuelvas hacia mí. Movido por la egoísta tentación de andar por tu cuenta y riesgo, has desviado tu itinerario inicial. Te has dejado llevar por los recuerdos… Pero a partir de ahora, debes olvidar tus vivencias anteriores. Tu camino se centra en la plaza de la Ciudad Vieja y no sobre el Puente Carlos, como tampoco en la Malá Strana. Tienes que saber que este cambio de ruta te ha hecho entrar en contacto con seres no previstos en tu viaje: ellos no son «de los nuestros», no forman parte del mundo orgánico… ¿Me entiendes?

─¿Quién eres para hablarme así? ─El «profesor» hizo un intento por volverse hacia la voz desconocida.

─¡No lo hagas!… ¡No debes volverte, ni debes dirigirme la palabra! Solamente debes continuar andando, si bien en sentido opuesto al que ahora llevas. Te repito: desde tu perspectiva, estos transeúntes que ves se confunden con seres orgánicos conscientes; es decir, con personas…. ¡Pero no lo son!… Y tú no debes mirarles a los ojos ni hablarles…. ¡Vuélvete ahora mismo, Mario!… ¡Dirígete hacia el lecho de la torre, atraviesa el pasaje y entra en la Ciudad Vieja!

Ma dove sono?[1] ─El «profesor» sintió más que nunca la impresión de estar perdido.

─Vuelvo a repetirte, Mario, que no hables ni conmigo ni con nadie ─respondió la voz  oculta─. Sólo escucha y observa todo lo que encuentres a tu alrededor, pero manteniendo la boca cerrada. Pues las palabras, por estar cargadas de pensamiento y emociones, te pueden desviar de la acción. Y recuerda que, para ti, ahora lo principal es actuar.

»Tampoco dejes que nadie te toque. Algunos de los transeúntes que a tu paso hallarás son también «visitantes» como tú; es decir, viajeros en las coordenadas del tiempo y el espacio. Pero otros no lo son: estos últimos son los llamados «exploradores», seres que no pertenecen al mundo de los hombres… Y te siguen, tratando de confundirte, con el objetivo de robar tu energía. Para colmo, creerás conocer a alguno de ellos, pero tú, en todo caso, debes seguir «al pie de la letra» las siguientes instrucciones: «muévete despacio, pero no te detengas. Y sobre todo, cállate la boca y actúa»[2]. Sólo eso.

El «profesor» miró a su alrededor.

Tomado aún por el miedo, se volvió lentamente. Pero no alcanzó a percibir a quien le había hablado, ése que al parecer le estaba siguiendo los pasos: «Es para mí un alivio que alguien que me quiera ayudar me siga», pensó. Y respiró profundo. Evidentemente, tenía un guía o protector a sus espaldas, aunque éste fuera invisible. Daba igual.

Y así, siguiendo las indicaciones anteriores, dio media vuelta y se encaminó hacia la salida del puente, en dirección a la Ciudad Vieja. Atravesó el arco de la torre. Y desembocó en una pequeña plaza, de la cual no recordaba el nombre. 

***

La plazoleta por la que transitaba estaba desierta. Sin embargo, su soledad no duró el tiempo suficiente y necesario para darse cuenta de que su perspectiva visual cambiaba de nuevo: a pocos pasos del puente, cuando atravesaba aún la pequeña plaza solitaria, volvió a encontrar aquellos ojos de colores marrón y celeste que, al contrario de lo sucedido anteriormente, ahora iban integrándose a sus rostros y a sus cuerpos para formar imágenes de figuras humanas.

El «profesor» se hallaba de nuevo en medio de la multitud, a la salida de la plazoleta, caminando por callejuelas estrechas pobladas de hombres y mujeres con trajes opulentos.

Y continuó andando hacia delante. De tanto en tanto coincidía con algún transeúnte de rostro conocido. Por ejemplo, creyó reconocer a un viejo colega de sus años de profesor en la Universidad de Nápoles, ahora extrañamente vestido: calzón y chaqueta de terciopelo adosados por una elegante casaca, zapatos de tacón y hebillas de plata, sombrero de ala ancha y plumas de avestruz… Así vestía. Y al verle, el «profesor» volvió a saborear el placer que habitualmente la ironía le proporcionaba: «Si no supiera que esto me iba a ocurrir, diría que estoy en el carnaval de Venecia», pensó sonriente.

Y es que, en realidad, se estaba materializando lo que un instante atrás le había advertido la voz oculta a sus espaldas: «CREERÁS CONOCER A ALGUNO DE ELLOS. PERO TÚ, SOLAMENTE DEBES SEGUIR «AL PIE DE LA LETRA» LAS SIGUIENTES PALABRAS: MUÉVETE DESPACIO, PERO NO TE DETENGAS. Y SOBRE TODO, CÁLLATE LA BOCA Y ACTÚA. SÓLO ESO».

De esta forma, continuó andando por una callejuela empedrada que le llevó a desembocar en otra plaza, en esta ocasión, una explanada de adoquines muy extensa. Se detuvo ante un palacio monumental ─también de estilo gótico, muy antiguo─ en el que imperaba una torre alta y prismática. En su fachada ─sobre la puerta principal─ había dos esferas centrales, una en posición superior a la otra. Y sobre la esfera superior, dos ventanas abiertas de par en par, por donde asomaban sus graciosas cabecitas algunas figurillas que saludaban y mostraban objetos en sus manos.

─Son los doce apóstoles ─escuchó decir a un hombre a su lado.

Mario de Luca alzó la vista y no pudo hacer otra cosa que suspirar de emoción.

***


[1] «¿Pero dónde estoy?»

[2] Palabras de Don Juan Matus a Carlos Castaneda, referidas en El arte de ensoñar

https://www.amazon.es/enana-Rosa-Marina-González-Quevedo/dp/8494989308

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