Nota de la autora:
Dejo a los lectores de Los días de Venus en la Tierra este relato (algo raro) escrito hace algunos años y rescatado de los brazos de la indiferencia. Porque en el baile de la vida, cualquier mañana de carnaval salimos a la calle disfrazados para la ocasión Y creemos esconder el rostro bajo una máscara sin saber, a ciencia cierta, cuál es el accesorio: ¿la máscara o la piel?
Rosa Marina G-Q. (Astarté).
La fábula del disfraz (Mañana de Carnaval).
Por Astarté.
León, España.
Un rayo de luz
penetra a través del cristal empañado por la niebla. La mañana es fría. Muy bien seguiría acurrucada entre las mantas. Pero haciendo un esfuerzo para dominar
el letargo, de un salto se pone de pie. Se tira la bata de lana sobre los
hombros. Da algunos pasos a tientas. Enciende la radio. Están transmitiendo la
vieja canción que en su tiempo encendiera tantos corazones:
Azul la mañana es azul
El sol si le llamo vendrá...
Nada ha
cambiado. A su rostro llega puntal la bofetada de la desolación, fiel saludo
matutino.
Ha trabajado
duro toda la noche. Pero lo peor no es trasnochar, sino tener que resistir el
golpe de la mediocridad cotidiana resumida en veinticuatro, cuarenta y ocho, innumerables
horas flotando en la oscura marea de una vida insulsa: la suya. Y así, saborear sin pretextos el asco de su vida, narrado en la miserable historia de una mujer que se siente seca,
vieja... Costurera cansada de tomar la aguja en sus dedos para hacer remiendos
y pegar botones y plegar dobladillos a las comadres del barrio, rancias clientas
que cuchichean por las cuatro esquinas.
Sin embargo, las
cosas pueden cambiar. Por ejemplo, hoy es mañana de carnaval, día esperado para
transformar cualquier rutinaria historia en best
seller y comenzar a usar la mayúscula y el punto y aparte... Buen momento para quitarse las comas y los paréntesis del semblante. Y sentirse como un texto
abierto de par en par.
La confección
del disfraz le llevó varias semanas de duro sacrifico. Un
vestido de pana color rosa, con capa de terciopelo azul y cuello de plumaje
verde. Típico traje de cortesana. Luego, lo principal: la máscara, una
careta de cartón con semblante de doncella de pálida tez y cachetes rojos. ¿Por qué no usarla?... En
carnaval todo cambia. También la calle y el barrio y la vida se convierten en un
teatro a cielo abierto.
Camina los
primeros metros, los más difíciles, los del barrio. En su balcón, la señora
Estela y su hermano solterón juegan a
descubrir quiénes pueden ser los conocidos que se esconden bajo el disfraz:
─Buenos días... ¡Pero
mírenla, caramba, qué elegante! ¡Vestida de Blanca Nieves!... ¿No?
No responde ante
la provocación. Una pandilla de chiquillos ha llegado a su encuentro. Alguno de ellos trata de levantar su falda
sin llegar a lograrlo. A fuerza de codazos, en un dos por tres se deshace del enjambre de
renacuajos histéricos.
Camina pocos
metros más y llega a la Plaza Mayor. Allí están reunidos residentes y curiosos
transeúntes que han llegado temprano a la feria medieval. A las once comenzará
la función de saltimbanquis y después el resto... Esa es la tradición.
No se detiene. Atraviesa
la plaza y camina hasta llegar a un callejón estrecho y vacío. Antiquísimos
palacios enmohecidos por los efectos del
clima le recuerdan Venecia. Entra a uno de ellos. Sube por una escalera hasta
el último piso. Penetra la humedad de una habitación cerrada e invadida por plagas de pequeños insectos; una estancia en la que las paredes expelen un hedor
acre insoportable. Abre la cortina cargada de polvo. El escuálido rayo de luz
aclara el ambiente. Y allí, sentado en un desvencijado sofá, le espera su amor.
Se desnuda con
la solemnidad de una princesa, doblando pieza por pieza sus atuendos y
acomodándolos, gentilmente, sobre el mísero diván. Lisa y brillante como la
plata se sienta en las piernas de su caballero y lo besa apasionadamente.
Pero él la
observa desde otro mundo...
─ ¿Por qué no me
miras...? ─pregunta al héroe de rostro inanimado─. ¿Acaso no te gusto...?
Bien sabe que
sí. Lo conoce. Él la desea. Y sabe también cuál es la respuesta:
─Aún estás
vestida...Te has dejado la máscara... ¡Quítatela!
Y obedece. Deja al descubierto un rostro rematado por las Parcas en la rueca del tiempo. Y como
cada mañana de carnaval, oculta de la muchedumbre, revive lo mejor de su obra.
El muñeco de trapo copula, una vez más, con su identidad perdida.
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