BLOG DE ROSA MARINA GONZÁLEZ-QUEVEDO (narradora, ensayista y poeta)
PALABRAS A MIS LECTORES
ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.
EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.
Recientemente he
terminado de leer la novela Violeta mara mara maravilla (Lxl
Editorial, 2018) de Felicitas Rebaque, escritora leonesa cuya experiencia y
talento se muestran, una vez más, en este libro.
Segunda Ganadora del I
Premio del Concurso Juvenil y New Adult Editorial Lxl 2018, Violeta... es
algo más que una novela para adolescentes. Si hablamos de la trama, el
librocuenta la historia de un Jacobo adulto que,
emocionado ante la ternura de su hijo recién nacido, rememora sus vivencias
(las más fuertes) de una parte de su adolescencia, cuando descubre que la vida
no es tan bonita como pensaba hasta entonces: en pleno tránsito hacia la
adultez, Jacobo sufre un shockocasionado por la noticia del
divorcio de sus padres; situación que provoca en él un extremo sentimiento de
aversión hacia sus progenitores (especialmente hacia la madre), desarrollando
la constante idea del suicidio.
Recuperado de un primer
intento por quitarse la vida, los médicos recomiendan para Jacobo un
tratamiento que incluye la separación transitoria de todo aquello que le pueda
afectar emocionalmente: la ciudad, la escuela, la familia... Entonces, Jacobo
es conducido a Caxaelecha, pueblecito al norte de España en el que conoce a
Violeta, una joven con síndrome de Down. Comienza, pues, el enfrentamiento
entre la perspectiva cargada de conflictos de Jacobo y la inteligencia
emocional natural y positiva de Violeta quien, en poco tiempo, se convierte en
su amiga y mejor compañía.
Llegado el momento de
regresar a casa, Jacobo promete a Violeta volver a verla. Sin embargo, al pasar
los años, el adulto que ahora mece a su hijo en brazos, lamenta haber olvidado
aquella promesa hecha a su amiga a orillas del mar.
Más allá de la trama,
en Violeta... es, sin dudas, un libro que nos hace meditar en
el ser que somos y que ─en ocasiones─ despreciamos por ignorar cuánto vale la
vida. Y es, en fin, una llamada de atención que nos invita a distinguir la
sencillez de las cosas; aquellas cosas que Violeta sabe interpretar de forma
excepcional despojándolas de los inútiles juicios de la razón. Esta enseñanza
la vemos, por ejemplo, en el siguiente diálogo (p. 93) entre la joven Down y
Jacobo, cuando este queda absorto ante la lógica de su interlocutora..., pues
Violeta ha sido abandonada por su madre...; sin embargo:
─¿Nunca te ha dolido que
se fuera? ¿Nunca la has echado de menos? ─le pregunté sorprendido por la
simplicidad de sus razonamientos.
─Pues..., algún día.
Pero pocos, ¿eh? Siempre ha estado la abuela conmigo. Y tengo a mi padre. He
estado bien. Si ella aquí no está bien..., pues se marchó. ¿Tú aquí estás bien?
La pregunta me pilló por
sorpresa.
─Sí ─le respondí sin
pensar.
─Pues te quedas. Ella
no. Pues se fue. La abuela dice que hay que estar feliz. Pues eso. ¡Es la vida!
También lo dice la abuela.
«¡ES LA VIDA!»...
¿No es esta frase, acaso, la lección más real para aprender a vivir?
Violeta cree en las
promesas. Jacobo, al contrario, las olvida. Pero nosotros, lectores, hagamos la
promesa de descubrir quiénes realmente somos leyendo esta obra de la literatura
juvenil y adulta; un libro escrito para todas las edades y para todos los
momentos:
Me complazco en poner a vuestra disposición otro de los viajes de La enana, en esta ocasión de la mano de Editorial Fleming y Masticadores de Letras-España. Espero que este trayecto del recorrido os sea grato.
Rosa Marina González-Quevedo.
Fragmentos del capítulo 7, Cuarta Parte (El viaje) de la novela La enana (Ediciones Camelot, 2019).
Entre otros sitios conocidos, alcanzó a ver la plaza de la Ciudad Vieja. Su intención era llegar hasta ella, así que, sin perder un instante más, se volvió para buscar la salida.
Y encontró una puerta a sus espaldas.
Y de nuevo, una escalera, ahora en descenso.
Bajó. Y al llegar a la base de la torre, vio ante sí el puente. Su objetivo era continuar andando hacia la Ciudad Vieja; sin embargo, un impulso le hizo dirigirse en sentido contrario, hacia la Malá Strana.
El Puente Carlos estaba ─como de costumbre, aunque no lo recordara─ atestado de gente que vestía de una forma que al «profesor» le resultaba harto extravagante; al parecer, llevaban trajes de otra época: hombres con pelucas y rimbombantes sombreros de plumas, engalanados con capotes de los que sobresalían voluminosas gorgueras… y mujeres con exuberantes faldas acotadas por basquiñas y guardainfantes, luciendo largos mantos que las cubrían de pies a cabeza.
Pero no se sobrecogió por ello. Respirando con suavidad el aire frío y húmedo que llegaba del río Moldava, él mismo se vio envuelto en el enjambre de caminantes que pululaban como hormigas sin control. En fin, no era la vestimenta de época aquello que mayormente le impactaba. Y es que mientras más se aproximaban a él, los extraños caminantes iban perdiendo los rasgos faciales y el contorno físico, quedando solamente de ellos visibles unas pequeñas esferas de colores azul y marrón. En resumen, eso eran: ojos sin cuerpos.
Ante tal visión, Mario de Luca sintió el pánico correr de los pies a la cabeza. Su instinto de supervivencia lo conducía a abrirse paso entre los transeúntes del puente para llegar a la salida (con rumbo a la Malá Strana). Pero una voz a sus espaldas lo detuvo:
─Escúchame atentamente, Mario, y no te vuelvas hacia mí. Movido por la egoísta tentación de andar por tu cuenta y riesgo, has desviado tu itinerario inicial. Te has dejado llevar por los recuerdos… Pero a partir de ahora, debes olvidar tus vivencias anteriores. Tu camino se centra en la plaza de la Ciudad Vieja y no sobre el Puente Carlos, como tampoco en la Malá Strana. Tienes que saber que este cambio de ruta te ha hecho entrar en contacto con seres no previstos en tu viaje: ellos no son «de los nuestros», no forman parte del mundo orgánico… ¿Me entiendes?
─¿Quién eres para hablarme así? ─El «profesor» hizo un intento por volverse hacia la voz desconocida.
─¡No lo hagas!… ¡No debes volverte, ni debes dirigirme la palabra! Solamente debes continuar andando, si bien en sentido opuesto al que ahora llevas. Te repito: desde tu perspectiva, estos transeúntes que ves se confunden con seres orgánicos conscientes; es decir, con personas…. ¡Pero no lo son!… Y tú no debes mirarles a los ojos ni hablarles…. ¡Vuélvete ahora mismo, Mario!… ¡Dirígete hacia el lecho de la torre, atraviesa el pasaje y entra en la Ciudad Vieja!
─Madove sono?[1] ─El «profesor» sintió más que nunca la impresión de estar perdido.
─Vuelvo a repetirte, Mario, que no hables ni conmigo ni con nadie ─respondió la voz oculta─. Sólo escucha y observa todo lo que encuentres a tu alrededor, pero manteniendo la boca cerrada. Pues las palabras, por estar cargadas de pensamiento y emociones, te pueden desviar de la acción. Y recuerda que, para ti, ahora lo principal es actuar.
»Tampoco dejes que nadie te toque. Algunos de los transeúntes que a tu paso hallarás son también «visitantes» como tú; es decir, viajeros en las coordenadas del tiempo y el espacio. Pero otros no lo son: estos últimos son los llamados «exploradores», seres que no pertenecen al mundo de los hombres… Y te siguen, tratando de confundirte, con el objetivo de robar tu energía. Para colmo, creerás conocer a alguno de ellos, pero tú, en todo caso, debes seguir «al pie de la letra» las siguientes instrucciones: «muévete despacio, pero no te detengas. Y sobre todo, cállate la boca y actúa»[2]. Sólo eso.
El «profesor» miró a su alrededor.
Tomado aún por el miedo, se volvió lentamente. Pero no alcanzó a percibir a quien le había hablado, ése que al parecer le estaba siguiendo los pasos: «Es para mí un alivio que alguien que me quiera ayudar me siga», pensó. Y respiró profundo. Evidentemente, tenía un guía o protector a sus espaldas, aunque éste fuera invisible. Daba igual.
Y así, siguiendo las indicaciones anteriores, dio media vuelta y se encaminó hacia la salida del puente, en dirección a la Ciudad Vieja. Atravesó el arco de la torre. Y desembocó en una pequeña plaza, de la cual no recordaba el nombre.
***
La plazoleta por la que transitaba estaba desierta. Sin embargo, su soledad no duró el tiempo suficiente y necesario para darse cuenta de que su perspectiva visual cambiaba de nuevo: a pocos pasos del puente, cuando atravesaba aún la pequeña plaza solitaria, volvió a encontrar aquellos ojos de colores marrón y celeste que, al contrario de lo sucedido anteriormente, ahora iban integrándose a sus rostros y a sus cuerpos para formar imágenes de figuras humanas.
El «profesor» se hallaba de nuevo en medio de la multitud, a la salida de la plazoleta, caminando por callejuelas estrechas pobladas de hombres y mujeres con trajes opulentos.
Y continuó andando hacia delante. De tanto en tanto coincidía con algún transeúnte de rostro conocido. Por ejemplo, creyó reconocer a un viejo colega de sus años de profesor en la Universidad de Nápoles, ahora extrañamente vestido: calzón y chaqueta de terciopelo adosados por una elegante casaca, zapatos de tacón y hebillas de plata, sombrero de ala ancha y plumas de avestruz… Así vestía. Y al verle, el «profesor» volvió a saborear el placer que habitualmente la ironía le proporcionaba: «Si no supiera que esto me iba a ocurrir, diría que estoy en el carnaval de Venecia», pensó sonriente.
Y es que, en realidad, se estaba materializando lo que un instante atrás le había advertido la voz oculta a sus espaldas: «CREERÁS CONOCER A ALGUNO DE ELLOS. PERO TÚ, SOLAMENTE DEBES SEGUIR «AL PIE DE LA LETRA» LAS SIGUIENTES PALABRAS: MUÉVETE DESPACIO, PERO NO TE DETENGAS. Y SOBRE TODO, CÁLLATE LA BOCA Y ACTÚA. SÓLO ESO».
De esta forma, continuó andando por una callejuela empedrada que le llevó a desembocar en otra plaza, en esta ocasión, una explanada de adoquines muy extensa. Se detuvo ante un palacio monumental ─también de estilo gótico, muy antiguo─ en el que imperaba una torre alta y prismática. En su fachada ─sobre la puerta principal─ había dos esferas centrales, una en posición superior a la otra. Y sobre la esfera superior, dos ventanas abiertas de par en par, por donde asomaban sus graciosas cabecitas algunas figurillas que saludaban y mostraban objetos en sus manos.
─Son los doce apóstoles ─escuchó decir a un hombre a su lado.
Mario de Luca alzó la vista y no pudo hacer otra cosa que suspirar de emoción.