Por Astarté.
León, España.
...¡Y cuántas
historias te he contado! De esas reales. Y también de esas inventadas, a las
cuales, por cierto, no les ha faltado un ápice de verdad, a pesar del derroche
de fantasía que he invertido para construirlas... ¿Cuántas?... En fin, te he
narrado anécdotas y episodios que tienen que ver con otras vidas, más o menos
cercanas a ti y a mí. Te he dormido con cuentos de hadas, con leyendas, con mitos... Pero no sabes algo que no te he dicho jamás. Y bien, hijo mío,
hoy te revelo un secreto: SOY TU MADRE. ¿Lo sabías? ¿Sí? ¿Y por qué crees que
ya lo sabías? ¿Porque tienes mi
carácter?... ¿Por los rasgos de tu cara, que reproducen los míos? ¿O porque no
recuerdas con mayor lucidez a otra persona que no sea yo?... Pues no. No, hijo. Si crees que soy tu madre por eso o por cosas semejantes, te equivocas.
Vamos a ver: Había una vez una joven cabeza-loca que salía de la escuela e iba
a reunirse con la aventura, a escondidas, por supuesto. ¿A escondidas de quién?
Pues, a escondidas de su propia alma. No sé si sabrás que a los quince años se
piensa en la posibilidad de ser invencibles. Bueno, hay también aquellos que
insisten en que a los quince años no se piensa... ¡Son tontos! Pero a lo
que íbamos: Te diré que a la temprana edad de quince años, en la flor de mi
vida, te encontré bajo la luz de la luna. Te vi. Estabas encogido, en posición
fetal. Solitario, olvidado por el mundo. Y fue entonces que quise que fueras mi
hijo. Te dije: A partir de hoy te
llamarás “SUEÑO”. Te calentaré, te alimentaré. Cuidaré de ti. Con respecto a
eso de darte una educación, ya veremos cómo... Por el momento, lo importante es
que vivas y que seas feliz... Y no sé, hijo mío, si lo has sido o no.
Pero créeme que he hecho lo mejor que he podido... Créeme que te he dado lo
mejor que he sabido para que crezcas. Por eso soy tu madre. Porque di mi alma a
cambio de que tú encontraras la luz. Y porque volvería a sacrificar mi piel
para que tú vivas. Pero no lo digas a nadie. ¿Lo prometes?
***
Ayer encontré la nota que mi madre dejó para mí, olvidada en un
cajón. A decir verdad, no sabía que yo era un sueño, aunque sí que era su hijo. Y por supuesto, ahora comprendo por qué, desde mi condición onírica, he tenido que viajar por varios
sitios a la vez, buscándome a mí mismo por dentro y por fuera. Y también comprendo mi afán por renunciar a las horas de vigilia, a fin de no caer desde el
techo del planeta que habito. Y bien, que tras haber leído el secreto, he logrado explicarme cómo, en cierta ocasión, quedé merodeando
por los rincones del salón familiar. Fue entonces que volví a encontrarla. Estaba en
la cocina de casa. Lucía radiante. Hacía un pastel de manzana. Daba vueltas y
vueltas a la paleta de repostería para mezclar la masa. Y sonreía. Claro, que de verla a
poder entrar en su pensamiento iba un largo trecho de camino. Traté, entonces,
de acercarme lo más que pude a su mente. Pero su sonrisa me distrajo. Y es que esto de ser sueño no es fácil. Quiero ser ubicuo, como la energía con la
cual mi madre me trajo a la vida. Pero, a veces, encuentro sombras que me
alejan de mi estrella. Y aún así, insisto. Y vuelo. Pero no lo contéis a nadie,
¿lo prometéis?
***
Estoy leyendo, no niego que con dificultad. Y es que esta página está hecha de una sustancia muy sutil y se
disuelve, al tocarla, entre mis dedos. Se borra para resurgir entre líneas cuando menos lo espero. En
general, no soy demasiado listo en eso de leer historias. Pero insisto.
Estas notas son mejor que ir al colegio, por supuesto que sí. La
escuela me aburre. Y finjo estar enfermo, para que mi madre no me obligue a ir.
Así, desde mi mentira infantil, invento ronchas y fiebres que me aten a las
sábanas. Todo por seguir leyendo a modo mío, sin la interferencia de manuales escolásticos. Y mi madre, que reconoce mi ardid, calla. Va a la cocina y me hace el pastel de
manzana, ése que tanto me gusta. Remueve la masa con la paleta, una y otra vez.
Y sonríe. Sabe guardar mi secreto. Creo que es sabia, pues sólo los genios
saben callar lo que saben. Es mi cómplice en el silencio de la tarde, cuando
afuera cae la lluvia de primavera. Cuando del otro lado de mi vida la tierra huele a humedad y el
aire se torna tibio.... En fin, mañana será otro día. Tendré que agarrar la
cartilla bajo el brazo y recorrer el camino de siempre, el trillo que está lleno de piedras. Pero hoy es hoy.
Y hoy me siento grande y fuerte. Tan grande y tan fuerte como para quedarme en
casa, mirando las nubes a través de la pequeña ventana de mi habitación. Y sé
que no lo contaréis a nadie. Y que guardaréis silencio por aquello de no cerrar el viejo libro del deseo, donde todo es posible.
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